La gestión de sí mismo. Mauricio Bedoya Hernández
al neoliberalismo.
La fobia al Estado (Foucault, 2007) no habría tenido el mismo impacto en términos de la configuración del sujeto contemporáneo si no hubiera emergido la tecnología conceptual del capital humano.2 Michel Foucault recurre a los trabajos de Gary Becker y Theodore Schultz, con sus textos The human capital de 1964 e Investment in human capital del año de 1971, respectivamente (Castel, 2010; Castro-Gómez, 2010; Foucault, 2007). El sutil desplazamiento desde la noción de consumo hacia la de la inversión se constituye en nuclear dentro de esta teoría. El programa de gobierno promovido por el neoliberalismo defiende la idea de que al comprar servicios de salud, educación u otros, o al gastar tiempo divirtiéndose o buscando empleo, las personas están haciendo una inversión en sí mismas. Los factores inmateriales “como el placer sensual, la felicidad, y el bienestar corporal también son factores económicos. Son inversiones que los sujetos hacen en sí mismos, ‘competencias’ que luego podrán capitalizar” (Castro-Gómez, 2010, pp. 202-203).
El neoliberalismo aborda el problema del trabajo desde un dominio de análisis puramente económico, lo cual se constituye en toda una novedad en la medida en que los neoliberales habían criticado que de los tres factores implicados en la producción de bienes, según lo sostenía la economía política clásica, solo fueron explorados en profundidad la tierra y el capital, quedando el tercero, el trabajo, como página en blanco sobre la que los economistas no escribieron nada. Más específicamente, el trabajo solo fue considerado en la variable del tiempo, pero nunca antes se lo había analizado en sí. La reflexión de la teoría económica sobre la producción capitalista, como también lo hace el marxismo, deja el trabajo reducido a las variables cuantitativas de tiempo y fuerza. Por el contrario, los neoliberales “pretenden cambiar lo que constituyó el objeto, el dominio de objetos, el campo de referencia general del análisis económico” (Foucault, 2007, p. 259). Puesto que durante el siglo xix y parte del siglo xx el análisis económico giró en torno de los mecanismos de producción e intercambio y de los hechos de consumo localizados dentro de una estructura social dada en la que aparecen esos mecanismos, el neoliberalismo cambia el foco del análisis y se pregunta por la naturaleza y las consecuencias de lo que denomina decisiones sustituibles, las cuales aluden al hecho de que las personas destinan los escasos recursos con que cuentan a fines excluyentes entre sí: “La economía, por lo tanto, ya no es el análisis de procesos, es el análisis de una actividad. […] el análisis de la racionalidad interna, de la programación estratégica de la actividad de los individuos” (Foucault, 2007, p. 261).
En qué gasta el trabajador los recursos de que dispone será, por lo tanto, la pregunta del análisis económico que realiza el neoliberalismo sobre el trabajo. Esto significa situarse en la perspectiva de quien trabaja para situar al trabajador como un sujeto económico activo. Este cambio tendrá importantes implicaciones para esta forma de análisis llevada a cabo por el neoliberalismo, pues deja la economía del lado de los comportamientos de los individuos y, por lo tanto, tendrá que ocuparse constantemente de la pregunta por la racionalidad de los comportamientos. La pregunta que se impone tiene que ver con las formas de razonar que tiene un individuo cuando elige gastar sus escasos recursos en unos productos específicos que constituyen los fines perseguidos en esta inversión. Las motivaciones de las personas, sus gustos, sus cogniciones, sus motivos conscientes e inconscientes, sus aspiraciones y anhelos, y, en fin, su mundo interno se constituyen en un campo para ser comprendido y gobernado en función del despliegue de imperativos económicos, de consumo y mercado.
El trabajo, desde la óptica de Becker y Schultz, es la actividad realizada por una persona para obtener unos ingresos, entendidos estos como “el producto o rendimiento de un capital” (Foucault, 2007, p. 262) y, a su vez, el capital es entendido como aquello que puede representar ingresos futuros. Foucault se pregunta “¿qué es el capital cuya renta es el salario?” (Foucault, 2007, p. 262). Responde que, para el neoliberalismo, el capital son todos los factores físicos y psicológicos que habilitan al individuo para ganarse un salario o un flujo de salarios. En otras palabras, el trabajo es una aptitud, una idoneidad; es decir, una máquina. Así visto, el capital no puede disociarse de su poseedor. La idoneidad, inseparable del trabajador, se constituye en máquina en cuanto que “produce” flujos de ingresos. Aquí lo que se pone en juego es “la idea del individuo activo, calculador, responsable, capaz de sacar provecho máximo de sus competencias, es decir, de su capital humano […]. Nos encontramos, más bien, frente a una nueva teoría del sujeto como empresario de sí mismo” (Castro-Gómez, 2010, p. 205). O, como lo dice Christian Laval (2004), quien contrata “compra sobre todo un ‘capital humano’, una ‘personalidad global’ que combina una cualificación profesional stricto sensu, un comportamiento adaptado a la empresa flexible, una inclinación hacia el riesgo y la innovación, un compromiso máximo con la empresa” (p. 97).
