Educación católica en Latinoamérica. Patricia Imbarack
es el de mantener el carisma vivo.
¿Qué impacto tiene sobre una obra educativa católica que la conducción sea llevada adelante por laicos, cuando siempre ha sido conducida por religiosos? ¿Trae esto implícita una disminución de la fuerza del mensaje? ¿Qué medidas han debido tomar las jerarquías de la Iglesia y las órdenes en particular para que este traspaso se produzca de la manera menos traumática posible? ¿Genera esto alguna transformación saludable?
Todas son preguntas pertinentes que no tienen una respuesta única. Como tendencia, se puede señalar que desde hace por lo menos 30 años en América Latina este fenómeno ha provocado un paulatino traspaso de muchas instituciones educativas católicas a manos de laicos, o a lo sumo a una conducción compartida con ellos, lo que ha requerido una preparación y una definición renovada de roles y responsabilidades.
La crisis de las vocaciones también ha traído consecuencias importantes en el terreno material. De hecho, muchas instituciones educativas formales ubicadas en contextos de pobreza han debido cerrar sus puertas, acuciadas por las dificultades económicas derivadas de no poder contar más con personal religioso no remunerado, que debía ser sustituido por laicos remunerados. Las ecuaciones económicas en muchos casos no han resistido el cambio y el cierre ha sido la única opción. Al respecto, el especialista en educación católica Gerald Grace, señala que la baja de las vocaciones religiosas de los últimos años ha debilitado mucho el servicio a los más pobres, una de las claves de la educación católica (Grace, 2016).
El problema del progresivo cierre de instituciones educativas católicas ubicadas en contextos de pobreza ha afectado de manera especial a algunos países de la región. Desde la década pasada, ya se planteaba la necesidad de apelar a la solidaridad entre pares para impedir que siguiera deteriorándose el servicio que la Iglesia ofrecía a los pobres (Aristimuño, 2007), proponiendo una suerte de padrinazgo de los colegios más débiles por parte de los más fuertes económicamente. Conocedor de esta realidad, y respondiendo a la pérdida que ello ha implicado para la Iglesia de Uruguay, hace 4 años el Arzobispo de Montevideo creó la Fundación Sophia, como una red de instituciones católicas con una conducción clara y muy definida, orientada a la innovación y el trabajo colaborativo destinado a fortalecer las instituciones católicas más débiles en lo pedagógico, lo organizacional y lo económico. La Fundación comenzó con un puñado de instituciones, y apenas en cuatro años ya reúne una red de 20 colegios en todo el país, cubriendo cerca de 4000 estudiantes. La estructura de red facilita la existencia a nivel central tanto de una coordinación pedagógica, como de gestión administrativa, lo que les permite a las instituciones enriquecerse de aportes técnicos, a la vez que les alivia de gastos de gestión que son compartidos, dotados de coherencia y racionalizados gracias a las coordinaciones centrales.
3. LA DESIGUALDAD Y LA CRECIENTE VIOLENCIA SOCIAL ESPECIALMENTE PRESENTE EN LOS CONTEXTOS POBRES
Un segundo conjunto de cambios de la sociedad que ha impactado las instituciones escolares católicas tiene que ver con los elevados niveles de desigualdad social que todavía enfrenta la región latinoamericana y con el impacto negativo de la violencia, el crimen organizado y el narcotráfico, sobre todo en los contextos de pobreza. Si bien la región ha vivido recientes años de bonanza económica, y una saludable mejora en la distribución de la riqueza, ambos palpables en diferentes indicadores que han mejorado para casi todos los países (crecimiento del PBI, descenso del coeficiente de Gini), la desigualdad todavía marca fuertemente el panorama social de la región. Esto es particularmente desafiante en países donde la pobreza y la desigualdad incluyen a millones de niños y adolescentes. Por otra parte, algunos de los países latinoamericanos tienen altos porcentajes de población carcelaria muy joven1.
