Profesores, tiranos y otros pinches chamacos. Francisco Hinojosa
otra fechoría se refiere al jefe de Estacionamientos y Parquímetros, que ya ni me acuerdo cómo se llamaba: le inventaron que se acostaba con la esposa del doctor Guzmán y este le mandó a dos maestros del departamento de Lucha Grecorromana para que lo ablandaran en el salón de Danza Moderna. Dicen que se les pasó la mano con el gato hidráulico y que lo enterraron abajo del nuevo edificio de Psicología, que estaba en construcción en ese entonces. Nadie volvió a saber de él.
Otra de las bandas, Los Diles Que No Me Maten, comandada por el lingüista Canek, se dedica desde hace mucho tiempo a vender exámenes, calificaciones y prendas íntimas y a difundir la idea de que el Juicio Final está más próximo de lo que esperamos, cosa que, por cierto, yo no creo. Desde hace poco les ha dado también por hablar en latín o en ruso y por condenar el aborto, práctica muy extendida entre el estudiantado y plenamente apoyada por los practicantes de la Medicina, que son muy considerados en el costo de sus servicios. Tanto administrativos como estudiantes, los tenemos en alta estima.
La pandillita de Canek, además, cobra impuestos a los estudiantes por correr en la pista, por besarse en público y por insinuarle cosas a la maestra Pita Vasconcelos, miembra de la banda. Salvo los más tímidos, todos los alumnos le proponen diversos acontecimientos a la comunicóloga Pita, que es muy chula, según aprecian los conocedores.
Por todo ello y otras muchas cosas que no he tenido tiempo de contar o de saber, supongo que el doctor Guzmán ha tenido motivos de sobra para tramar lo que dicen que anda urdiendo: correr a todos los académicos y contratar a otros: también llenos de prestigio, medallas, diplomas y maneras propias de coludirse y apandillarse.
En los pasillos se escuchan cosas: que el doctor quiere acabar con las bandas para organizar la suya, que camina a pasos rapiditos, que anda queriendo meter al Ejército para acabar con el vandalismo, que está maquinando su futuro político a costa de la criminalidad. Se diga lo que se diga: el secretario del rector ha dado pie a los rumoreos.
A partir de que dejé correr la voz, las reacciones de Los Tucanes, Los Diles Que No Me Maten y Los Sabios no se han dejado esperar: una bomba molotov dejó ciego al odontólogo Santín, el pobre; los árboles frutales de la huerta sur amanecieron un día plagados: unos gusanitos color naranja se comían la pulpa de las guanábanas y los kiwis; el coche del doctor Guzmán fue pintarrajeado con grafiti obsceno, y la señora madre del rector falleció un miércoles a las diez de la noche, día y hora en la que él suele jugar dominó con la maestrita Pita Vasconcelos, el director de la Facultad de Arquitectura y el jefe de Baños y Abrevaderos.
La reacción en sentido inverso y con no menos fuerza correspondió a Rectoría: suspendió sin explicación de por medio los Bonos al Mérito Académico, cerró el restaurante-bar para maestros, llamado La Gondolita, intensificó la búsqueda del jefe de Estacionamientos para encontrar pruebas inculpatorias contra Los Tucanes y echó a andar el programa UFC (“Una Falta y a la Calle”), que significaba que quienes no impartieran puntualmente sus cátedras podrían ser despedidos, sin importar las razones que justificaran las ausencias, los retrasos o las suplantaciones.
La comunidad estudiantil, ajena a toda esta guerra desatada entre autoridades y académicos, ha resentido sus efectos: los catedráticos no tienen tiempo para dar sus clases con verdadera entrega profesional, se escuchan llantos tras los cubículos y explosiones eventuales en diversos lugares del campus. Por su parte, los aborteros están ocupados justo cuando una alumna embarazada necesita de su auxilio y, en general, al profesorado se le ve, digamos, atarantado.
Hasta el tipazo de Técnicas Hidrobiológicas, importado de la Universidad de Idaho, confesó no saber gran cosa de la materia y les propuso a sus pupilos un experimento poco ortodoxo: murió una chica en consecuencia.
Con el cierre de La Gondolita, la cafetería de los estudiantes se ha llenado de maestros que fuman puro y beben burbon de las botellitas que venden los miembros de Los Manueles. El jefe de Cafetería, Puestos de Tortas y Misceláneas se encarga de abastecer los mejores alimentos a los profesores (abulón, conejo estofado, lechón en pipián y helado de canela), en perjuicio del estudiantado y la intendencia, que solo podemos consumir sopa de poro y papa, picadillo a la Nacajuca, arroz con chicharitos y, de postre, papaya.
