La gestión de sí mismo. Mauricio Bedoya Hernández
empresa no puede ver en los otros más que competidores que amenazan la estabilidad de su negocio, que ponen en riesgo continuo su flujo de ingresos y, por lo tanto, el valor de sí. El Otro (es decir, cualquier otro) puede llevar a la quiebra a un individuo. Y aquí lo que se pone en juego no es el capital económico sino el capital subjetivo de la persona. La doctrina austríaca (generadora del neoliberalismo propiamente dicho) “privilegia una dimensión agonística, la de la competición y la rivalidad. A partir de la lucha de los agentes se podrá describir no la formación de un equilibrio definido por condiciones formales, sino la vida económica misma, cuyo actor real es el emprendedor, animado por un espíritu empresarial” (Laval y Dardot, 2013, p. 136).
Sostenemos la idea de que el sujeto agonista de hoy tiene para mostrar sus competencias y su talante guerrero, características que son la base de la adaptación y la capacidad para el combate. El neoliberalismo le endilga al individuo no solamente esta capacidad, sino, y sobre todo, la obligación de sobreponerse a los imprevistos, los fracasos y los obstáculos en el proceso de mantenerse como empresa de sí exitosa. El sujeto agonista es pensado, de todas maneras, como aquel que siempre puede volver a empezar debido a dos razones: es el responsable de sus propios fracasos y, lo que resulta más definitivo, nunca lo pierde todo, pues posee un capital humano. Como lo sostienen Laval y Dardot (2013), el sujeto emprendedor es causa y efecto: causa, porque sobre sus hombros descansa la responsabilidad de la generación de la dinámica y la evolución económica. Efecto, porque la racionalidad neoliberal produce a este sujeto alrededor de la dinámica propia del mercado de consumo, volviéndolo un innovador capaz de levantarse, rehacerse y volver a empezar. Las consecuencias de esto no se hacen esperar: por una parte, con el agobio y la angustia emergentes de la posición de emprendedor que asume cada individuo aparece el sujeto medicalizado. Por otra parte, el lazo social es puesto en cuestión. Con el tema del “nosotros”, que es discutido por los críticos del neoliberalismo, nos encontramos con que históricamente ha habido dos debates. El primero de ellos (el universalismo del lazo social) tiene un calado histórico más amplio e incluso previo al surgimiento de esta racionalidad; el segundo (la ruptura de este lazo), circunscrito al neoliberalismo propiamente dicho:
1 El debate acerca del universalismo del lazo social emerge de la tensión producida por tema de lo social en el ser humano. Existen los que, como Von Mises (1986), plantean la existencia de lo comunitario como un a priori al sujeto mismo. Las teorías del desarrollo psicológico y las corrientes angloamericanas del psicoanálisis hacen énfasis en que somos sujetos relacionales (Greenberg y Mitchell, 1983; Mitchell, 1993). Pero, en el otro extremo, se encuentran aquellos que no dan por sentado que el vivir juntos sea sinónimo de “lo social”. Nosotros nos desmarcamos de esta tensión, pues no nos situamos en ninguno de estos dos polos, en la medida en que nuestra analítica se alimenta de los estudios genealógicos que, como aquellos que realizó Michel Foucault, no adoptan ningún universalismo humanista, antropológico, científico o social. Por ello, aunque reconocemos el piso que ofrece la idea del “vivir juntos”, no suponemos, con ello, que lo social sea un a priori al sujeto mismo. Creemos que esto nos ofrece una pista, pues, frente al problema de lo social, en vez de partir de una especie de trascendentalismo comunitarista, nos interesamos en preguntarnos: cuando la gente vive junta, ¿cómo lo hace? ¿Qué dispositivos, formas de relación, discursos y prácticas les permiten a las personas vivir juntas y construir “lo social”?
