La gestión de sí mismo. Mauricio Bedoya Hernández
de vivirlo, son adoptados por los individuos como valor moral que los acerca al favor de Dios. La negación del presente en favor de un futuro prometido que nunca se realiza se convierte en actitud favorecedora de la negación de sí mismo.
La ética protestante tiene sus repercusiones actuales en el sentido de la valorización de una ética del trabajo y el uso del tiempo que, ya en su reconversión neoliberal, se desplaza a toda la vida del individuo. Estamos ante toda una propuesta ética: la fe en el capitalismo le permite a la racionalidad neoliberal proponer una existencia centrada en el trabajo como condición para lograr el bienestar. Claro está que no podemos suponer que esta ética del trabajo promovida por el protestantismo y adoptada por el liberalismo clásico es implantada sin rupturas en el nuevo êthos empresarial, pues lo que hoy se pone en juego es la consecución del máximo rendimiento a partir de los recursos subjetivos con los que se cuenta (los aspectos psicológicos, el tiempo, la energía corporal, el capital económico, afectivo, educativo, etc.). Pero otro rasgo característico de este empresario es que no le teme a la búsqueda del placer y a la satisfacción del deseo, en una suerte de desenfreno y denegación del límite y la pérdida. Por todo esto es que el neosujeto (el sujeto promovido por la racionalidad neoliberal), que emerge del dispositivo rendimiento/goce, está hecho para triunfar sobre los otros. El paso del sujeto productivo y calculador, programado y disciplinado, abnegado y ahorrador de las sociedades disciplinarias al sujeto empresario de sí del neoliberalismo tiene como núcleo el uso del deseo. El sujeto contemporáneo hace suyo el deseo del Otro y hace del discurso empresarial subjetivo el centro de su narrativa.
Estimamos que el problema de esta perspectiva, quizá como otras que quieran presentarse como normativa ética de la vida de las personas, es que naturaliza una verdad: que el mejor-vivir del ser humano lo da el mercado, la libertad capitalista y la potencialización del capital humano individual. La mayor ligereza de estos análisis es que confunden causa y efecto: la asimilación que realizan de ser humano y empresario de sí mismo la presentan como la causa del centramiento en las prácticas gubernamentales de la responsabilización de sí mismos, del alejamiento de la responsabilidad del Estado, del endeudamiento como estrategia empresarial de sí, etc. Pero, al mismo tiempo, al naturalizarla la van realizando. Cuando el discurso del “eres tu propia empresa” es puesto a circular, esta verdad acontece, discursiva e históricamente.
El régimen emocional de subjetivación
Cuando decimos que el neoliberalismo deviene en toda una racionalidad no indicamos con ello que el aspecto emocional quede al margen, ya sea olvidado, ya sea reprimido, ya sea denigrado. Por el contrario, advertimos que las prácticas que llevan a cabo las personas, sus formas de relacionarse con los demás, la manera como conducen su vida y como pretenden conducir las de los otros, los modos como se inscriben en determinados regímenes de veridicciones encuentran en la emocionalidad un componente siempre presente y alrededor del cual acontece la subjetivación ética. Autorizarse para sentir y desear ilimitadamente cruza la ética de nuestro tiempo; con eso el individuo del presente tiene que lidiar. El individuo se subjetiva a partir de unos regímenes veridiccionales (que le indican “lo verdadero” y lo que no lo es) y jurisdiccionales (sistemas prescriptivos y normativos) que incluyen la vivencia emocional. Esto lo denominamos aquí el régimen emocional de subjetivación.
El problema del gobierno de sí en el mundo grecorromano encontró en el régimen de los placeres y en el vínculo que los individuos establecían con él un punto de aplicación fundamental en lo que a la subjetivación se refiere (Foucault, 1998b). El dominio de sí aparece en el mundo griego como una práctica ética fundamental (Foucault, 1998b, 2002b). Laval y Dardot (2013) señalan que hoy acudimos a una nueva definición de “dominio de sí”. Fundamentan su afirmación en los planteamientos de Bob Aubrey, consultor californiano, quien, en su amplia producción sobre el tema del empresarismo (incluido el empresarismo de sí), indica que el dominio de sí en vez de ser una elección de vida rígida y lineal, significa ser capaz de desenvolverse de manera flexible e innovadora en el marco de las exigencias que la contemporaneidad le impone al sujeto. Para nosotros, este diagnóstico requiere precisión. Antes que estar frente a una nueva concepción de dominio de sí, más bien podríamos decir que el dominio de sí dentro de la racionalidad neoliberal está conformado por un contenido diferente respecto del mundo grecorromano. Si bien la enkrateia griega se orientaba hacia las acciones que la persona debía realizar sobre el mundo de sus pasiones para lograr dominio de sí y constituirse como sujeto ético, esta “nueva enkrateia” impone la realización de unas acciones que conducen al individuo a que venda y se venda, con lo cual el tema del manejo de las emociones adquiere gran relevancia. A partir de lo dicho, planteamos que el gobierno en el neoliberalismo se orienta a la docilidad empresarial del sujeto, lo que conlleva la necesidad de domeñar su emocionalidad, haciendo uso de la tecnología del autodominio y el autocontrol que son fundamentalmente emocionales. En otras palabras, este autocontrol no busca estilizar la vida y tornarla obra de arte, sino hacer un uso pertinentemente empresarial de los deseos.
