Profesores, tiranos y otros pinches chamacos. Francisco Hinojosa

Profesores, tiranos y otros pinches chamacos - Francisco Hinojosa


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las especialidades ha llegado a su fin. Qué duda.

      Ciertamente yo reunía todas la aptitudes impuestas al perfil que diseñaron: hay pocos enciclopedistas en el mundo que se precien de conocer los principales compendios del saber humano. Más aún: saberlos, practicarlos, ejecutarlos.

      Además, precisamente eso significa enciclopedia: “ciclo educativo completo”.

      Ellos me buscaron: con una fuerte suma de dinero por delante, me obligaron a renunciar a mi puesto de profesor de asignatura en la Universidad de Browninburgo.

      ¿Y ahora? Ahora quieren echarme. Quieren echarme por cumplir cabalmente con las tareas que me asignaron. Si no, ¿qué significan todos esos nuevos reglamentos aprobados, sin duda, para entorpecer mis enseñanzas?

      Por lo demás, es un hecho que mi clase es tan popular que antes los alumnos preferían reprobar el examen con tal de volver a cursar la materia conmigo. Hoy ya no es posible: el reglamento prohíbe repetir. Y la verdad, no sé aún qué les gusta más: las clases en sí, mi manera de exponer los temas, la sorpresa, el espíritu enciclopedista o yo mismo.

      He dado cursos de muchas cosas: de Literatura Escandinava Medieval (especialmente el Gylfaginning y el Skáldskaparmál), de Artes Marciales, de Cocina Práctica para Horno de Microondas, de Administración de Hospitales y Casas de Cuna, de Orografía de los Andes y los Alpes, de Latín Vulgar, de Dominó, de Arpa Jarocha y de Lavado de Ropa. Etcétera.

      Y no todo ha sido capricho mío. Los pupilos lanzan al aire sus dudas y sus apetitos de conocimiento. Me preguntan: ¿Cómo se cultivan las zanahorias? ¿Es Hitler lo que nos han enseñado en los cursos de Historia? ¿Cree usted que Andy Warhol era un artista de vanguardia? ¿La marihuana causa adicción? ¿La cocaína? Etcétera. ¿La reacción profesional?: Cursos sobre Cultivo de las Raíces, Historia de la Segunda Guerra Mundial, El Arte y los Artilugios en el Siglo XX, Bondades y Efectos de las Drogas e Introducción a Escohotado.

      Mis respuestas, por las que fui requerido en el Colegio, tenían que ser “la materia didáctica” del Curso. De eso no me cabe la menor duda. ¿Enseñar todo? Imposible. De cualquier manera, si ese hubiera sido el reto, habría llegado a lo mismo: el Cultivo de las Raíces, las Bondades de la Marihuana, etcétera.

      Todos los días me abordan estudiantes para decirme que tal o cual enseñanza mía les ha sido útil en la vida. Algunos ejemplos: luego del curso que impartí sobre Elaboración de Aguardientes, uno de mis alumnos más avanzados compró una destilería y hoy es un tipo rico y próspero que me regala cada tres meses diez litros de aguardiente de caña con hierbas finas. Aguedita Minolta es conductora de un taxi, según me dice, gracias a la clase que di sobre Trabajos Alternativos. Lucas Vidal, alias El Muerto, tiene un consultorio homeopático que rige según los conocimientos que adquirió conmigo. Etcétera. Los casos de Chema Godoy (narrador), Irene Tournier (elevadorista), Chuy Mendieta (diputado) y Jerónima Salvatierra (lanzadora de jabalina) me llenan de gozo porque sé que su actual vida se gestó en alguna de mis cátedras.

      Los problemas con la Dirección empezaron con mi clase Técnicas de Besado. Susan Roth –estudiante de Chicago con aspiraciones a ser actriz de reparto– preguntó, en el curso que di sobre Conversar es Hu mano: ¿nos podría enseñar, maestro, cómo besar ante una cámara? Por supuesto que al día siguiente impartí la materia Cómo Besar Ante los Otros. Para eso fui contratado, según me dijeron, para enseñar.

      Sin embargo, el profesor de Dibujo Geométrico se inconformó con mi materia, llevó el caso a la Junta de Gobierno y me enviaron una “reprimenda”.

      Viendo a Hannibal ad portas llamé a la Universidad de Browninburgo para solicitar mi reingreso, me aceptaron de nuevo en su nómina, renuncié al Director, me pidió que no me fuera: que modificaría el reglamento. Al fin, decidí quedarme.

