La gestión de sí mismo. Mauricio Bedoya Hernández
social, Spencer había retomado en el siglo xix la idea darwiniana de la simpatía como lo específicamente humano y, con ello, había construido una síntesis evolucionista a partir de la teoría de la selección natural. Esto le sirvió para establecer un paralelismo entre la evolución de las especies y la evolución económica, lo que le permitió fundamentar la concepción de la competencia como el principio de la supervivencia y del progreso humano. El paso que da Spencer, y que tendrá hondas repercusiones para el neoliberalismo, es pensar el motor del progreso como producto ya no de la especialización sino de la selección. En opinión de Laval y Dardot (2013), el “darwinismo social”1 es más exactamente un “competencialismo social”, puesto que la competición es instaurada por Spencer como norma de vida individual, colectiva, nacional e internacional. Competir es luchar por la supervivencia. El liberalismo comenzó a resquebrajarse porque mantuvo su ilusión en la idea de competencia perfecta emergente de la naturalización del mercado. El neoliberalismo no solamente descubre que toda competencia es imperfecta, sino que, por eso mismo, se requiere de la empresa, con su modelo de organización y competencia en marcha, para sacar de la crisis al capitalismo. La empresa se erige, entonces, como modelo de funcionamiento del mercado (Foucault, 2007; Laval y Dardot, 2013; Sennett, 2000). Con la desnaturalización del mercado y sus leyes ha aparecido, como mano visible del mercado, una nueva generación de expertos: gerentes, financieros, políticos, consejeros económicos (Laval y Dardot, 2013). Para Foucault (2007), la racionalidad económica neoliberal se fundamenta en “un juego regulado de empresas dentro de un marco jurídico institucional garantizado por el Estado: esa es la forma general de lo que debe ser el marco institucional de un capitalismo renovado” (p. 209). Este diagnóstico neoliberalismo-empresa fue adelantado por Foucault cuando esta racionalidad apenas se anunciaba en políticas públicas concretas y ha sido confirmado y ampliado por autores que han hecho de la analítica del neoliberalismo una vertiente de estudios posteriores.
Si bien, como lo indican Laval y Dardot, Ludwig von Mises se presentó durante la primera parte del siglo xx como defensor de la doctrina decimonónica del laissez-faire y esto le trajo como consecuencia ser dejado de lado por quienes defendían las nuevas ideas acerca de la no naturalización de las leyes del mercado, no puede olvidarse que en el argumento de este economista se encuentra tempranamente la defensa de la diada competencia-empresa como forma general de organización de la sociedad, diada que hoy en día se sitúa en el corazón mismo de la racionalidad neoliberal.
A nuestra manera de ver, la gubernamentalidad propuesta por la racionalidad neoliberal va más allá del rol que lleva a cabo el Estado contemporáneo. El arte de gobernar no puede reducirse al gobierno del Estado, sino que más bien se despliega positivamente en el sentido de configurar formas de existencia que encuentran en la economía de mercado su principio básico (Castro-Gómez, 2010; Foucault, 2007) y en la empresa su espacio de acontecimiento. La acción gubernamental estatal y no estatal se orienta a la creación de una sociedad sometida por completo a la dinámica del mercado y la competitividad. Forma nueva racionalidad, formas nuevas de sujeción. La nueva forma de funcionamiento social —la empresa— que Coutrot (1998, 1999) denomina empresa neoliberal, y que se consolida con la crisis del fordismo, promueve el trabajo autónomo de equipos y de los individuos, la múltiple ocupación del trabajador, la creciente movilidad (al orientar la labor del trabajador hacia el desempeño por proyectos), la flexibilidad laboral y la flexibilización contractual. El control empresarial de los empleados es realizado a distancia y de manera más indirecta, con mecanismos más sofisticados que son asociados directamente al rendimiento de los trabajadores y que conllevan una vigilancia más difusa de la vida de los empleados. Como efecto de esto, se instaura un sistema de vigilancia de sí mismo y de los otros centrado en los resultados, lo que a su vez se convierte en el caldo de cultivo para la maximización del rendimiento individual (Laval y Dardot, 2013).
