Profesores, tiranos y otros pinches chamacos. Francisco Hinojosa
de la actuaria Conchita, cinco en el anfiteatro, cuatro en dormitorios equivocados, tres en la clínica, dos en la huerta y uno en el crematorio.
Y por supuesto, se suspendieron las clases. Y se dejaron de vender gelatinas, cacahuates y condones en las aulas. La Comisión de Derechos Humanos y Acoso Sexual suspendió sus sesiones colegiadas y dejó de emitir su única recomendación, sesenta o setenta veces formulada: el despido del ortodoncista Lauro Juárez por la violación de sesenta o setenta aspirantes a dentistas.
Mi jefe tuvo que cancelar sus requisiciones de abono equino, queso de puerco, bolígrafos de tinta azul y latas de abulón, por mencionar solo algunos de los muchísimos productos que mi departamento suele surtir a la universidad.
Tuve razón al correr la voz: el río llevaba sus aguas. Y aguas negras eran. Por algo el campus olía a caño.
Para decirlo en pocas palabras: mi universidad se arroturó: los estudiantes dejaron de asistir porque la criminalidad andaba suelta y porque los catedráticos estaban ansiosos y con pocas ganas de impartir sus materias.
La universidad, entonces, se me vino muy abajo.
Finalmente, presionado por los acontecimientos, el rector se reunió con los allegados: su linda esposa, el procurador de Justicia, el director de la Facultad de Letritas, el nuevo maestro de griego y mi jefe, que por cierto no se siente bien si no me lleva a sus reuniones. Dicen que soy su conciencia.
Y me llevó consigo.
El señor rector expuso sus razones: “Antes de que la estulticia desborde los muros de nuestra Casa”, dijo, “y la sociedad entera resienta sus atroces consecuencias, es nuestro deber supremo, como autoridades que somos, acudir a las instancias correspondientes para que, con su auxilio, pongamos un alto a la situación, ¿no creen? Estoy de mí seguro que Hipócrates, Unamuno, Tocqueville u otro estarían de acuerdo con esta decisión que habremos de tomar como medida extrema a los sucesos que tiñen de negro nuestra universidad, ¿no creen?”.
Sus cuestionamientos y aseveraciones fueron acogidas por los allí presentes con algo de lástima. El nuevo maestro de griego le mandó un recadito, que tuve el cuidado de guardar: Eγώ μέν άποδέχομαι οΰτω. Creo que el rector lo entendió, aunque estuviera en ruso o chino.
A continuación tomó la palabra el procurador: “Así es de que, uta, che suegro (se había casado con la hija del rector), le voy a mandar unos elementos que, uta, va a ver cómo le hacen la limpieza. Ire, rector, le juro por ésta que le voy a trapiar bien. Uta si no. Por algo dijo el presidente que yaeraora de recomponestacionar las cosas, cabrn: por ésta que le recomponestiono su escuelita. Usted sabe de que yo no me apuñalo en estos menesteres, cabrn”.
Lo que siguió a la reunión de allegados ya todos lo saben: la policía entró al campus a la mañana siguiente y lo “trapió”.
Algunos integrantes de la banda de Los Tucanes intentaron oponerse a la toma de las instalaciones con escopetas y bazucas extraídas de la colección del MUA (Museo Universitario de Armas), pero fueron requeteabatidos por las fuerzas del orden. Los Diles Que No Me Maten pidieron eso mismo. Luego hicieron un plantón en las afueras de Rectoría y fueron retirados a macanazos. Cuando se organizaban para elegir quiénes levantarían la huelga de hambre, uno de los elementos del procurador recibió la orden: “Primero rodielos; y ya questén rerrodiados, me los agarra y los trai al sótano. Y uta si se le va alguno, sargiento”. “Puts, mi lic”, contestó a través del celular. “A ver, dígame cuándo se me ha pelado alguien que usted me haya dicho ‘uta si se le va alguno’, a ver, cuándo. Si bien que sabe que yo no soy joto”.
Con un gran alarde de higiene, los elementos al mando del sargento “rodiaron” a los coludidos, checaron que las latas de abulón no escondieran droga e hicieron sus prácticas de tiro contra “lo que se moviera”: pájaro, mariposa o catedrático. Luego fumaron habanos, cortejaron a los osos koala del laboratorio de Biología y nadaron en la alberca olímpica.
