Pensamiento de un viejo. Fernando González
un viejo filósofo que tenía unas barbas muy largas y muy blancas, y que vivía en las montañas entregado a meditaciones sobre la vida. Era de gran saber, sobre todo en las cosas del corazón.
Cierto joven fue un día a visitarlo, y le dijo:
¿No se entristece usted viviendo tan solo? Usted no puede decir: hoy llega papá... Ahora vienen mis hijos... ¿Por qué no se casó usted? Veo que desprecia todo lo humano, y entonces ¿en qué halla alegría? ¿Qué le retiene en la vida?
¡Oh! los hijos, los amores todos, ¡son los dioses que protegen la vida...!
—Joven —contestó el anciano—, si caminaras por el camino del saber no dirías esas cosas. Entonces sabrías que el alma es un mundo en donde pueden florecer flores más bellas que en el mundo exterior.
Mis hijos son mis pensamientos.
Hoy llegan mis niños sonrosados: así me digo en los días venturosos.
¿Qué amas tú en las mujeres a quienes amas? No a ellas sino al ideal que en ellas has puesto. Yo disuelvo mi alma en el universo todo, y así amo todo el universo.
Aprende a hacer de tu alma tu tesoro: allí encontrarás lo necesario para vivir una vida divina. No permitas que tu corazón esté sometido, para alegrarse, como para entristecerse, al querer de los hombres...
Que tu novia esté en tu propia alma y tus hijos en tu propia alma...
Sigue por este sendero que conduce a la vida divina... Y sabe que los dioses no necesitan de protectores para la alegría de su vivir...
Mide la grandeza de un hombre por la disminución de sus dioses: por eso jamás creas en aquellos filósofos que escriben para agradar al público.
Y cuando encuentres uno que pueda vivir solo, di entonces: éste debe tener un rico tesoro; se ha hecho divino, y por eso jamás mira hacia arriba como los perros humildes...
Así dijo el viejo de las barbas blancas.
LA PARÁBOLA DEL LOCO
Sucedió que en cierto pueblo había un hombre loco, es decir, que no pensaba ni decía como los demás.
Y como en nuestra época ya no se cree que la locura tenga algo de divino, como en los días de Grecia, se reían de él y le despreciaban, como si fuera un hombre enloquecido por el Diablo.
Digo mal, pues se cree en la locura mística, en la que se refiere a ultramundos, pero no en la locura producida por el pensamiento.
Sucedió, pues, que un día de mercado hubo una riña entre un perro rico y gordo, y otro flaco y pobre.
Figuraos lo que pasaría.
El perro grande derribó a su adversario y mostraba intentos de concluir con él.
Los hombres pobres y flacos del mercado, como por un instinto que les mostraba lo que a ellos podía acontecer, acudieron con piedras en defensa del pobre perro vencido.
Nuestro loco que esto vio, dijo al pueblo:
Vosotros creéis hacer un bien a ese perro, pero en verdad le hacéis, evitándole la muerte, un grave daño, pues es la mayor amargura la amargura del vencimiento. Hacéis también un grave daño a la vida, pues toda impotencia que vemos, todo vencimiento que sobrevive, toda miseria que se manifiesta, envilecen la vida.
Así dijo el loco, pero no lo oyeron.
Y los que lo oyeron no lo entendieron.
EL PARALÍTICO
Y era un paralítico, y su familia lo llevó a la montaña, en donde al menos sus ojos podrían complacerse, y su alma juguetear con sueños.
Y maniático se volvió el paralítico en la montaña: así decían las gentes.
De la mañana a la tarde permanecía sentado a la puerta de la casa. No hablaba. El alma puesta en los ojos, y los ojos en el horizonte, así se estaba las horas hundido en profundo soñar.