Este control empresarial a distancia también es identificado por David Harvey (2007, 2014) cuando expresa que una de las características básicas del neoliberalismo es la descentralización de las relaciones laborales como una expresión del nuevo culto a la empresa (nacido desde los años ochenta). Por otra parte, para Laval y Dardot (2013), este culto se cifra en que la empresa es vista como el “vector de todos los progresos, condición de la prosperidad y, en primer lugar, proveedora de empleos” (p. 292). De esta novedad se benefician todos quienes encuentran en la implementación del modelo-empresa el incremento de su lucro personal y financiero. El clima de apertura económica se imbrica con el imperativo de la competitividad en un proceso de homogeneización ideológica que ve en el Estado de providencia a un enemigo y en el nuevo gerencialismo un aliado “que se presenta como un remedio universal para todos los males de la sociedad, reducidos estos a cuestiones de organización que se pueden resolver mediante técnicas que busquen sistemáticamente la eficiencia” (Laval y Dardot, 2013, p. 293). En resumidas cuentas, en su diagnóstico del neoliberalismo, concebido como racionalidad, Christian Laval y Pierre Dardot consideran que son cuatro sus características: 1) el mercado no es una realidad natural dada, sino un proyecto constructivista que requiere de la intervención del Estado y la implantación de un sistema legal específico; 2) su eje, lejos de ser el intercambio de productos y, por lo tanto, el consumo, es la competencia, “definida ella misma como la relación de desigualdad entre diferentes unidades de producción o ‘empresas’” (2013, p. 383); 3) el Estado mismo está sometido a la norma de la competencia y, como corolario de ello, su funcionamiento es (o se ha venido constituyendo en) eminentemente empresarial; el Estado es, al mismo tiempo una empresa en competencia; y 4) la norma de la competencia excede la esfera del Estado y alcanza al sujeto en su relación consigo mismo. El Estado, con su gubernamentalidad empresarial, influye sobre el gobierno de sí del individuo-empresa, llevándolo a conducirse como empresa. La gubernamentalidad neoliberal incluye técnicas de gobierno que van más allá de la acción estatal y se insertan en su forma de subjetivación, haciendo de cada sujeto una empresa.
Vemos cómo la racionalidad neoliberal articula el problema del gobierno de los otros y el gobierno de sí alrededor del dispositivo empresarial. Como ya lo habíamos señalado, Ludwig von Mises, en su crítica denodada a la intervención del Estado y en su defensa del laissez-faire, sostuvo mucho tiempo antes de la consolidación del neoliberalismo que el esquema competencia-empresa debía ser el que configurara la norma general de funcionamiento de la sociedad. Esta idea tuvo gran resonancia en la instauración del neoliberalismo como racionalidad y como política de Estado. Y, en la medida en que aboga por la destitución del Estado como agente principal de la economía de mercado, sugiere la emergencia de un nuevo agente: el sujeto emprendedor (Von Mises, 1986). Con Von Mises se articula al proceso de mercado la acción individual para fundar esa nueva manera de pensar al sujeto. La responsabilidad por la dinámica del mercado ahora hay que construirla y encuentra en la rentabilidad y el rendimiento su criterio y en este nuevo agente su responsable. Adaptarse, ajustarse a los requerimientos del mercado, tornarse previsivo, anticiparse creativamente a las demandas de los consumidores, ofrecer respuestas ciertas y rápidas a los agentes de consumo. Todo ello se torna en características propias de este nuevo agente:
En nuestro mundo real, los precios todos fluctúan, debiendo los hombres acomodar sus actuaciones a tales transformaciones. Precisamente porque prevén mutaciones y de ellas pretenden derivar lucro, lánzanse los empresarios a sus actuaciones mercantiles, variando los capitalistas las inversiones de que se trate. La economía de mercado es un sistema social caracterizado por el permanente empeño de mejoramiento que en el mismo prevalece. Los individuos más emprendedores y providentes buscan el lucro personal readaptando continuamente la producción, para, del modo mejor posible, atender las necesidades de los consumidores, tanto las que estos ya sienten y conocen como aquellas otras que todavía ni siquiera han advertido. Dichas especulativas actuaciones revolucionan a diario la estructura de los precios, provocando las correspondientes variaciones en el interés bruto de mercado (Von Mises, 1986, p. 795).
Cualquiera que posea el suficiente ingenio puede iniciar nuevas empresas. Quizá sea pobre, tal vez sus recursos resulten escasos e incluso cabe que los haya recibido en préstamo. Pero si satisface mejor y más barato que los demás las apetencias de los consumidores, triunfará y obtendrá “extraordinarios” beneficios. Reinvirtiendo la mayor parte de tales ganancias verá rápidamente prosperar sus empresas. Es el actuar de esos emprendedores parvenus lo que imprime a la economía de mercado su “dinamismo”. Estos nouveaux