2 Debate por la ruptura del lazo social. La primera posición está caracterizada por la denigración del individualismo radical realizado por el neoliberalismo, de la cual es subsidiaria la despolitización del sujeto contemporáneo. Sennett (2000) mantiene la idea de que las lógicas posfordistas atentan contra el vínculo de los asalariados con los otros (familia, amigos, colegas, etc.) no solamente por el hecho de que el trabajador, dentro del régimen de riesgo y flexibilidad al que lo somete la organización empresarial de hoy, dispone de menos tiempo para generar redes sociales (o mantener las ya existentes, como la familia), sino porque la práctica de la competencia lo enemista con los otros que son vistos como competidores. Álvarez-Uría (2006) hace un análisis en el que también denuncia la despolitización del sujeto, la cual se da como producto de la búsqueda de un yo pleno, producto de la psicologización del yo. En esto coinciden Laval y Dardot (2013) cuando sostienen que hemos pasado del ciudadano con responsabilidad colectiva al hombre empresarial al que “la sociedad no le debe nada, que ‘no obtiene nada sin nada a cambio’ y que debe ‘trabajar más para ganar más’, por retomar algunos de los clichés del nuevo modo de gobierno” (p. 387). El sujeto de derechos es reemplazado por un actor empresarial, el derecho público es sustituido por la negociación caso-caso. Esta empresarialidad de la acción pública arremete contra la ciudadanía social y su lógica democrática, pues refuerza las desigualdades sociales y las prácticas sociales de exclusión, fabricando cada vez más “‘subciudadanos’ y ‘no ciudadanos’” (Laval y Dardot, 2013, p. 388).
Lo que entra en juego aquí es el problema de la dependencia. El gobierno social de la segunda mitad del siglo xix instauró una serie de prácticas administrativas, jurídicas y económicas que, como bien lo sostiene Castel (2005, 2010), se orientaban a enfrentar los peligros que traía consigo la pauperización de la población. Se gestó, entonces, un sistema que buscaba hacerle frente a las incertidumbres asociadas principalmente al mundo del trabajo. Las ideas de solidaridad y mutua dependencia, que están presentes también en el welfare state del siglo xx, se hallan expresadas en este gobierno social. Justamente es la idea de dependencias mutuas lo que, en opinión de los críticos del Estado providencia, degenera en un exceso de intervencionismo estatal (Castel, 2005, 2010; Foucault, 2007). Como lo expresan Laval y Dardot (2013), el neoliberalismo es una racionalidad que privilegia la independencia, la ruptura de la mutualidad como formativa de la solidaridad, la autogestión bajo la idea de que nadie le debe nada a nadie y que, por consiguiente, cada uno debe asegurar la satisfacción de sus necesidades a fuerza de invertir en sí mismo. Ruptura del lazo social, por lo tanto.
La segunda posición sostiene que esta racionalidad produce, irónicamente y de manera no deliberada, nuevas formas de lazo social (ligas de consumidores, públicos críticos, defensores de los derechos humanos, comités de censura televisiva, etc.). En una suerte de resistencia desde la base, se van consolidando movimientos que atacan desde adentro ciertos aspectos del neoliberalismo (Laval y Dardot, 2013) creando el “nosotros”, lo que para Sennett (2000) es la base de cualquier resistencia a esta lógica corrosiva del carácter. Finalmente, en la tercera posición está la idea de que lo que cambia no es el lazo social, sino los vectores sobre los que este se articula. Vázquez (2005a) se refiere a que hemos pasado de una forma de gubernamentalidad centrada en la gestión del riesgo ubicada en la experiencia colectiva (mediante los seguros sociales, por ejemplo) al desarrollo de estrategias de responsabilización de sí frente al propio riesgo, que ahora es visto como acontecimiento exclusivamente individual.
El lazo social, según nuestro planteamiento, no se ha roto por efecto de la racionalidad inherente al neoliberalismo, sino que se ha transformado en virtud de que los criterios bajo los que esta lógica instaura lo social tienen que ver con el rendimiento máximo y con la competencia, entre empresas y entre individuos. Entonces, nuevas formas de vínculo social se han creado en este marco. Lejos de creer que el empresarismo de sí crea a un sujeto solipsista, desarraigado del mundo, enajenado, desinteresado de los otros, la ascesis del rendimiento lleva a desplegar en el sujeto una auténtica preocupación por el otro (cliente real o potencial, competidor, amigos, familiares, la empresa para la que se labora, etc.). Es por esto que, a nuestra manera de ver, esta racionalidad contemporánea transforma el lazo social. De la solidaridad smithiana, la simpatía darwiniana y la preocupación por lo social del Estado de bienestar poco queda; el lazo social hoy se cifra en vínculos de mercado y competición. Mercantilización de las relaciones con los otros, por supuesto. Han (2014) observa cómo el sujeto neoliberal es incapaz de relacionarse con otroslibre de cualquier finalidad, de lo que deriva la idea de que el neoliberalismo rompe con la libertad del individuo. No obstante, no coincidimos con este autor cuando deriva de esto también otra idea: que este sujeto está totalmente aislado. Creemos que este, en realidad, construye vínculos, pero con una finalidad empresarial, de capitalización de sí mismo.
Retomando nuestro hilo discursivo previo al problema del lazo social, el volver siempre a empezar (Deleuze, 1999; Sennett, 2000) puede ser leído,