Profesores, tiranos y otros pinches chamacos. Francisco Hinojosa

Profesores, tiranos y otros pinches chamacos - Francisco Hinojosa


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no tenía conocimiento, el pobre, de que portaba el virus.

      Estaba el cadáver de marras asoleándose en un hotel de tres estrellas al norte de Puerto Langosta cuando dos interpoles lo reconocieron.

      Estaba el indiciado Darío Yáñez escribiendo una carta abierta a la opinión pública para demandar el respeto de sus derechos humanos cuando le vino un infarto. Un celador le dio los primeros auxilios. Un enfermero, a quien siempre le había gustado el preso, lo recibió con respiración de boca a boca. Fue trasladado más tarde, en helicóptero, a un hospital cinco estrellas para que no muriera. Y de hecho no falleció, gracias a la intervención del procurador, que lo necesitaba vivo para quién sabe qué.

      Estaba Pía Montenegro haciéndose la que no se daba por enterada en la caja del súper cuando la reconoció el capitán Sayavedra:

      –Pa’ viajecito en crucero que se hubiera endilgado con Poliméndez, mi doña Pía: de la que se perdió.

      –Ni soy su doña, ni su Pía, ni mendiga de viajes y/o cruceros. Además: el Mendipoli repúgname.

      –No sea taruga.

      –No me venga usted con sus prepotencialidades.

      –Solo quiero negociar.

      –Expanda sus criterios: sayaexpóngase.

      –Lo del muertito.

      –Déjese querer por los que aún andamos con ánima y olvídese de los gusanos y la podridera…

      –Sabía que usted era de las buenas…

      –Todo es cuestión de que nos pongamos de acuerdo en lo que se refiere a las finanzas o los empréstitos.

      –¿Y el viaje en crucero?

      –Que conste que yo no dije nada.

      Estaba Garcilaso de la Rúa escribiendo el último capítulo de la microhistoria de su pueblo natal justo cuando asesinaron al Tuzo y a la Tuza con una granada de mano. Un gran homicidio, al decir de los expertos. El Tuzo llevaba sus gregüescos de lana y cuero.

      Dos días después, el policía Méndez se descalabró y, aunque no quedó del todo imbécil, su hermanastra lo internó en una granja para deficientes. Trató de escapar en varias ocasiones. La sexta, en las afueras del psiquiátrico, fue embestido por un camión de pasajeros, “resultando muerto”.

      La esposa del presidente se fue a vivir a South Carolina y se puso a leer como loca. Tres años después escribió una novela llamada Just Stupid People, bienvenida por el NYTRB y El Clarín. Se le vio firmando li bros en algunos Barnes & Noble. Murió por sí sola, a los setenta y dos.

      Pía Montenegro, luego de su fugaz paso por la cárcel de mujeres, se agenció una supermoderna hotdoguera. Como microempresaria no le fue mal ni bien: justo lo necesario para realizar su más caro anhelo: al cabo de los años (dieciocho) viajó en un crucero moderno. Todos los días de la travesía vomitó. La gente en general hablaba de sus arrugas: sin llegar a la crítica. Aunque un poco tarde, el doctor Jiménez la amó un jueves lluvioso.

      Al capitán Sayavedra no le fue menos peor: un mal adjudicado a bacterias desconocidas por la ciencia lo obligó a vivir el resto de sus días con un extraño movimiento de boca: como si quisiera decir todo el tiempo “hongo-hongo-hongo”.

      El supuesto cadáver terminó muriendo de la manera más estúpida. Y su presunto asesino, Darío Yáñez, abandonó poco después su injusta reclusión: regresó a la vida empresarial de la que había sido indebidamente apartado. Si bien su fortuna no le alcanzó para competir con sus rivales millonarios, se hizo de prestigio en los altos círculos sociales de Hollywood. Un prelado lo consideró canonizable.

      Estaban un día los asuntos como para andar de oídos sordos, o inventarse pies en polvorosa porque sí, o de plano echar las cosas en saco agujereado, cuando mataron a otro personaje de la misma calaña.

      Y el Diablo, para su contento, regresó y regresó.

      EL TIEMPO APREMIA

      Para Juan Villoro

      Les costó casi un año conseguir la cita con el presidente.

      –Los escucho –dijo el jefe del Ejecutivo sin preámbulos a sus jóvenes interlocutores: Dimitri Dosamantes y José Asunción Mercado.

      –Sabemos que usted es la máxima autoridad del país…

      –Continúen, por favor, que el tiempo apremia.

      –Si el tiempo apremia, vayamos al grano –dijo Dimitri.

      –Queremos comprar el país –concluyó José Asunción.

      –¿Sorry?

      –Mire, señor, venimos con usted, que es la máxima autoridad de la nación, para hacerle una oferta por el país. Así de sencillo.

      –Una oferta justa, por supuesto.

      –Hemos hecho nuestras averiguaciones acerca del precio por metro cuadrado, tanto de las zonas residenciales como de las dedicadas a la agricultura, el ganado, el comercio, la industria…

      –El valor de los inmuebles, ya sean casas, escuelas, edificios de oficinas y de apartamentos, malls, estadios, hospitales, hoteles, restaurantes…, todo…

      –Los monumentos, las estatuas, las fuentes, el obelisco, el jardín botánico…

      –La infraestructura de carreteras, puentes, túneles, vías férreas…

      –La casa de moneda, las reservas naturales…

      –En fin, estamos bastante adelantados en cuanto a tener un avalúo total basado en datos confiables.

      –No estoy seguro de comprender –dijo el presidente con una sonrisa amigable–, ¿ustedes vienen conmigo para que les venda el país?

      –Nada más exacto.

      –¿Y por qué piensan que el país está en venta?

      –Sabemos de buena fuente que ningún país del planeta está a la venta.

      –¿?

      –Estamos convencidos de que en este mundo todo tiene un precio…

      –Aunque no esté a la venta, ¿comprende?

      –Señores –se puso serio el presidente–: por si no están enterados, tenemos una Constitución.

      –También queremos comprar la Constitución.

      –Y su bandera, a la que por cierto no le caería mal un diseño más moderno.

      –Con colores más vistosos.

      –Y también el himno y los héroes y el Congreso…

      –Bien, señores, ha sido un placer platicar con ustedes… El tiempo apremia…

      –Sabemos que el tiempo apremia. Le dejamos aquí nuestra propuesta económica, así como los estudios de mercado que hicimos, cotizaciones, levantamientos, planos y planes…

      –Una lista de nuestros socios, los nombres de los bancos que nos apoyan, cartas de referencia, currículum, historial crediticio…

      –Falta un solo detalle –dijo Dimitri cuando el presidente le daba la mano en la puerta–: por supuesto que si nos vende el país lo compramos con todo y su deuda externa, que como usted bien sabe no es un problema menor…

      –Y lo compramos también con las muestras masivas de desacuerdo con la política económica que usted aplica al pueblo desde hace cinco años. Recuerde que según la FOA, la UNESCO, la ONU y la FIFA su país está en el primer lugar de pobreza del continente.

      –Con la operación tendrá también nuestro silencio acerca de los planes secretos de venta de materia prima que tiene con varios bancos de sangre en el extranjero. ¿Me explico?

      –Y un prearreglo


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