La gestión de sí mismo. Mauricio Bedoya Hernández
sientan cada vez mejores empresarios de sí. Nuestra tesis es que el empresarismo de sí ha requerido la teoría del capital humano para fundamentarse plenamente.
El sujeto contemporáneo es aquel que debe saber que cuenta con unos recursos humanos que lo habilitan para generar ingresos, pero, al mismo tiempo, reconoce que está sometido, como cualquier otra empresa, a los riesgos e incertidumbres inherentes al mercado y que, en consecuencia, debe hacer una gestión de riesgos individuales. Más importante aún, autorresponsabilizándose, el empresario de sí se hace consciente de su capital humano y asume los costos y los riesgos de su supervivencia, desresponsabilizando al Estado. Incluso, para el caso de los mismos asalariados, se busca que asuman toda la responsabilidad cuando son despedidos de la empresa y que vean, irónicamente, en ello una oportunidad para ser mejores empresarios de sí. De hecho, como lo denuncia Sennett (2000), la persona que busca estabilidad laboral es vista como sujeto de otra época. En la pregunta por el gobierno del sujeto asalariado y del sujeto desempleado, el individuo empleable emerge como característica de la subjetividad contemporánea. Devenir empleable, como lo nombra Castro-Gómez (2010), se convierte en un rasgo fundamental que articula el empresarismo de sí con la teoría del capital humano, pues el hacerse cargo de sí mismo exige que el sujeto empresarial haga un uso adecuado de —y potencie— su propio capital. Ser empleable significa que si se es asalariado, es factible un mejor empleo; si está desempleado, el individuo puede prepararse para asumir el reto de empleo que se le presente. Flexibilidad y desapego son, según lo sostiene Sennett (2000), rasgos del empresario de su propio capital humano.
Como lo señala de manera acertada Castro-Gómez (2010), el problema del gobierno de la población en la racionalidad neoliberal excede la clásica focalización en variables biológicas como el nacimiento, la enfermedad y la muerte; más bien la intervención que se realiza contemporáneamente tiene que ver con toda la vida, en términos moleculares. Por lo tanto, al hacerse poseedor de un capital humano, el sujeto convierte decisiones cotidianas en “estrategias económicas orientadas a la optimización de sí mismo como máquina productora de capital” (Castro-Gómez, 2010, p. 208). Este diagnóstico lo encontramos radicalizado en Han (2014), quien sugiere que el capital se ha constituido contemporáneamente en el nuevo amo que gobierna al sujeto y su intimidad. Proponemos que el gobierno de la intimidad, que es localizado como meta biopolítica actual, supone la diseminación de la forma-empresa hacia terrenos íntimos que son racionalizados económicamente, pensados en términos del mercado y reconvertidos bajo estrategias económicas que los hacen ver como productos adquiribles monetariamente, etc.
Pero, además, la biopolítica introducida por el neoliberalismo parte de la creación de un “medio ambiente competitivo” (Castro-Gómez, 2010, p. 208), lo cual tiene como condición de posibilidad que sean desmontadas sistemáticamente “las seguridades ontológicas por medio de la privatización de lo público. Esto quiere decir que la mejor forma de hacer que los sujetos sean ‘empresarios de sí mismos’ es la creación de un ambiente de inseguridad generalizada” (Castro-Gómez, 2010, p. 208) que promueva las soluciones nuevas a las situaciones de urgencia que generan incertidumbre e inseguridad. Nos encontramos, entonces, con una lógica que parte de la certeza de que la capacidad creativa del ser humano surge en situaciones de presión, incertidumbre, inseguridad y competición. Aquí notamos una ruptura clara entre el Estado providencia y el neoliberalismo contemporáneo: en el primero, el Estado adquiere una responsabilidad social y una posición solidaria que lo compromete con el despliegue de acciones que busca que los individuos sean creativos en situaciones de estabilidad y aseguramiento de las condiciones básicas de vida. El Estado neoliberal, por el contrario, lleva al límite la creatividad de la persona. Y al partir de la concepción de que cada sujeto es responsable de todos los aspectos de su vida íntima y de ciudadanos, desmonta las estabilidades que otrora condujeran su existencia, pues la innovación, carácter propio del sujeto-empresa, hace su aparición. Desproteger al ciudadano, promover al empresario; desregulación de los derechos, reglamentación de las situaciones que estimulen una mayor fluidez del mercado. Nos encontramos, así, ante el basamento de fenómenos como la flexibilización laboral, la transformación de las relaciones sociales en relaciones de competencia/competición, el ascenso de la inseguridad social y la cultura del riesgo, propios de las denominadas sociedades de control.
