Diario de un escritor. Mario Escobar Velásquez
más), en las cuales, casi imperceptiblemente, va evolucionando el lenguaje del escritor, desde las formas sencillas de la expresión hasta una música verbal, cuidadosamente facturada y pulida, de acuerdo con unos ideales estéticos cada vez más claros, más precisos y más cercanos a la belleza sublime de esa masa armónica de los cuerpos sonoros en los textos.
Además de los motivos señalados, en las páginas de este libro hay otros recurrentes, de una profundidad mayor, puesto que no obedecen a la voluntad del autor, sino a la presencia de lo inconsciente en sus pensamientos. Me refiero a la preocupación continua de Mario por Príapo, el hijo de Hermes en la mitología griega, por Pan, el caprípede, y por Narciso. No se trata de una preocupación cualquiera; se diría que es la esencial. En otros términos, podríamos afirmar que vivió regido por tres entidades arquetípicas: Pan, Príapo y Narciso (Puerus aeternus, más que una entidad, es un arquetipo que tiene lugar en la existencia de ciertos individuos). Estas entidades daban asiento a su existencia presente porque de ellas nacían sus preguntas y respuestas, sus dudas y decisiones, sus convicciones y actitudes, sus sueños y anhelos, así como la alegría y el dolor de ser, suyos, o los amores y los odios que a su ser correspondieron. Así mismo, son estas entidades las que permiten la conexión de su obra con el pasado remoto y con el futuro, y, por supuesto, las que definen el valor de lo que en su vida le fue dado concebir.
Lo otro, acaso el motivo más entrañable de este libro, es la concepción, gestación, nacimiento y ulterior crecimiento de Mario Leandro, el hijo que lo hizo padre cuando ya era un abuelo. El entorno que construyó para su vida con Alba y Mario Leandro y los libros y los pájaros… a la orilla de una quebrada gárrula y que para él alcanzó la dimensión del paraíso.
Agosto de 2019
Diario de un escritor
—Extractos—
Siempre me inquietó en demasía el significado íntimo de la parábola bíblica que dice aquello de que “son muchos los llamados y pocos los escogidos”. Aunque el significado puede aparecer trivial, siempre creí que había algo más hondo. He creído hallar lo distinto a lo usual en ese intríngulis: a muchos llaman a una vocación, por ejemplo el arte en alguna de sus manifestaciones. Por ejemplo el escribir, si se particulariza. Pero para llegar a ser verdaderamente, para realizarse, quien escoge no es el que llama, pero sí el llamado. Se escoge pagando un precio, que es la capacitación requerida para ser.
Me parece hermoso.
Creo que los propósitos que en una novela involucra el autor respecto de su lector o lectores deben ser como el Caballo de Troya, que no los manifestaba. Los troyanos no supieron nunca quién abrió las puertas de sus murallas, ni cómo. Apenas sufrieron la avalancha de efectos.
No hay más que una manera digna de recibir un regalo: como si uno fuera el dador.
Es monótono como una camándula.
Oído en la calle: “Se me murió un hijueputa que me debía doscientos mil pesos”.
De las búsquedas
Por alguna calle va,
buscándome
desde que nos desencontramos.
Buscándose:
si me encuentra se ve.
Y buscándola voy,
buscándome.
Pasan rostros: todos
los que tiene la ciudad,
menos el suyo.
La busco para hallarme.
Un tiempo fuimos
uno solo.
Se tocaba al tocarme. Uno solo los dos
y el universo un marco. Saberlo duele
y de lo oscuro viene la tristeza.
La angustia muerde más y más duro que un lobo. Ella no lo sabe, pero la rastreo. Jacillas suyas acá y acullá, que por el olfato entran a dolerme.
A sus huellas las lamo.
No lo sabe, empero. Nunca lo sabrá. Calle mi boca.
Ojalá que hubieran pasado ya cien años, y que mis huesos la hubieran olvidado. En esta dureza de su ausencia el olvido deberá ser como dulceabrigo nuevo.
El poema
El poema ya nace
escrofuloso.
Menesteroso nace,
hijo de la tristeza.
El poema
falto de aire
respirando azufre.
El poema
sin sed
bebiendo lágrimas.
El poema, loco,
gritando
el abandono.
El poema, clavado
en sí mismo,
cruz y cuerpo
en los clavos.
El poema
que muerde soledades.
El que llora,
poema
de versos amarrados
con alambre de púas.
El poema callando:
solo su musiquilla
melancólica en la tarde,
en el alma.
Solo su musiquilla...
El poema
que esconde.
En la pubertad se tuvo la impresión, no de que uno crecía, sino la extraña de que los demás, como las cosas, se hacían más pequeños.
Las diferencias entre un capítulo muy bien escrito y un buen capítulo son muy leves. En el segundo puede estar, y está a menudo, todo lo esencial de la historia y de la trama y de los personajes. Pero en el primero hay un trabajo arduo de pulimento que es invisible, y en el cual las palabras fueron forzadas a llevar mejor la música que una buena prosa debe tener. Que nace de la forma como las palabras se enlazan, y que lleva entre párrafos mejores engarces.
¡Cómo cuesta corregir a un capítulo para que sea “muy bueno”! Leo y releo. Podo. Sustituyo. Así en una vez y en otra, hasta el cansancio, hasta que me parece que no voy ya en un carromato sino en un auto bueno, y que he dejado el camino por una autopista. Deberá ser entonces todo lo bueno que puedo hacerlo, y si no es más es porque no soy capaz de hacerlo mejor.
Y estoy, entonces, cansado, con un dulcísimo cansancio.
He estado leyendo el libro de Carlos Castro Saavedra, Adán Ceniza, y no me parece novela aunque sea sí un buen libro. En una novela se atiende a los hechos de los personajes, a su carácter, a su filosofía. Nada hay de esto en el libro, aunque sí un aliento poético más poderoso que un turbión. Y sin embargo se ganó el Premio Internacional de Novela Jorge Isaacs. Lo cual me confirma en lo que siempre afirmé: ganarse un concurso literario no equivale a que uno sea un gran escritor. Ni siquiera prueba la calidad de la obra ganadora, como en el caso penoso de Concierto del desconcierto, que es,