Lecturas de poesía chilena. María Inés Zaldívar Ovalle

Lecturas de poesía chilena - María Inés Zaldívar Ovalle


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desgarrada, más armónica y hasta complementaria en relación a la convivencia de las anteriores pero, aunque en otro tono, dualidad al fin.

      Otra temática recurrente en estas locas mujeres tiene que ver con los diferentes estados de conciencia y sus maneras de expresarlos, pues las hablantes se pasean por la vigilia y el sueño asumiendo actitudes diversas. Veamos, en “La abandonada”, frente al amor que se ha ido, hay una evolución que va desde la profunda tristeza y sumisión pasiva,

      ¿Por qué trajiste tesoros

      si el olvido no acarrearías?

      Todo me sobra y yo me sobro

      como traje de fiesta para fiesta no habida;

      ¡tanto, Dios mío, que me sobra

      mi vida desde el primer día! (184)

      hasta una reacción violenta de rabia, como la de un ángel exterminador, que reacciona activamente frente al que la abandonó buscando liberarse del dolor: “Voy a esparcir, voleada,/ la cosecha ayer cogida,/ a vaciar odres de vino/ y a soltar aves cautivas” (184).

      En “La ansiosa”, en cambio, el enamorado va y vuelve, pero es la intensidad de su punzante deseo transformado en voz el que lo trae, ya que pareciera, al igual que en el cuadro de Munch, que este “viene caminando por la raya/ amoratada de mi largo grito” (185).

      “La dichosa”, en cambio, no padece ninguna espera pues vive intensa y conscientemente el presente y afirma que “Nos tenemos por la gracia/ de haberlo dejado todo”. Lo que no está en su relación amorosa simplemente desapareció pues “El Universo trocamos/ por un muro y un coloquio”. (189) Se apartó del mundo, dejó los bienes materiales, quemó su memoria y se escondió con su amado a vivir el amor ya que todo lo dio “loco y ebrio de despojo”. A estas alturas, no puedo dejar de mencionar la similitud que se perfila entre la vivencia del amor a “puertas cerradas” de estos amantes en “La dichosa” con la del amor descrito en los “Sonetos de la muerte”, donde la hablante también vive un amor exclusivo y sin interrupción del mundo, ya que los dos estarán encerrados en una tumba, por la eternidad, en amoroso coloquio.

      En la dualidad sueño y vigilia —tema recurrente en nuestra literatura nacional— estas locas mujeres tejen una cantidad de hebras20. El tema del insomnio presente desde el poema “Desvelada” en el libro Desolación hasta los tres “Nocturnos” de Lagar II, se da también magistralmente en “La desvelada” de Lagar. El texto, pleno de erotismo, nos muestra a una hablante que no puede dormir pues el mundo de la vigilia, el del día, cambia abruptamente por la noche. Llegada la hora de dormir la casa se puebla de fantasmas y aparece él, ese que no ha logrado enterrar, que deambula en pena por la escalera y las habitaciones, y no le permite conciliar el sueño. El poema se inicia con: “En cuanto engruesa la noche/ y lo erguido se recuesta,/ y se endereza lo rendido” (187), y estamos de inmediato frente a un extraordinario poema donde la textualización proviene del impulso que nace en el interior del cuerpo de la hablante que percibe que “Él va y viene toda la noche” (188) en un recorrido incesante, pero sin destino. El frustrado encuentro entre el fantasma que recorre la casa y la hablante y sus deseos insatisfechos, canaliza esa energía libidinal que deambula y, como un boomerang, se vuelve sobre sí misma desasosegándola: “Mi casa padece su cuerpo/ como llama en la retuesta” (١٨٨). Pero este amante fantasma, inasible, de igual manera se materializa en su imaginación, y permite que ella sienta “el calor de su cara/ —ladrillo ardiendo— contra mi puerta” y la hace probar “una dicha que no sabía: sufro de viva, muero de alerta”. A pesar de ello, el pudor de su placer solitario hace que no quiera que él “vea la puerta mía,/ ¡recta y roja como una hoguera!”. (188) Esta misma tensión entre querer y no querer en medio de la noche, expresada en una lucha entre sus fantasmas y sus deseos, se da explícitamente en “La fugitiva” cuando afirma:

      Y hay como un desasosiego,

      como un siseo que corre

      desde el hervor del Zodíaco

      a las hierbas erizadas.