Libertad y control a campo abierto
En 1990, en Post-scriptum sobre las sociedades de control, Gilles Deleuze (1999) realiza un conciso y contundente diagnóstico de la contemporaneidad, en el que sostiene que hemos pasado de las llamadas sociedades disciplinarias a las sociedades de control. Para esta tesis retoma la conferencia ofrecida por Michel Foucault en la Universidad de Vincennes en el año de 1978 (Foucault, 1985).3 El problema al que pretendió acercarse Foucault en esta disquisición es cómo gobernar en medio de la escasez de energía en el futuro próximo. Sostiene que los Estados, que hasta ese momento se han caracterizado por ser Estados-providencia, tendrán dificultades para enfrentar, dominar y controlar los conflictos y las luchas asociados al problema del creciente encarecimiento de la energía. La salida más viable que ellos habrán de elegir es lo que Foucault denomina desinversión del Estado (Castro Orellana, 2004b; Foucault, 2007). Esto cambia completamente la idea de orden interior y el ejercicio para lograrlo. De hecho, esta transformación se produce como efecto de la entrada en escena de una nueva economía. En esta desinversión, el Estado necesita economizar su propio poder. Entonces, se desentiende de una serie de aspectos que antes lo conminaban (ahora la acción policíaca de control será más relajada) y delimita otros de alta prioridad en los que tendrá que ejercer control denodado (zonas de vulnerabilidad en las que el Estado no permitirá que pase nada y asumirá activamente el control). La condición para el buen funcionamiento es la activación de un sistema de información general que le permita al Estado realizar su acción, en caso de peligro, en aquellas zonas. El logro del objetivo de esta forma de gobernar requiere de los medios de comunicación para que el poder no se desgaste y se produzca una regulación espontánea que autoengendre y perpetúe el orden social (Foucault, 1985). En esta situación, el Estado aparecerá, al mismo tiempo, desentendido y condescendiente.
Control sin vigilancia es, entonces, el diagnóstico del presente adelantado por Foucault y avanzado por Deleuze (Castro-Gómez, 2010). Esto significa que la forma de establecer el control, el cual se afianza como objetivo fundamental de gobierno, ya no se corresponde, como también lo sostendrá Foucault, en sus lecciones iniciadas al año siguiente (Nacimiento de la biopolítica), con la lógica del disciplinamiento de los individuos a través de su cuerpo, de la vigilancia panóptica y bajo el recurso al encierro, sino que este se realizará mediante una vigilancia focalizada en la potencial peligrosidad susceptible de desarrollarse en las zonas de vulnerabilidad.
Como lo dice Deleuze, el paso de las sociedades disciplinarias a las de control, como es el caso de nuestro tiempo, no supone una evolución y mucho menos la existencia de la plena libertad. No se puede sostener que un régimen de encierro disciplinario sea mejor que el régimen de la sociedad del control sin vigilancia (Deleuze, 1999). Sin embargo, el tema, o más bien la promesa, de la libertad se localiza en el centro de la racionalidad neoliberal. Como bien lo expresa Castro-Gómez (2010): “desde luego, esta situación no significa que hayamos entrado en un tipo de ‘sociedad abierta’ o ‘libertaria’, como quieren los apologetas del neoliberalismo, sino en una sociedad donde, paradójicamente, el control se realiza a través de la libertad” (p. 216). Deleuze (1999) ha notado la movilidad de los controles cuando plantea que estos son una suerte de molde autodeformante que se transforman continuamente, pero sin perder su carácter de control. Defendemos la idea de que el control contemporáneo como forma de gobierno de los otros ya no acontece privilegiadamente en los dispositivos de encierro como la cárcel, el hospital o la escuela, los cuales están siendo hoy interrogados desde sus bases más profundas; este control se da en una suerte de confiscación de la vida total de la persona y la sociedad que lleva a tres cosas: por una parte, a que no existan recovecos en los que no aparezcan las voces de los expertos indicando cómo conducirse, a partir de los mass media, de las voces de las nuevas autoridades, etc.; por otra parte, a la creación de lenguajes nuevos que viabilicen las nuevas formas de control; y finalmente, a que el control devenga autocontrol.
Según lo proponemos, las formas-encierro se quedan cortas, en la actualidad, para llevar a cabo el gobierno de la población. Se necesita