Lady Felicity y el canalla. Sarah MacLean
—Hizo una pausa—. Robert Matthew Carrick.
La mirada del duque se nubló al escuchar ese nombre, y Diablo se preguntó si era posible que los rumores fueran ciertos. Si Ewan estaría loco de verdad.
No sería una sorpresa, dado el pasado que lo atormentaba. Que los atormentaba a todos.
Pero a Diablo no le importó, y continuó con su discurso.
—Ella nos eligió, Ewan. Y me aseguraré de que todas las mujeres a las que cortejes hagan lo mismo. Disfrutaré arruinando a cada una de ellas. Y al hacerlo, las estaré salvando de tu obsesión por el poder.
—¿Crees que tú no tienes la misma obsesión? ¿Crees que tú no la heredaste de nuestro padre? Os llaman «los reyes de Covent Garden», y todo lo que os rodea es poder, dinero y pecado.
Diablo sonrió con suficiencia.
—Ganado a pulso, Ewan.
—Robado, querrás decir.
—Tú sí que debes de saber mucho sobre futuros robados. Sobre nombres robados. Robert Matthew Carrick, duque de Marwick. Un bonito nombre para un niño nacido en un burdel de Covent Garden.
El duque frunció el ceño y sus ojos se oscurecieron.
—Entonces, que empiece el juego, hermano, ya que parece que me han regalado una prometida. lady Felicia Fairhaven o Fiona Farthing o algún otro nombre estúpido.
«Felicity Faircloth».
Así es como la habían llamado aquellos asnos en el balcón antes de destrozarla en pedazos y hacer que se sintiera obligada a prometerse al duque en un arrebato de insolencia. Diablo había sido testigo de cómo sucedía el desastre, pero había sido incapaz de evitar que se viera envuelta en los asuntos de su hermano. En sus propios asuntos.
—Si piensas convencerme de que no estás en el mercado para herir a las mujeres, involucrar a una joven inocente en esto no es la forma de hacerlo.
La mirada de Ewan encontró la suya al instante, y Diablo lamentó haber dicho aquello. Lo que Ewan parecía pensar que había insinuado.
—No le haré daño —anunció Ewan—. Me voy a casar con ella.
Aquella afirmación le molestó, pero Diablo hizo lo posible por ignorar aquel sentimiento. Felicity Faircloth, la del nombre estúpido, ya estaba involucrada hasta las cejas. Lo cual significaba que no tenía otro remedio que comprometerla.
Ewan siguió presionando.
—Su familia parece desesperada por cazar a un duque, tan desesperada que la misma dama nos ha declarado comprometidos esta noche. Y que yo sepa, ni siquiera nos hemos conocido. Evidentemente, es una bobalicona, pero no me importa. Los herederos son herederos.
No era una bobalicona. Era fascinante. Ingeniosa, curiosa y se sentía más cómoda en la oscuridad de lo que él habría imaginado. Y con una sonrisa que hacía que los hombres se fijasen en ella.
Era una lástima que tuviera que arruinarla.
—Encontraré a la familia de la joven y les ofreceré fortuna, título, todo. Lo que sea necesario. Las amonestaciones se publicarán el domingo —continuó Marwick con toda tranquilidad, como si estuviera hablando sobre el tiempo— y estaremos casados dentro un mes. Los herederos pronto vendrán en camino.
«Nadie vuelve a entrar a menos que atrape al mejor partido de todos».
Diablo escuchó cómo resonaban en su cabeza las palabras de Felicity. La mujer iba a estar encantada con ese giro de los acontecimientos. El matrimonio con Marwick le traería lo que ella deseaba, el regreso a la aristocracia como una heroína.
Solo que no regresaría.
Porque Diablo nunca lo permitiría, tuviera una sonrisa preciosa o no. Aunque la sonrisa facilitaría mucho la tarea de arruinarla.
Diablo frunció el ceño.
—Solo conseguirás herederos de Felicity Faircloth sobre mi propio cadáver.
—¿Crees que se quedará con Covent Garden en lugar de con Mayfair?
«Quiero volver a entrar».
Mayfair era todo lo que Felicity Faircloth deseaba. Lo único que debía hacer él era mostrarle que había más donde elegir. Pero antes de ello, lanzó su dardo más envenenado.
—Creo que no es la primera mujer que prefiere arriesgarse conmigo en vez de pasar toda una vida contigo, Ewan.
Y era cierto.
El duque miró hacia otro lado, a través de la ventana.
—Vete.
Capítulo 4
Felicity atravesó la puerta abierta del hogar de sus ancestros ignorando el hecho de que su hermano le pisaba los talones. Se detuvo para sonreír con educación al mayordomo, que seguía sosteniendo la puerta.
—Buenas noches, Irving.
—Buenas noches, milady —entonó el mayordomo, para después cerrar la puerta tras Arthur y girarse a recoger los guantes del conde—. Milord.
Arthur negó con la cabeza.
—No voy a quedarme, Irving. Solo estoy aquí para hablar con mi hermana.
Felicity se volvió para encontrarse con una mirada castaña idéntica a la suya.
—¿Ahora te gustaría hablar? De regreso a casa has estado callado.
—Yo no lo llamaría callado.
—¿Ah, no?
—No. Yo lo llamaría «enmudecido».
Ella se mofó mientras se quitaba los guantes, utilizando aquella excusa para no mirar a su hermano a los ojos y evitar la violenta culpa que la atormentaba solo de pensar en que debía hablar sobre la desastrosa velada que acababa de finalizar.
—Por Dios, Felicity, no estoy seguro de que haya un hermano en toda la cristiandad que pueda encontrar palabras para tu osadía.
—Oh, por favor.