Pensamiento de un viejo. Fernando González
hablan en el antiguo reloj mohoso.
Tic, tac...
Una hoja cae del árbol...
Tic, tac...
Una mujer pasa por el sendero de tu corazón...
Tic, tac...
¡Oh, amigo Rum! ¡Mira cómo me muerde la melancolía! ¡Mira cómo es preciso morir para ir a buscar a Fina, allá, en el lago verdoso del eterno ensueño...!
III
Aquel niño tenía en los ojos la tranquilidad del lago de los recuerdos. Había nacido para recordar los hechos de sus abuelos...
El recuerdo es de los viejos. La mitad de la vida es para obrar, y la otra mitad se dedica a la añoranza.
Aquel niño que tenía los ojos apacibles, era el brote último de una raza grande, que dejó huella luminosa en sus caminos.
A medida que la humanidad envejece, los ojos de los hombres se van haciendo tranquilos y tristes...
La mirada de aquel niño ya no se dirigía intrépida en busca de nuevas sendas, ni sus pasos eran firmes y apresurados. No; sus ojos miraban melancólicamente la casa antigua de los antepasados, y sus pasos resonaban en los senderos cubiertos de musgo por donde vagan las añoranzas...
Y el último hombre será todo recuerdos; en él se encarnará todo el pasado... ¿Cómo obrar? Se lo impiden las cadenas que lo atan a muchos sepulcros... ¡El último hombre sólo amará los amores muertos...!
Sí; a medida que la humanidad envejece, se va tornando más y más interior: en ella se van encarnando las almas de todos los muertos.
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