De esta forma, mientras que en el mundo grecorromano se combaten los placeres como una forma de conquistar el gobierno de sí (produciendo un sujeto agonístico), y en la modernidad se busca dominar los placeres por la vía del uso preeminente de la razón (produciendo un sujeto auto-nomo), en el neoliberalismo se funda la liberalización de los placeres, los deseos y las emociones (Cadena, 2004), originando con ello un sujeto que pone el goce como su centro, cuyo límite está siempre más allá de sí mismo sin dejar de ser sí mismo: sujeto ultra-subjetivado, como lo denominan Laval y Dardot (2013). Este “más allá de sí” (Laval y Dardot, 2013, p. 361) se ha transformado en condición de funcionamiento de los sujetos y las empresas. Gracias a este “plus de goce” (Laval y Dardot, 2013, p. 361) es que funciona el neosujeto y el nuevo sistema de competencia: “Subjetivación ‘contable’ y subjetivación ‘financiera’ definen en último análisis una subjetivación a través del exceso de sí respecto de sí mismo, o a través de la superación indefinida de sí mismo” (Laval y Dardot, 2013, p. 361).
Se dibuja entonces una figura inédita de la subjetivación. No es una “trans-subjetivación”, lo cual implicaría apuntar a un más allá del sí mismo, que consagraría una ruptura consigo mismo y una renuncia a sí mismo. Tampoco es una “auto-subjetivación” con la que se trataría de alcanzar una relación ética consigo mismo, con independencia de toda otra finalidad, de tipo político o económico. Es, de algún modo, una “ultra-subjetivación” que no tiene como finalidad un estado último y estable de “posesión de sí mismo”, sino un más allá de sí mismo, que se aleja cada vez y que cada vez más está constitucionalmente ordenado de acuerdo con la lógica de la empresa —y, más allá de ella, con el “cosmos” del mercado mundial (Laval y Dardot, 2013, pp. 361-362).
La pregunta que busca resolver la ética se refiere a cuáles son los aspectos de nuestra existencia sobre los que se requiere un trabajo para devenir sujetos apreciables tanto para nosotros mismos como para los otros. Las pasiones, los deseos, los apetitos, las emociones, los instintos, etc., se han constituido en objeto ético a lo largo de la historia. No obstante, la ética no se refiere exclusivamente al problema del dominio de sí frente a las emociones que irrumpen en la vivencia del ser humano. Como lo muestra Victoria Camps (2011), de la ética también forma parte la pregunta por las elecciones que hacemos sobre formas de vida. Como bien es sabido, elegir no es un ejercicio puramente racional en el que la emocionalidad no interviene. Todo lo contrario. Porque la vida pone al individuo en dilemas emocionales es que la elección se convierte en un recurso ético de primer plano. Porque los dilemas de la vida conllevan estados emocionales, elegir implica un proceso reflexivo, no exclusivamente racional, puesto que la mayoría de las elecciones de los seres humanos no se remiten a escoger entre lo bueno y lo malo, sino que entre ellos existen una serie de tonalidades que dificultan la determinación de una opción determinada. Porque justamente el mayor obstáculo para la toma de decisiones racionalmente sustentadas viene dado por lado del deseo, los gustos, los sentimientos y, en general, las emociones, es que la ética tiene en la emocionalidad uno de sus basamentos.
Habíamos sostenido que la tecnología de la evaluación dentro del neopanoptismo tiene como efecto el conocimiento de sí, de experticia de sí que no puede estructurarse sin la participación de la propia emocionalidad y del deseo. Claro está que es un deseo