Profesores, tiranos y otros pinches chamacos. Francisco Hinojosa
ambos hubieran optado por la punta de una pistola antes que soportar sobre las espaldas el fracaso de sus dones negociadores.
La esposa de Dimitri, doña Azucena García de Dosamantes, también tenía sus planes con la futura empresa familiar. Los humanitarios, los de rescate histórico y cultural, los de sociedad y los turísticos. En cambio Thelma Esther, la amante, dijo que se conformaba con ser concesionaria de una estética unisex.
La señora de José Asunción, por el contrario, nunca se enteró de los negocios que se tenía entre manos su marido. De haber estado cuerda, seguramente lo habría prevenido acerca de los peligros que significa comprar países. Los del hospital psiquiátrico no le permitían tener contacto con el mundo exterior.
El miércoles, a las 7:15 de la mañana, Dimitri y José Asunción llegaron a la Casa Floral acompañados de casi treinta consultores, abogados, socios, secretarios y edecanes para cerrar la operación.
El presidente, con otros treinta allegados de sus más altas confianzas, les dio la bienvenida. Y ambos equipos se pusieron a trabajar según la agenda y a renegociar el precio, las condiciones de la transacción, los términos de la entrega, el futuro mediato e inmediato del país y sus respectivos honorarios, comisiones y prebendas.
La reunión de alto nivel duró casi diecisiete horas, en las que hubo discusiones, arreglos, modificaciones, brindis, canapés, diplomacia, bromas, manoseo de conceptos, conclusiones y despedidas. Las piezas que amenizaron el encuentro, interpretadas por el cantautor José Raphael José, no tuvieron el impacto en los asistentes que el equipo presidencial había calculado.
Y es que el tiempo apremiaba.
Después de la firma del documento –cinco mil seiscientos ochenta fojas– que transfería los bienes materiales, financieros, culturales, olímpicos, mineros, ferroviarios, astrológicos, pétreos, filatélicos, porcinos, panteónicos, espirituales y volcánicos de la nación a los señores Dimitri Dosamantes y José Asunción Mercado, los medios masivos de comunicación tuvieron acceso a los nuevos dueños del país, que dieron una conferencia conjunta de prensa.
–¿Está contemplado, en su administración, vender a extranjeros nuestras minas de zulamamita y de esteronomio? –preguntó el reportero de La nueva era.
–¡La riqueza de nuestras minas –dijo a gritos Dimitri para que lo escucharan todos– es la riqueza de nuestras minas! No puedo añadir nada más al respecto.
–¿Seguiremos siendo los eternos candidatos a organizar las olimpiadas? ¿Piensan proponer nuestra candidatura otra vez para el año 2046? –preguntó el jefe editorial del diario deportivo Aquel.
–No solo las olimpiadas: el Mundial de Ajedrez, el Festival de Cannes, el carnaval de Brasil, la entrega de los Óscares, Miss Mundo, la carrera de Indianápolis, el Nobel de Química… Todo, todo, todo, queremos todo.
–Incluso estamos considerando –añadió José Asunción– organizar la Primera Gran Feria del Chilaquil para el año que entra.
Luego, en la Plaza Mayor, se le permitió al populacho manifestar su beneplácito ante el soberano y magno acontecimiento. Vítores y plácemes llovieron a mares. Sensación compartida por el vulgo de que algo bueno estaba por llegar. Una luz en el firmamento. Fuegos de artificio.
Dimitri salió al balcón presidencial para recibir la primera manifestación de aprecio del pueblo –algo que había soñado toda su vida y que estaba seguro de que algún día le llegaría, ya que había tenido la experiencia previa de comprar un equipo de béisbol en Estados Unidos y ser su líder.
Dijo entonces sus primeras, sentidas palabras como nuevo codueño del país:
–¡Vivamos nosotros!
–¡Vivamos! –coreó la multitud.
–¿Y ahora? –le preguntó José Asunción a Dimitri el lunes por la mañana, justo cuando el general representante de las fuerzas armadas solicitó la comparecencia de los nuevos mandatarios para izar el lábaro y hacer los honores correspondientes a los símbolos que unen o deberían unir o alguna vez unieron a los connacionales.
–Pues…, icemos el lábaro, por algo somos los nuevos dueños del país, ¿no crees?
–Icemos.
Y Dimitri y José Asunción izaron la nueva bandera, diseñada por la firma Traciani de Milán, en tonos amarillo guayacán, verde ficus y magenta buganvilla, con un nuevo escudo: un ocelote echado al lado de un agave azul mientras devora una rata decapitada: justo la imagen que el azar le regaló a Dimitri la primera vez que visitó el país. Llegaron una tipa y un tipo de aspecto armenio a vender armas a la oficina de la presidencia. Hicieron su exposición con diapositivas, videos y un breve discurso acerca de la seguridad nacional, que incluía los conceptos de ofensiva, defensiva, teledirigido, destrucción masiva, nuclear, ojiva, enemigos y hermandad.
Los socios presidentes escucharon pacientemente a los vendedores.
–Por lo pronto, no estamos en condiciones de hacer un pedido –respondió Dimitri tratando de ser cortés–. Estamos muy gastados…
–Pero son necesarias –intentó explicar ella–. Un país sin armamento moderno no es país.
–Podrían ser atacados, ¿comprende?
–Estamos en buenas relaciones con las naciones del mundo –externó José Asunción.
–Somos gente de paz. No nos sentimos amenazados.
–¿Cree usted que nos decidimos a comprar un país para jugar a las guerritas?
–Comprendan, señores mandatarios, que los países necesitan estar preparados para cualquier eventualidad bélica.
–Su ejército merece estar a la vanguardia. Quisiera no ser yo la portadora de esta noticia pero…: el armamento que tienen es obsoleto. Por lo tanto son un país, como se dice en el medio, vulnerable.
–Invadible.
–Agendable.
–¿En cuánto anda saliendo uno como estos? –José Asunción señaló la imagen de un misil sobre el catálogo que tenía ante sus ojos.
–El juego de doce misiles Revolution anda por los cinco millones de dólares.
–Si los quieren con ojivas biológicas –cerró un ojo la vendedora–, añádanle unos doce mil más por misil. Hemos desarrollado unas bacterias que se van a ir de bruces cuando les enseñemos fotos de los ensayos que hemos hecho.
–¿Nos pueden dejar el catálogo?
–Con la compra del juego de misiles –explicó el vendedor– le estamos regalando un auto blindado y una metralleta SK-2004.
–Y dos viajes a Hawái con todo pagado.
–Para cuatro personas en habitación doble.
–Siete noches, ocho días.
–Barra libre.
En el norte del país estalló la Primera Gran Inconformidad –como fue llamada por los medios– hacia mediados de mayo, justo el día en el que cumplía treinta y cinco años Dimitri Dosamantes. En señal de protesta por los altos aranceles que imponía el poderoso país vecino a la exportación del ajo, el líder de los ajoproductores, don Pólipo Arozamena, convocó a sus agremiados a exprimir media tonelada de esos bulbos liliáceos en la puerta de la Casa Floral.
Pese a que Dimitri no aguantaba mucho el olor a ajo, hizo frente a la eventualidad con la entereza que debe mostrar un paladín. Sin permitir que los inconformes se dieran cuenta de la repugnancia olfativa que le provocaba su protesta, se comprometió a hacer una campaña para elevar el consumo del ajo entre la raza y ofreció promover los pulpos al ajillo como plato típico, étnico, nutritivo y ancestral.
–Desde hoy –dijo en la sede del gremio–, ajo, turismo y desarrollo irán de la mano.
Doña Azucena García de Dosamantes –esposa de Dimitri,