Pensamiento de un viejo. Fernando González

Pensamiento de un viejo - Fernando González


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mi alma me pesa cada vez más...

      Comenzaba a levantarse el misterio en la sierra. Era la hora en que nuestra alma se va tornando más y más pesada...

      El niño sintió miedo, como si algo extraño fueran a contemplar sus ojos, y se acercó un poco más al padre...

      ¿Hablaría el niño para apartar la mirada de sí mismo? Tal vez. La palabra sirve para eso: para olvidar, para alejar un poco nuestro mundo interior...

      Sí; pero era la hora en que el hombre tiene necesidad de cariños que le ayuden a llevar su carga de misterios, su gama de sensaciones... O quizá también, cariños a quienes mirar para no mirarse a sí mismo... ¡Tantas cosas! Y por esas tantas cosas dijo el niño a su padre:

      ¡Papá! ¿Cómo era la abuelita...?

      El Padre. —Primero fue una niña sonrosada...

      El niño. —¿Y después...?

      El padre. —Después fue una viejecita blanca...

      El niño. —¿Y después...?

      El padre. —¿Después...? ¿Después? ¡Melancolía del recuerdo!

      Y en aquella hora amorosa el niño experimentó la tristeza del irse de los cariños, y pensó que al irse todos tendría que cargar solo con el peso de su alma...

      El niño. —¡Pobrecitos los viejos! ¿No, papá?

      ¡OH ANHELO DE LA NADA!

      La novia nube. —¡El crepúsculo! Mira. Presta al mundo un aire de muerto: silencio, olvido, melancolía...

      El solitario. —Silencio... Olvido... ¡Negaciones!

      Para encontrar belleza es necesario disolver nuestra alma en las cosas; es necesario contemplar el constante cambio de los fenómenos, y recordar así el irse de nuestros quereres.

      Todo pasa, todo cambia y todo vuelve a renacer... Y el alma se va tornando silenciosa, melancólica... En aquellas regiones todo es crepuscular... Silencio, olvido... Presentimientos del Alma Única, infinita, que atrae entonces al pobre corazón. Es algo, algo así como un eterno crepúsculo.

      Allí termina todo lo que es... Alegría, dolor, bueno, malo... ¡No! Allí nada ES. ¡Negación! Eterno sueño, en el eterno lago de La Nada!

      LAS NUBES

       Para una niña que esté triste.

      Ocúltase el sol, y comienza la hora propicia para todo ensueño. Para sueños tristes de viejo, y para sueños de enamorado; para meditaciones de filósofo, y para sentires de poeta; para sueños con la vida, y para sueños con la muerte...

      Las nubes, coloreadas por el sol, cambian a cada momento de forma.

      ¿Qué dicen los niños? Los niños dicen:

      Aquella nube parece una flor...; aquella una mariposa enorme...; aquellas se persiguen, juegan... ¡Qué juguetonas y alegres son las nubes...!

      Y los niños dan saltos y gritos de alegría.

      ¿Qué dicen los viejos? Los viejos de hablar lento dicen:

      Aquella nube se asemeja a la muerte...; aquella otra parece un cadáver. ¡Qué melancólico es el crepúsculo y qué tristes son las nubes...!

      Y los viejos de hablar lento, callan, se abisman en el lago de los recuerdos, en ese lago de aguas verdosas, que es placentero y doloroso a la vez...

      Y ¿qué dice la vida? La vida dice:

      A mí, lo mismo que a las nubes, unos me dan su alegría, otros me regalan su tristeza. Yo no soy triste ni alegre.

      Y la vida repite las palabras que dijo al discípulo de Dionisos:

      Vosotros, los hombres, ¡oh virtuosos!, me prestáis vuestras virtudes.

      EL PARALÍTICO

       Jamque quiecebam voces hominumque, canumque, Lunaque nocturnos alta regebat equos.

