La gestión de sí mismo. Mauricio Bedoya Hernández
no las ranuras claramente definidas para un ascenso en la pirámide burocrática tradicional” (Sennett, 2000, p. 88). Aprender a moverse, identificando los espacios que posibiliten la mejor actuación y rendimiento dentro de la organización, parece ser la norma que se impone a pasos agigantados. Esto, sin lugar a dudas, produce estados de incertidumbre y desorientación que para Sennett, basándose en Burt, se manifiestan de tres formas:
1. Movimientos ambiguamente laterales definidos por el hecho de que el sujeto cree que está ascendiendo en la empresa, pero, en realidad, se mueve hacia un lado u otro, puesto que la creciente estructuración flexible y la des-jerarquización del mando no dejan claras las rutas del ascenso. El resultado de esto es que “las categorías de los puestos de trabajo se vuelven más amorfas” (Sennett, 2000, p. 89).
2. Pérdidas retrospectivas. Al moverse ambiguamente, el sujeto suele contar con poca información fiable sobre la nueva posición que ocupa. Y, como si fuera poco, no alcanza a recabar la suficiente información puesto que rápidamente es reasignado. En esta situación, “solo retrospectivamente se da cuenta que ha tomado decisiones equivocadas” (Sennett, 2000, p. 89).
3. Ingresos impredecibles. La movilidad laboral en las prácticas empresariales contemporáneas tiende a una creciente ilegibilidad, puesto que si antes cambiar de puesto de trabajo o de empleo era asociado a un ascenso salarial, hoy no necesariamente lo es.
Si bien en la criticada práctica de la rutina empresarial fordista el empleado tenía claridad sobre su presente (estaba delimitada claramente su función dentro de la empresa) y su futuro (los tiempos de producción, de disfrute del ocio y del goce de la jubilación eran predecibles), el nuevo explorador de agujeros está sometido al incremento de las incertidumbres y a la indicación constante de la necesidad de asumir riesgos. Sin embargo, tal asimilación de las incertidumbres es penalizada si los resultados no son los esperados por la organización. Lo que para Sennett es uno de los aspectos que corroen el carácter de las personas es que, en esta práctica de asumir riesgos, la experiencia acumulada es poco valorada, pues se enfatiza la capacidad del sujeto para renovarse a sí mismo, para devenir adaptable a los requerimientos de los nuevos amos (los clientes), para hacer uso de herramientas innovadoras, para desligarse de soluciones “viejas” que lo único que lograrían, según los neoliberales, es anquilosarlo en el pasado. Sugerimos que, en la experiencia del capitalismo contemporáneo, la vivencia y el lugar asignado al riesgo están cruzados por tensiones. Dos de ellas son la tensión por la historia y la tensión por la ambigüedad/incertidumbre.
Tensión por la historia. La gente, en el discurso contemporáneo del empresarismo, se mueve entre dos polos, a saber: 1) habitar en el riesgo y el caos viendo allí las oportunidades que presentan los “agujeros” en la red institucional en el día a día, lo cual implica el despliegue de habilidades “nuevas”, sin historia, ante cada situación; y 2) en el otro polo están quienes suponen que las situaciones nuevas, por muy frecuentes e irruptoras que sean, se afrontan con la experiencia acumulada. Esta tensión lo que pone en juego es el valor de las raíces, la historia de las personas y de los logros del individuo. La tendencia a la deshistorización del sujeto (un sujeto con capital pero sin historia) se ha ido tornando en narrativa dominante en el discurso neoliberal. En su práctica de gobierno tanto del individuo como de los colectivos humanos, el neoliberalismo acude al desarraigo y al desapego como basamentos importantes para la adaptación rápida y flexible de los individuos a las condiciones siempre cambiantes del mercado.
Tensión por la ambigüedad/incertidumbre. Sennett señala que hay dos tipos de individuos, a saber, los que navegan confiada y fluidamente en las aguas de las ambigüedades y las incertidumbres (los amigos de los “agujeros”) y los que no se sienten a gusto con ellas que más bien se sienten exiliados, ahogados, desarraigados, sin lugar. La expresión “vivir en el agujero” es una buena descripción cuando nos referimos a las subjetividades propuestas por la racionalidad neoliberal. Vive en el agujero quien lo asume como una oportunidad. El agujero, como ya habíamos adelantado, se refiere a aquellas rendijas por las que el individuo se va promoviendo, por las que las personas hallan oportunidades de navegar fluidamente en los mares de la organización en red; son las fisuras propias de una organización reticular y que, lejos de ser consideradas obstáculos para el logro de los objetivos institucionales, se constituyen en fuentes de movilidad, dinamismo y creación. Sin embargo, también esos agujeros son fuente de incertidumbre. Pero vivir en el agujero, un lugar oscuro que quita el aire, también puede metaforizar esta sensación de incertidumbre que acompaña a las personas que se resisten a este tipo de organización reticular que se concibe a sí misma como flexible.