La educación católica, tal como le sucede a los Estados, se enfrenta así a un fuerte desafío. El mandato para ella es el de profundizar y fortalecer sus obras y su trabajo en los contextos de pobreza, ofreciendo una alternativa de valores, esfuerzo, educación y proyecto de vida, frente al atajo de la vía rápida hacia el dinero fácil. En definitiva, en estos contextos los niños son disputados entre, por un lado, las obras educativas y, por otro, las fuerzas de la criminalidad, que están haciendo mella en los contextos de pobreza en toda la región, reclutando adolescentes y jóvenes en situación de vulnerabilidad. En países como Uruguay, donde deficitarios servicios estatales de educación llevan a que miles de adolescentes abandonen los centros educativos cada año, el desafío adquiere dimensiones nunca antes vistas. Si bien sus vecinos Argentina y Chile logran que se gradúen en la secundaria superior más del 80% y 90% respectivamente, Uruguay apenas llega al 40%. Esto implica que miles de jóvenes cada año quedan fuera de los circuitos de socialización que garantiza la educación escolar, y pocas alternativas y oportunidades les son ofrecidas. La desigualdad, la pobreza, y la creciente violencia que los rodea generan un ambiente altamente negativo para ellos, sus familias y la sociedad en su conjunto.
El número de organizaciones de la sociedad civil (OSC) dedicadas a la educación ha aumentado, muchas de ellas promovidas y puestas en marcha por organizaciones católicas. Este desafío es muy similar al que Gerald Grace señalara hace 10 años para los líderes de escuelas urbanas católicas de Inglaterra: “entre los principales retos que se han señalado figuran la alimentación de la espiritualidad de los jóvenes, para contrarrestar la presión externa del secularismo, el hedonismo y el materialismo…” (2007: 320).
La Iglesia Católica ha estado presente de muchas maneras en los contextos de pobreza de América Latina desde la época de la Colonia. Las instituciones educativas católicas de todos los contextos suelen dedicar una parte importante de su trabajo social y de voluntariado a la atención y promoción de la población ubicada en contextos de pobreza y marginalidad y de hecho el sistema escolar católico se ha constituido, a través de ellas, en un importante actor social. También existen numerosas instituciones escolares ubicadas estratégicamente en estos contextos, para un servicio directo. Y existe, además, otra forma de estar presentes, que emerge de la creación de instituciones especialmente diseñadas para contextos de pobreza, como las escuelas de la red Fe y Alegría, que constituyen una respuesta nacida en América Latina y un claro testimonio de la labor de las instituciones de raíz católica frente a los problemas de la marginalidad de la niñez y la adolescencia.
En el continente, los contextos sociales de pobreza y, sobre todo, de marginalidad albergan altos porcentajes de niños. En la Tabla 1 puede verse cómo la proporción de niños pobres en relación a la población total, en lugar de disminuir ha crecido en algunos países de la región. Asimismo, como dato puntual, puede verse cómo, en el país con los mejores niveles de igualdad social del continente (medido por su coeficiente de Gini de 0,38), como es Uruguay, la situación de la niñez pobre empeora con el tiempo. Esto, en términos concretos, significa que en dicho país casi la mitad de los niños y jóvenes en edad de asistir a la educación obligatoria vive en hogares del quintil más bajo de ingresos (INEEd, 2017: 20).
Tabla 1.
Niños pobres por cada adulto pobre en 3 países de América Latina, años 2006 y 2014
2006 | 2014 | |
Chile | 1.5 | 1.7 |
Perú | 1.3 | 1.45 |
Uruguay | 1.9 | 2.1 |
Fuente: Adaptado de INEEd (2017).
Además de requerir respuestas específicas por parte del sistema escolar estatal, esta situación ha disparado la inquietud de las familias de estos niños, así como de diferentes sectores de la sociedad. Es precisamente en este marco que han surgido numerosas respuestas de la sociedad civil, antes inéditas en Uruguay, para la fundación y concreción de diferentes iniciativas educativas propias del sistema escolar, para atender estas realidades. Así, en el lapso de menos de 20 años no solo se instala el ya mencionado movimiento Fe y Alegría en el país, sino que también surge una miríada de centros educativos escolares ubicados en contextos de extrema pobreza, dirigidos al ciclo de educación media inferior, que es donde se producen los niveles de fracaso más notorios del sistema educativo estatal, como los centros Jubilar, Providencia, Impulso, Los Pinos, Francisco y Espigas. Exceptuando a dos de ellos, los demás están animados por un definido carisma católico. Estos centros no solo logran mejores resultados educativos que los estatales en estos desafiantes