La gestión de sí mismo. Mauricio Bedoya Hernández
hombres libres en Grecia, como lo dice Camps en El gobierno de las emociones (2011) o como lo demostró Foucault en La hermenéutica del sujeto (2002b [curso en el Collège de France entre los años 1981 y 1982]), sino dejar fluir el deseo y el apasionamiento, pero desde el vector del mercado. Esto exige al sujeto realizar una serie de modificaciones sobre sí mismo con el fin de lograr el mejor management de sí. Dicho de otro modo, estamos en una era en la que la empresa se ofrece como la nueva forma de relación de los individuos consigo mismos, como modelo de la nueva gubernamentalidad y, en fin, como nueva ética.
Michel Foucault muestra que en la tradición griega el êthos era la manera de hacer, de ser y de conducirse de los individuos.4 Lo característico del êthos griego es su inalienable relación con el problema de la libertad. El hombre libre podía configurarse de tal o cual manera para lograr ser lo que los criterios estéticos de sí le indicaban, y hacer eso visible para los demás. Vemos aquí, como lo sostiene Foucault (1999), dos problematizaciones conexas a la ética: la libertad y la visibilidad, el sí y los otros. Eso quiere decir que “para que esta práctica de la libertad adopte la forma de un êthos que sea bueno, hermoso, honorable, estimable, memorable y para que pueda servir de ejemplo, hace falta un trabajo de uno sobre sí mismo” (Foucault, 1999, p. 399). Ocuparse de los otros encuentra, entonces, varios lugares de aparición: primero, el problema de la visibilidad (ser, hacer y conducirse de una cierta forma que pueda ser apreciada por la comunidad; ser ejemplo); pero también hallamos otro, el hombre libre debe saber gobernar su casa; tercero, el conducirse ético lleva al hombre libre a ocupar el lugar adecuado en la ciudad y en las relaciones con los otros (como magistrado, político, amigo, maestro), y, finalmente, conducirse éticamente exige escuchar lo que el maestro quiere enseñar. Por su parte, Victoria Camps vincula el êthos individual a la forma de ser, al carácter. Para ella, los griegos entendieron que el êthos no era otra cosa que la formación del carácter de la persona. Según esta autora, Aristóteles no se centra exclusivamente en las acciones; vivir bien requiere de la formación de un determinado carácter, de una forma de ser.
Proponemos, en consonancia con lo expuesto, que la ética neoliberal gira en torno del empresarismo. A la manera como el sujeto se relaciona consigo mismo adhiriendo al imperativo de tornarse a sí mismo una empresa se denomina êthos empresarial. López-Ruiz (2007) se refiere a esta noción cuando plantea que ella alude “a ese nuevo soporte psicológico compuesto por una figura emblemática, la del emprendedor, y por una concepción que permite pensar ciertos atributos humanos como una forma de capital” (p. 412). Aunque este concepto adopta la visión contemporánea del capital humano, objetamos dos aspectos en la manera como este autor piensa el êthos empresarial: por una parte, no juzgamos pertinente el peso que este le da al “soporte psicológico”, pues esto conlleva psicologizar la ética. En otras palabras, no podemos hacer una cientifización psi (psicologizar, psiquiatrizar, psicoanalizar) del modo de ser de un individuo sin caer en una reducción de la ética. Por otro lado, si bien coincidimos con que uno de los basamentos de esta ética neoliberal es el capital humano, sugerimos que resulta más preciso hablar de que su concepción más profunda es la del empresario de sí que vive para producir y gozar cada vez más. En el neoliberalismo este “plus” de gozar y rendir ha devenido sistémico (Laval y Dardot, 2013, p. 360).
En una mirada crítica desprevenida pareciera ser que el êthos empresarial del neoliberalismo contradice completamente la ética griega. Pero esto resulta engañoso. Estamos cruzados por una racionalidad que promueve la idea de que ser buen ciudadano es reconocer el propio capital humano de que dispone el sujeto para ser feliz y exitoso, es ser competente y adaptado a cualquier exigencia, es ser capaz de convertirse en empresario (así sea asalariado o independiente). No ha cambiado la forma; lo que hoy el neoliberalismo ofrece es una forma de libertad centrada en el mercado. Así que el punto de aplicación de la ética griega y de la ética contemporánea es diferente. Hoy el otro es objeto de preocupación en cuanto que se erige en su doble carácter, el de cliente y competidor; la visibilidad se juega en el marketing y la publicidad; los nuevos maestros son los consejeros, los gestores de riesgos, los nuevos expertos (psicológicos, económicos, asesores de imagen, etc.). No estamos ante el descenso de ética, ante un sujeto desprovisto de ética y, más aún, sin criterios para desarrollar un êthos propio. Hoy ser ético es ser empresario, ver en cada rincón del mundo una oportunidad de negocio y de exposición de las capacidades y competencias.
