Lady Felicity y el canalla. Sarah MacLean
y dijo la verdad.
—Lo siento.
—Tu arrepentimiento no es suficiente.
La respuesta fue brusca. Más de lo que se hubiera esperado de su hermano gemelo, que había permanecido a su lado desde el nacimiento. Incluso antes. Buscó su mirada castaña, una mirada que conocía al dedillo puesto que era igual que la suya, y lo vio. Incertidumbre. No. Peor. Decepción.
Descendió un escalón para acercarse a él.
—Arthur, ¿qué ha pasado?
Él tragó saliva y negó con la cabeza.
—No es nada. Yo solo… pensé que tal vez teníamos una oportunidad.
—¿Con el duque? —Sus ojos se agrandaron de incredulidad—. No la teníamos, Arthur. Ni siquiera antes de decir lo que dije.
—Con… —Hizo una pausa, serio—. Con un buen partido.
—¿Acaso había un grupo de hombres reclamando conocerme esta noche?
—Estaba Matthew Binghamton.
Ella parpadeó.
—El señor Binghamton es terriblemente aburrido.
—Es tan rico como un rey —le recordó su hermano.
—No lo suficientemente rico como para que me case con él, me temo. La riqueza no compra la personalidad. —Cuando Arthur gruñó, ella continuó—. ¿Tan malo sería que me quedara soltera? Nadie te culpará porque sea incasable. Mi padre es el marqués de Bumble, y tú eres conde y heredero. Podemos prescindir de un buen partido, ¿no?
Aunque estaba totalmente avergonzada por lo que había sucedido, había una parte no pequeña de ella que sentía bastante agradecida por haber terminado con aquella farsa.
Él parecía estar pensando en otra cosa. Algo importante.
—¿Arthur?
—También estaba Friedrich Homrighausen.
—Friedrich… —Felicity ladeó la cabeza, sumida en la confusión—. Arthur, herr Homrighausen llegó a Londres hace una semana. Y no habla inglés.
—No parecía tener problemas con eso.
—¿Y no se te ocurrió que yo sí podría tener problemas con eso, ya que no hablo alemán?
Él levantó un hombro.
—Podrías aprender.
Felicity volvió a parpadear.
—Arthur, no siento ningún deseo de vivir en Baviera.
—He oído que es un lugar muy bonito. Se dice que Homrighausen tiene un castillo —hizo un ademán con la mano—, con torrecillas.
Inclinó la cabeza.
—¿Es que estoy en el mercado en busca de torrecillas?
—Puede que lo estés.
Felicity observó a su hermano durante un rato mientras alguna absurda idea le rondaba la mente, algo que no podía pronunciar en voz alta, así que se decidió.
—¿Arthur?
Antes de que pudiera responder retumbaron media docena de ladridos desde el piso superior, seguidos de unas palabras.
—Oh, santo cielo. Supongo que el baile no salió como estaba planeado, ¿verdad? —La pregunta bajó por la barandilla del primer piso tras las patas de los tres perros salchicha de pelo largo, el orgullo de la Marquesa de Bumble, quien, a pesar de tener la nariz roja por un resfriado que la había mantenido en casa, apareció con toda su elegancia, envuelta en una hermosa bata de color vino y con el pelo plateado cayéndole por los hombros.
—¿Has conocido al duque?
—De hecho, no —respondió Arthur.
La marquesa se giró para lanzar una mirada de decepción a su única hija.
—Oh, Felicity. Eso no puede ser. Los duques no crecen en los árboles, ya lo sabes.
—¿Ah, no? —preguntó ella con descaro, deseando que su gemelo permaneciera callado mientras ella trataba de ahuyentar a los perros, que ya se habían levantado sobre sus patas traseras y estaban pisoteándole el vestido—. ¡Abajo! ¡Fuera!
—No eres tan divertida como crees —continuó su madre, ignorando el asalto canino que se estaba produciendo abajo—. Puede que haya un duque disponible al año. ¡Algunos años, ni siquiera eso! Y ya perdiste tu oportunidad el año pasado.
—El duque de Haven ya estaba casado, madre.
—¡No lo digas como si yo no lo recordara! —señaló—. Me gustaría darle una buena charla por cómo te cortejó sin tener siquiera la intención de casarse contigo.
Felicity ignoró el soliloquio que, de todas formas, ya había escuchado miles de veces. No la habrían enviado a competir por la mano del duque de no ser porque no había otros maridos que clamaran por ella, por lo que no le importó demasiado que él hubiera elegido seguir casado con su esposa.
Aparte de que la duquesa de Haven le caía bastante bien, también aprendió una lección importante sobre la institución del matrimonio: que un hombre perdidamente enamorado era un marido extraordinario.
No es que Felicity fuera a tener la oportunidad de encontrar a un marido perdidamente enamorado. Ese barco en concreto acababa de zarpar esa noche. Bueno, había zarpado meses atrás, para ser sincera, pero esa noche se había enterrado a sí misma para siempre.
—Estoy mezclando metáforas.
—¿Qué? —gruñó Arthur.
—¿Que tú qué? —repitió su madre.
—Nada. —Hizo un ademán con la mano—. Estaba pensando en voz alta.
Arthur suspiró.
—Por el amor de Dios, Felicity. Eso no te va a ayudar a atrapar al duque —dijo la marquesa.
—Madre, Felicity no va a atrapar al duque.
—Con esa actitud seguro que no —respondió su madre—. ¡Nos invitó a un baile! ¡Todo Londres cree que está buscando esposa! ¡Y tú eres