Al otro día, el presidente de la Asociación de Padres de Familia intentó poner un desplegado en los periódicos, pero no fue posible por órdenes de arriba. La esposa del presidente de la APF convocó al voluntariado de la APF, la APE y la API a hacer una marcha de protesta desde el campus hasta el edificio de la Secretaría de Educación Privada. Si la marcha no se llevó a cabo, fue por cuestiones ajenas a la voluntad de los manifestantes: un plantón de los porcicultores del sureste les impidió el paso hacia su destino.
El presidente de la república, psicólogo don José Galicia de la Fuente, en obvia referencia al conflicto universitario, recalcó furioso, en su discurso ante los banqueros del Bajío: “La ley es la ley, aun cuando estemos en un periodo transitorio de definir cuáles son nuestras leyes. Y nadie puede sustraerse a estas o a aquellas. En nuestro país no hay intocables. La impunidad será erradicada de nuestra vida constitucional. El que las debe, las paga. El que delinque termina en las mazmorras, aunque sepa latín”.
La multitud que llenaba el recinto, conformada por campesinos cacaoteros, ya que los dueños de los bancos invitados tuvieron compromisos de última hora, aclamó al presidente y exclamó a coro “José Galicia, José Galicia, queremos justicia”. Luego, los asistentes compartieron con el ejecutivo hot dogs, según se supo por los diarios.
El Químico Figueroa, junto con otros 65 catedráticos, maestritos e investigadores, fueron sentenciados a purgar diversas condenas en la cárcel: dos o tres años para unos cuantos, quince o dieciocho para los más, veinticinco para el licenciado Sahagún y el lingüista Canek, a quienes sorprendieron inhalando droga en el baño noroeste de las niñas. Sus cargos: sedición, homicidio con ocultación de cadáver en construcción, tráfico de sustancias y animales en peligro de supervivencia, drogadicción en baño ajeno, voyerismo, robo de armamento, daño al patrimonio cultural, práctica indebida del legrado, bullicio y asociación académica delictuosa.
A la maestrita Vasconcelos se le condonó la pena a cambio de que aceptara casarse con un hijo del presidente de la república que andaba viudo.
En fin: la universidad cerró sus puertas por tiempo indefinido. Lo que significó también una sentencia de muerte para las pocos erizos de mar y las zarigüeyas que seguían vivos en los laboratorios.
No sucedió lo mismo con nosotros, los administrativos: tuvo el tal Irrigoyti Eyzaguirre buena visión política, ya que pudo deslindar nuestras luchas salariales de las fechorías académicas. Como corrernos de la exuniversidad era muy “oneroso”, eso dijo, nos mantuvieron a todos el salario durante casi cinco meses, sin otro trabajo que hacer cola en la Secretaría de Educación Privada para cobrar. Hasta que la situación se “destensara”, nos explicó, o hasta que “los tiempos fueran propicios” para reabrir las instalaciones.
Además de hacer cola para cobrar, dediqué ese MASALF (Medio Año Sabático A La Fuerza) a estudiar inglés para escalafonarme como secretaria privada cuando “los tiempos fueran más propicios” y la cosa se “destensara”. Me nació el quinto nietecito, visité varias veces a la maestra Lupita en el hospital y dejé de comer carne por lo de las hemorroides. ¡Ah!, y sufrí la pérdida de mi comadre Charito.
Hasta donde estoy informada de primera mano, durante esos cinco meses se coludieron el doctor Guzmán, el procurador de Justicia, el Cadáver –como se le conoce al director de la Facultad de Defensa Personal– y la adorable esposa del rector. Entre los cuatro hicieron grupito, consiguieron subsidios y entablaron pláticas con las autoridades a fin de reabrir las instalaciones, destensar la situación y lograr el momento propicio para “olvidar el pasado”, como dijo el doctor Guzmán en una entrevista para la TV.
Y sucedió todo de la misma manera en la que el tal Irrigoyti Eyzaguirre nos lo había futurizado en una asamblea extraordinaria que se llevó a cabo en una marisquería céntrica: “Nuestras instalaciones se reaperturarán, nuestros sueldos se devengarán con sanidad y pediremos una hora y media de lactancia y dos latas de pulpos en su tinta en nuestras magras despensas”.
El día fijado para regresar a la chamba fue un cuatro o seis de julio, si mal no recuerdo. Todos tratamos de trabajar ese día y los siguientes, aunque sin jefes, académicos, maestritos e