      Viva está toda la noche

      de negaciones y afirmaciones,

      las del Ángel que te manda

      y el mío que con él lucha. (191)

      En “La desasida”, en cambio, la hablante logra dormir y en ese sueño encuentra aparentemente la paz pues, al traspasar el estado de vigilia y sumirse en la inconciencia, se desprende del mundo y sus pesares. Ya no estamos frente al dolor y la ausencia del amado, sino frente a un gesto de desprendimiento y por lo tanto de dolor radical, más genérico: “En el sueño yo no tenía/ padre ni madre, gozos ni duelos” (187). Pero esta hablante “desasida” que soltó las amarras de lo terrenal y sus afectos, a pesar de ello, en la inconciencia, como sonámbula y, más específicamente “como ebria”, repetía: “¡Patria mía. Patria, la Patria!”. (187) Patria, fusión de padre y madre, es el lugar que se añora, el paraíso perdido que vuelve y vuelve como sueño recurrente en la soledad del desarraigo.

      Junto a la temática del doble y del sueño y la vigilia, de una u otra manera la imagen del fuego es otro motivo que está presente en varias de las locas mujeres de la Mistral. Sabemos que tanto o más que los motivos anteriores, la imagen del fuego ha tenido y tiene en nuestra cultura, partiendo por su presencia en todas nuestras mitologías prehispánicas, una carga simbólica ineludible que va desde ser el motor que purifica, regenera y mantiene vivo el hogar, hasta el terrible castigo en el más allá.

      Desde los chinos y su tablilla roja Chang que simboliza el fuego y es usada en los ritos solares, los jeroglíficos egipcios y su llama asociada a la salud y al calor del cuerpo, Heráclito que lo representa como agente de cambio, transformación y purificación al igual que en los Puranas de la India y en el Apocalipsis de San Juan, el fuego tiene tanto que ver con una dimensión animal, corporal, como con una fuerza espiritual. En otras palabras: el eje fuego-tierra y el eje fuego-aire. Gastón Bachelard nos recuerda a los alquimistas que afirman: “el fuego es un elemento que actúa en el centro de toda cosa” como un factor de unificación y de fijación. (Cirlot 216)

      Y como veíamos en el poema “La otra” la presencia de lo ígneo, del calor abrasador que acompaña a la antagonista y a todo lo que la rodea, puede apreciarse también el fuego, aunque de diferente manera en “La humillada”. En este poema el sujeto de la enunciación se aleja y es un otro u otra que observa desde fuera y declara: “Un pobre amor humillado/ arde en la casa que miro”. A partir de esta afirmación el poema presenta contradicción y ambigüedad, pues es tanto la materialidad de la casa y el cuerpo de la mujer, como el espacio que contienen sus paredes y los sentimientos de ella, los que se queman. Se podría decir que la casa y la mujer se (con)funden y conforma un ente híbrido, fruto del desplazamiento de la materialidad de la casa a la mujer, y de los sentimientos de ella hacia el lugar que la cobija. Frente al poder devastador de las llamas son la misma cosa, pero mientras la construcción, inmóvil, es arrasada por las llamas, pues se lleva “todo cuanto es vivo” ya que “no se rinde ese fuego,/ de clavos altos y fijos”, en la mujer existen sentimientos encontrados: conciencia de ser humillada y arrestos de dignidad que la mantienen alerta:

      Junto con otros sueños,

      el sueño suyo Dios hizo

      y ella no quiere dormir

      de aquel sueño recibido.

      Pero la llama quemante se extiende y se apodera de todo, lo que es consignado por el hablante como algo positivo: “Mejor que caiga su casa/ para que ella haga camino/ y que marche hasta rodar/ en el pastal o los trigos”. Aún así el desenlace es incierto, pues aunque podría convertirse en fuego purificador y otorgarle una posible liberación: “ella no da su pecho/ ni el brazo al fuego extendido” sin embargo, a pesar de su rebeldía, este “ya la alcanza y la cubre/ tomándola para él mismo!”. (192) La hablante del poema percibe el dilema que vive la mujer observada: hacerse dueña del fuego como Prometeo o bien lanzarse y entregarse a él como Empédocles.

      El poema “La fervorosa”, en cambio, es un texto enunciado en primera persona en el que la hablante se refiere


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