A partir de esto, nosotros postulamos la existencia, en el discurso neoliberal, de dos duplas contemporáneas del empresarismo: 1) la dupla vulnerabilidad/riesgo y 2) la dupla flexibilidad/adaptación. La racionalidad empresarial contemporánea pareciera cifrarse más en la primera dupla que en el éxito propiamente dicho. Es decir, este discurso se ha infiltrado en nuestra cotidianidad para revelarnos que somos individuos frágiles, falibles, vulnerables, lo que nos pone en continuo riesgo; riesgo que, dicho sea de paso, es visto como inevitable, como algo a lo que hay que exponerse. Dos posibles salidas encontramos a esta situación, ambas referidas a la gestión del riesgo, y que aquí denominamos el empresario consumidor y el empresario mercader.
Capturada por el mercado, la incertidumbre que emerge de la vivencia de la dupla vulnerabilidad/riesgo es manejada mediante el consumo de nuevos bienes que son ofrecidos por gestores del riesgo. El empresario de hoy es, por tanto, un consumidor cotidiano de servicios asociados al manejo del riesgo (Rose, 2007a). De todas maneras, no podemos suponer la existencia de los llamados riesgófilos y los riesgófobos basándonos en el criterio del temor al riesgo, como lo hacen Laval y Dardot (2013),5 pues la base de la gestión del riesgo es la administración de situaciones que, conjugadas con la sensación de vulnerabilidad subjetiva, puedan ser potencialmente destructoras de la persona, de la comunidad, de la empresa o de la sociedad. En otras palabras, los riesgófilos también son sujetos atemorizados por el riesgo, pero que se hacen a herramientas para su eliminación o disminución. Hacerle frente al riesgo conduce, como ya lo habíamos insinuado, a consumir los productos que ofrecen las empresas gestoras del riesgo. El sujeto consumidor que, aunque temeroso de los riesgos, paga por la gestión de estos, es, al mismo tiempo, un individuo que hace mercadeo de sí mismo. En cuanto sujeto mercader reconoce como inevitables los riesgos y los administra. Claro que el management actual tampoco conjura del todo el temor al riesgo y más bien mantiene la impresión de que tenemos pocos recursos para manejar la variabilidad de la vida.
El riesgo tiene dos características promotoras de incertidumbre y angustia: remite a lo desconocido (en cuanto temido) y es irrupción. La subjetividad es puesta en escena dentro de este juego. La vida empresarial contemporánea ha sido promotora de una suerte de culto al riesgo, como si solamente de frente al riesgo el sujeto mostrara su real fortaleza. En este sentido, presenciamos que el verdadero culto no es tanto al riesgo, sino al yo.
Acorde con las exigencias que la racionalidad neoliberal contemporánea le ha hecho al sujeto que produce, la vida del empresario de sí es un escenario para mostrarse como competentes, emprendedores y capacitados para competir fuerte. La figura que mejor refleja esta forma de individualidad promovida es la del sujeto agonístico. La dimensión agonística del sujeto era característica de la enkrateia griega en la que este combatía consigo mismo para el dominio de los placeres y los deseos (Foucault, 1998b): “La enkrateia, con su opuesto la akrasia, se sitúa en el eje de la lucha, de la resistencia y del combate” (p. 62).
Así vista, la agonística promovida en aquella sociedad se refería fundamentalmente a una lucha consigo mismo, cuyo modelo era la actitud de combate con los adversarios, que, para el hombre griego, que era político y libre, finalmente, eran sus propias pasiones y deseos. En cambio, la búsqueda del lucro económico, del mayor rendimiento, del despliegue ad infinitum de los placeres y deseos, del desarrollo de las competencias individuales y de la mayor capacidad de competición en el mercado son los nuevos puntos de aplicación de la posición agonística del sujeto del neoliberalismo. Consideramos, entonces, que la agonística subjetiva contemporánea tiene un carácter más externalista por cuanto el sujeto-empresa no se plantea el límite de sus deseos, aspiraciones y anhelos, pues estamos habitando crecientemente la cultura del “todo se vale, todo