Y ¿cuál fue la locura del paralítico? Oíd: la pobre ánima encerrada en cárcel tan miserable se enfermó de tristeza. Y al llegar a la montaña, sintió brisas libertadoras... y se asomó al mundo; y vio, allá, en la lejanía, una forma blanca, como de mujer. ¡Quizá una nube! Y desde entonces, alegrada esa alma, no volvió a mirarse a sí misma, sino al horizonte, que pobló de mujeres, alegrías, dolores... ¡Sueños!
* * *
Y ¿qué es el hombre, sino el paralítico de la parábola?
¿Qué ha hecho el hombre y en qué se ocupa el hombre? Lo mismo que el paralítico: sueña... Llena el horizonte de ultramundos, alegrías y dolores, para no verse tan triste...
DOLOR Y ALEGRÍA
Tú, ¡oh rey! —contestó el sabio—, me pides que te diga en dónde está la felicidad.
Dolor, alegría... Palabras que sólo tienen sentido en relación al ser sensible. Para ti el tener sólo un pedazo de pan es tristeza, mientras que para un mendigo es alegría.
Comparas los estados de tu alma, y así formas la escala de lo bueno y lo malo, de lo triste y lo alegre.
Mira este río. Si en todo su curso el agua corriera con igual rapidez, entonces no podrías decir: en este sitio el río tiene gran mansedumbre...
Vivir es cambiar constantemente. Así, mientras vivas pasarás constantemente de un estado a otro... y unos serán más agradables... habrá para ti alegría y dolor...
Tú dices cuando te sientes alegre: si pudiera vivir siempre así. Pero no; ese momento no sería placentero, si en tu vida no hubiese otros menos agradables, para compararlos...
No puede haber alegría si no hay dolor, y éste existirá mientras haya vida...
No creas tampoco que al morir terminen el dolor y la tristeza. La muerte es sólo un cambio de forma. ¿Has visto un cementerio de aldea? ¡Cuántas flores, cuántas mariposas y cuántos frutos! Allí comprende uno que la muerte sólo es un cambio de forma. Y ¿quién será capaz de asegurarte que las flores no sienten, gozan y sufren? Yo creo que las flores son espíritus más silenciosos que los hombres... Y ¿quien será capaz de asegurarte que no volverás a ser hombre, después de haber servido para tapar un agujero, como decía el melancólico Príncipe...?
Así pues, ¡oh rey!, te contesto que la felicidad y el dolor son dos inseparables, y que los dos son hijos de la vida...
¡Suprimir la vida...! ¡Pero es imposible! ¡Todo cambia, renace, y nada muere! Cuentan que el filósofo sepulturero Van-Rum decía este decir mientras su locura: “¡No poder uno morirse!”.
Así dijo el viejo de las barbas largas, a cierto rey que fue a visitarlo, y que le preguntó en dónde estaba la felicidad.
EL DECIR INVERNAL
Todo el día ha llovido. Ahora es el crepúsculo, un crepúsculo de melancolía. Todo es blanco, de blancura turbia. El agua ríe, o llora, o canta, según el querer de las almas... Pero mi corazón dice que la lluvia solloza...
Propicio es el tiempo para meditar los pensamientos de Spinoza, de los Vedas y de Schopenhauer...
“El Uno Primitivo...”. “Todas las cosas son fenómenos del Ser Único...”. “Todo cambia, pero el Ser permanece eternamente...”.
Y en verdad que en este crepúsculo blanco, de blancura turbia, parece que el mundo tuviera un alma, y que esa alma, disuelta en las cosas, fuese Sor Melancolía...
Pero no; tú, novia de mi corazón, eres la esencia del mundo: eres mi alma, y mi alma es parte del Uno Primitivo... Es el Ser... Tú, mi novia, eres Sor Melancolía.
Quisiera vivir en los países del Norte, donde todo es blanco, frío, melancólico; allá, donde el alma se disuelve en la atmósfera, y se hace una con las cosas... Allá, durante los anocheceres más sombríos, podría entonces exclamar: ¡mi novia es la esencia del mundo!