      El caso es que ahora todo el mundo está en mi contra.

      Los colegas me aceptan como profesor. Me saludan cada vez que nos topamos en la cafetería o en los pasillos. Incluso comí con el decano Rasgado la semana pasada y no se incomodó conmigo. La maestra de Tablas Gimnásticas me regaló una virgen que ella misma pintó. Y así: en apariencia soy un maestro más.

      Pero en el fondo: he sentido el desprecio de muchos colegas: Huberto, Fiur, don Robert Tapia, la dulce Catita, Lope, Poncelis y la doctora Angelina. No me cabe la menor duda: Veritas odium parit para alguien que Vitam impendere vero .

      Dos

      Ya comparecí ante la Junta de Gobierno para exponer los fundamentos de mi Curso. Me cuestionaron mucho sobre mis técnicas pedagógicas, en especial las concernientes a los diversos subtemas de las áreas de Práctica Sexual, Consumo de Drogas y Cocina para Dos.

      Como al día siguiente me tocaba responder a la pregunta de Rolan do Rijosa, “¿Cómo escoger entre una cosa y otra?”, expuse ante la Junta el abecé de mi clase Fundamentos de la Elección y el Libre Albedrío.

      Supongo que mi exposición fue algo más que elocuente ya que los indecisos tomaron una postura (en especial el vacilante Poncelis y la inestable doctora Angelina): sería expulsado del Colegio por los siguientes motivos:

      1) Incitación a la rebelión

      2) Comportamiento políticamente incorrecto

      3) Improvisación de conceptos

      4) Conducta reprobable y

      5) Faltas al reglamento interno (en especial me echaron en cara el artículo 49: “El maestro no podrá, bajo ninguna circunstancia, desnudarse en el aula ni besar a un(a) alumno(a)”).

      Afuera del lugar donde se llevó a cabo la reunión con la Junta, el Aula Magna Charles Fourier, el estudiantado esperaba las conclusiones. Con un altavoz, el Director dijo a los presentes que su maestro había decidido “renunciar”. Mientras él hacía su falso anuncio yo negaba con el dedo índice todo lo que decía. Los estudiantes lo abuchearon.

      Sin embargo, custodiado por dos elementos de seguridad, fui a mi cubículo a recoger mis pertenencias. Aunque les advertí que, como decía el filósofo Bías: omnia mea mecum porto, me obligaron a llevarme los retratos de François-Marie Arouet, Denis Diderot, Pierre Larousse y Walter Yust, mi corbata, mi taza para el café y las cartas que me habían escrito mis alumnos a lo largo de los diez años que impartí cátedra en el Colegio.

      Tres

      En la Universidad de Browninburgo una tal Mashenka había ocupado mi lugar entre el profesorado. Lo lamenté.

      Lo lamenté porque lo que más me gusta en la vida es enseñar y, al parecer, la puerta se había cerrado.

      Sin embargo, a un enciclopedista de mi rango, nunca se le cierran las puertas por completo: sabe todo.

      Pane lucrando, durante algún tiempo conseguí diversos trabajos regularmente pagados: hice el diseño de una máquina para procesar camarón seco, compuse canciones para un trío, jugué en un equipo de futbol, hice el aseo en una mansión y extraje muelas, apéndices y una vesícula.

      Hasta que, dos años y medio después, el Director, Huberto y Fiur me pidieron que regresara. Me negué: dignidad. Me suplicaron: los cachorros estaban abúlicos, indiferentes, raros. Acepté: libertad. Aceptaron: cualquier cosa a cambio de que el Colegio volviera a tener vida.

      Cargué con mis retratos de Voltaire, Diderot, Larousse y Yust y me instalé en mi nuevo cubículo.

      Mi primera clase la tuve que dar en el Auditorio Aldous Huxley porque en el Aula Magna Charles Fourier no cabían todos los alumnos del Colegio. Versó (la clase) sobre Papiroflexia.

      Asistieron también, en calidad de oyentes, casi todos los maestros regulares (ausentes: la dulce Catita, que tenía catarro, y Poncelis, que vacacionaba en la playa con su amante). Don Robert Tapia me preguntó: ¿qué es la geometría? –materia que, por cierto, él conocía de sobra, ya que era el encargado de impartirla en el Colegio–. Por supuesto, como guiño cordial, mi siguiente curso fue


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