      Ovidio

      Dijo el paralítico: madre, ha llegado el verano. El jardín está florecido, y la brisa me trae aromas de amores idos... Esta luna es perversa. ¡Mira cómo da a los campos el aspecto de una añoranza! Ciérrame los ojos para no ver esa luna. En mi corazón, a su hechizo mágico, van floreciendo los antiguos anhelos, que son ya imposibles... Es un desfile de ilusiones... Ciérrame los ojos con tus manos amorosamente viejas...

      * * *

      La luna seguía melancolizando lentamente los senderos y las almas... Y la viejecita cerró los ojos al paralítico...

      * * *

      Y luego: ábreme los ojos, madrecita. Deja que la luna haga florecer en mi corazón anhelos imposibles, y que la brisa me traiga olores de quereres lejanos... Mi alegría debe estar en mi cementerio. ¡Déjame ver cómo sangra mi corazón! No es tristeza esto. Es melancolía... ¡Melancolía es un paralítico en cuyo corazón florecen amores imposibles...! ¡Melancolía es un sendero adormido al hechizo de la luna...! ¡Melancolía es ver cómo sangra nuestro corazón...!

      * * *

      ¡Oh, almas raras, almas refinadas, cuya alegría está en ver cómo se van los amores, las ilusiones, cómo todas las cosas pasan, se hunden en el misterio! Almas pervertidas por el análisis, descontentas, ansiosas de eternidad, que se vengan de la vida diciendo: ¡pondré mi alegría en ese constante irse de todo!

      Y EL VIEJO LLORA...

      Por el camino polvoriento, cabalgando en una mula parda, va un viejo que tiene ya todo el cabello blanco.

      El viejo reflexiona. Una orgía fue su juventud, y un hospital es hoy su casa: la hija, histérica; el mayor de los hijos, paralítico; el segundo cubierto de llagas asquerosas, y del otro le avisan hoy que se está mu riendo.

      Así dice la carta: “Ven, pronto. Nuestro hijo se muere. Tengo miedo. Ven pronto...”.

      Y el viejo que tiene todo el cabello blanco, y que va por el camino polvoriento, cabalgando en una mula parda, llora lágrimas amargas, las más amargas de su vida, y por primera vez comprende que él jamás tuvo el derecho de ser padre...

      LA HORA MÁS TRISTE

      Cuentan que el filósofo Van-Rum se hizo sepulturero. ¡Bella profesión para un filósofo...! Y cuentan también que era más hosco que Schopenhauer.

      Cierto día alguien le oyó exclamar: ¡Estos muertos renacen!: yerbas, flores, mariposas... Allí hay un rosal. Viene una mujer con su amante, aspira el perfume de las rosas, y éste se convierte en besos... y los niños devienen...

      Oíd como cuentan las historias: ...y aquel día Van-Rum vio que una hermosa enlutada lloraba sobre una tumba. Y acercándose a ella, le dijo: ¡mujer! Tu amado sólo ha cambiado de forma. En esas flores está la esencia de tu amado. ¿Por qué lloras? Crees que las lágrimas duran sólo un instante, pero te engañas. Nada muere... Tu tristeza irá a entristecer otras almas... No puedes reír, llorar o cantar sin que conmuevas todo el Universo...

      Seguid, ¡oh humanos!, riendo, llorando o cantando, que de rumores, alegrías y besos se impregnará la atmósfera y la vida...

      Desde entonces —terminan las historias— Van-Rum se enloqueció. Sólo decía estas palabras: “¡No poder uno morirse!”.

      SOÑAR...

      El poeta está envuelto en el humo de su pipa, y dice:

      ¡Oh! ¡El sueño! Por él vivimos muchas vidas distintas; él nos liberta de la esclavitud del ser. Ser de un modo, ¡qué triste...!

      Lo que es dura un instante y se acaba, y ¿qué más horrible que el placer que acaba?

      Por el sueño vivimos todas las vidas que pudiéramos haber vivido en realidad.

      Por eso amo el beso, porque es una promesa, y una


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