El Homo oeconomicus se comporta como una máquina empresarial. Cualquier acción que busque asegurar unas mejores condiciones de vida es vista como inversión que se dirige a aumentar el capital humano (que incluye su capital económico). Encontramos aquí un tejido en el que confluyen la estructura de competencia, el capital económico de las personas y el logro de la promesa de bienestar, felicidad y libertad, alrededor de la lógica del mayor rendimiento. El logro de esta promesa solamente se obtiene en tanto que los individuos sean competentes, en el sentido de ser poseedores de cuerpos y mentes sanos para tornarse productivos, para sacar el mayor provecho de sus recursos personales, para lograr soportar los embates de una sociedad que los mantiene en continua sensación de riesgo y amenaza, con el efecto de angustia que de ello se desprende (Castel, 2005, 2010; Laval y Dardot, 2013; Sennett, 2000). La salud física y mental se constituye en condición fundamental para conducirse y para conducir a los otros. Aparecen, entonces, los estándares del hombre sano tanto a nivel corporal como mental. Y, por tanto, al hacerse a esos criterios de salud se despliegan formas de subjetivación determinadas.
La generación de flujos de ingresos, dada la radicalización mercantilista del esquema neoliberal del gobierno, termina absorbiendo todas las capas de la vida de las personas, su historia como individuos, la historia de sus propias familias y hace lo propio con la esfera de las relaciones sociales. Consecuentemente con ello, se propende por la llegada de un momento en el cual la vida de cada sujeto, desde sus inicios mismos, pueda ser calculada, proyectada y hasta delineada de acuerdo con aquello que sus padres y la sociedad invirtieron en términos de la provisión de una historia personal satisfactoria (Foucault, 2007). El afecto, el cuidado, el esmero, el vínculo seguro, la atención adecuada y demás aspectos asociados a la crianza se constituyen en todo un “capital semilla” (Castro-Gómez, 2010, p. 206) que le es dado a cada persona incluso desde antes de su nacimiento. El neoliberalismo convierte estos aspectos en variables económicas y, como efecto de ello, puede someter a cálculo el futuro de cada individuo.
En resumidas cuentas, la segunda mitad del siglo xx se ha constituido en la era del capital humano y, en esa medida, hemos pasado de ser consumidores a ser inversores, gracias a que la teoría económica contemporánea, a diferencia de las anteriores, se ha hecho la pregunta por la designación de nuestros ingresos y porque, simultáneamente, ha convertido en variables económicas todos los aspectos de la vida privada y pública, individual y social. En la doctrina del capital humano importa menos la estabilidad laboral y más el despliegue de las habilidades y capacidades de los individuos para convertir en ingresos todo lo que hacen (Laval, 2004; Sennett, 2000). De hecho, como tempranamente lo había manifestado Castel (1984), hasta el ciudadano desempleado tiene algo para hacer su inmersión en la dinámica del mercado. Incluso, en el caso de que sus recursos humanos no le fueran suficientes, puede recibir capacitación. Entonces, paradójicamente, dice Castel, los desempleados parecieran tener una situación de privilegio, ya que pueden aprender a cambiar para convertirse en fuerza de trabajo disponible en unas condiciones no poco ideales de reciclaje.
Estimamos que, en una suerte de cadena sin fin en la que el mercado conquista cada vez más esferas de la vida, también alrededor del capital humano una nueva empresa ha emergido. Cada sujeto debe estar en continua actitud formativa, de aprendizaje, de capacitación, de actualización de sus recursos individuales de tal manera que, como lo hace cualquier empresa, pueda estar a tono con las exigencias del mercado. Consultorías, asesorías de expertos, evaluaciones de pares, terapias de todo tipo y muchas otras empresas han aparecido ofreciendo servicios que buscan