Este nuevo êthos empresarial ha emergido del hecho de que la empresa, por ser modelo y forma concreta de funcionamiento de la sociedad actual y, sobre todo, como forma de vida para los sujetos, conduce a los individuos a realizar una serie de operaciones voluntarias sobre sí mismos para modelar su existencia y hacerla concordar con la idea de que nunca es suficiente y de que el yo mismo debe ser remodelado constantemente. Por ello, el neoliberalismo se perfila como todo un êthos empresarial para las sociedades y los sujetos dentro de ella. Como lo sostiene Byung-Chul Han (2014), el sujeto que se hace empresario de sí se convierte en un “esclavo absoluto”, en la medida en que ya no está sometido privilegiadamente a la explotación ajena sino a la autoexplotación en su propia empresa.5
Esta ética del empresarismo no tuvo tanto éxito en Occidente por casualidad. Como lo apunta Nikolas Rose (1996), este discurso adquirió potencia porque tuvo poca resistencia entre los ciudadanos, pues partió de presupuestos básicos sobre el ser humano contemporáneo, ideas ampliamente distribuidas en nuestro presente, que se hallan profundamente arraigadas en el lenguaje cotidiano, que constituyen los ideales relativos a lo humano: la búsqueda de autonomía, la lucha por la realización personal haciendo uso de las propias potencialidades, la interpretación de la existencia como un problema de responsabilidad individual y el reconocimiento de que el bienestar personal emerge de las elecciones que hace el sujeto, entre muchas otras ideas.
Dentro de este contexto, resulta apreciable para un amplio sector del público unirse al discurso de la valorización de la empresarialidad y de las competencias subjetivas. Al decir de Rose (1996), el individuo, entonces, orienta su yo ya no a partir de la religión o la moralidad tradicional, sino conforme con los dictados de los expertos en subjetividad. Estos expertos, con sus sistemas de veridicción, ofrecerían los criterios no solamente para la orientación del yo, sino para su conformación.6 Cabría no dejarnos llevar ligeramente por esta tesis de Rose porque, aunque resulta cierta, puede conducirnos a suponer que esta racionalidad neoliberal deja de lado el aspecto ético. Pensamos que un diagnóstico de nuestro presente muestra que la lógica de la competencia y la ilimitación del placer llevan emparentadas una búsqueda con arraigo profundo en valores, en orientaciones de vida, en relación del sujeto consigo mismo; es decir, el neoliberalismo tiene una propuesta ética. Pero también ofrece los vectores, los criterios éticos, las orientaciones de vida para que los individuos configuren formas de ser, estilos de vida, modos de relación con el mundo, con los otros y consigo mismo. Además, y esta es la tercera característica de esta racionalidad, les indica a las personas qué operaciones deben realizar sobre sí mismos para lograr el éxito, el bienestar y la felicidad a partir del adecuado usufructo de su capital humano. Adicionalmente, le muestra al sujeto cuáles son los aspectos de sí que deben ser intervenidos para el logro de los fines de esta racionalidad. Y, finalmente, esta ética lleva emparentada una mirada constante hacia sí mismo en el sentido de la vigilancia y la autorregulación, con lo cual los dispositivos de experticia y (auto)evaluación adquieren su mayor instrumentalidad.
Sin embargo, no pasemos por alto que esta ética empresarial que articula, como ya lo decíamos, el gobierno político y el gobierno ético (Foucault, 2007) encuentra en las nuevas formas de experticia y autoridad de la subjetividad una estrategia concreta de realización. Y entonces somos testigos de un deslizamiento: los regímenes de veridicción ofrecidos por la autoridad experta en subjetividad (los expertos de la subjetividad, podríamos llamarlos), que opera bajo la figura de agentes exteriores al sujeto mismo, devienen regímenes de veridicción de sí mismo, lo que quiere decir que el sujeto se torna experto de sí. El neoliberalismo, con su radicalización del individualismo, posiciona como ideal normativo que cada individuo se transforme en experto de sí mismo. Hoy tanto la experticia de sí como las intervenciones que el sujeto hace para diseñar su vida se estructuran alrededor del eje de la economía, la cual “se convierte en una disciplina personal” (Laval y Dardot, 2013, p. 335). Esto quiere decir que la nueva gubernamentalidad ofrece el modelo empresarial como un unificador de la diversidad