El líder de la Asociación de Pupilos Externos (APE), un buen orador aunque mal psicoterapeuta, intentó averiguar qué sucedía y, según cuentan, cuando al parecer ya tenía los cabos atados fue reclutado por Los Tucanes o Los Diles Que No Me Maten. Son cosas que dicen. Por eso las pongo aquí.
No muy distintas de las que cuentan del tal Irrigoyti Eyzaguirre: que es un joven que asegura no meterse en líos ni tener secuaces. Según yo, según mi manera de apreciar las cosas y los momentos: él es un líder limpio, medio innato, al que le gusta el chismorreo, la barbacoa de hoyo y la maestra Pita Vasconcelos. Si nadie duda de su entereza sindical, ¿por qué habría de hacerlo yo?
Es más: en lo que respecta a nosotros los administrativos, la guerra nos ha afectado más bien poco y nos divierte enormidades. Hace unas semanas el tal Irrigoyti Eyzaguirre, nuestro insustituible secretario, convocó a una asamblea para analizar la situación. Resultó una de las más divertidas de las que se tenga memoria. Al fin, decidimos por votación unánime conservarnos a la retaguardia y aprovechar la turbulencia para pedir un aumento de sueldo. Con las cosas como estaban, no era difícil que se quitaran la carga del emplazamiento a huelga con unos cuantos pesos. La fecha que pusimos para que respondieran a nuestras demandas fue el último día de noviembre, fecha eficaz por corresponder al aniversario de nuestra Casa de Estudios, el cumpleaños del doctor Guzmán y la instructora de aeróbics.
Aunque no nos dieron el aumento que pedimos (25 o 65 por ciento, ya no recuerdo) desistimos a la tercera negociación que tuvimos con los compinches del doctor Guzmán. Nuestra honra gremial no se vio por ello disminuida: logramos más vales de despensa, día de asueto los miércoles de ceniza, seguro contra despido injustificado y una hora, en vez de los treinta minutos vigentes, de lactancia.
En medio de tanta agua revuelta, comentamos después, no nos fue tan mal. Años atrás, solo habíamos conseguido dos latas de sardinas y un bote de mayonesa para la despensa, uniformes amarillos en vez de los violetas que las autoridades nos obligaban a usar y aumentos salariales de inflacionados, según me explican quienes saben de macroeconomía y gasto hogareño. Nada más. Logramos también que la maestra de bordado fuera considerada en el programa AS (Año Sabático).
Y la verdad todo iba bien: sustancioso para quienes gustamos de los chismes y los rumoreos, y ganancioso para el llamado personal administrativo. Hasta que estalló la guerra y se desataron los puñetazos en las oficinas, los pasillos de las facultades y el gimnasio. La gente se hizo de palabras, se increpó, se dio por aludida, se mentó todo lo que a lo largo de los años había acumulado de bilis.
Hubo agresiones de esas calificadas “con arma blanca”, además de gisazos, piquetes, torturas con alacrán, simulacros de mordida, quemadura (o quema dura, ya no recuerdo) con cigarrillo. Cuando no hacían alardes porriles, los académicos se quejaban de golpes bajos y mutilaciones. Sierras eléctricas por un lado, brazos desprendidos por el otro: la civilización de la barbarie, como le llamó el acupunturista Estrada, muy dado a filosofar sobre cualquier tema.
Y se destruyeron archivos y bibliotecas, programas básicos de la red, proyectores de diapositivas, pizarrones y hornos de microondas. Los Manueles robaron del almacén cantidad de cosas: sesenta kilos de arrachera marinada, dos litros de ácido sulfúrico, una iguana preñada, ocho toallas Pier Nerval y cinco ejemplares del libro escrito por la maestra Pita Vasconcelos: La pubertad en una comunidad huichol. Se dice que el banco de semen fue adulterado con bacterias o microbios o microorganismos, algo así.
Fallecieron muchos changos, topos, erizos de mar y escorpiones por la carencia de sus sagrados alimentos. Los prados se amarillaron y el agua de la alberca enverdeció. En el laboratorio de Fotografía los ácidos destruyeron un retrato del hijo del rector y la sala de conciertos se convirtió en guarida de ratas, que tenían antes por residencia los laboratorios de Biología.
Las canchas de tenis, baloncesto y golfito se transformaron en centros de reunión para Los Tucanes, Los Manueles y Los Diles Que No Me Maten, respectivamente.
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