Mujeres de fuego. Stella Calloni

Mujeres de fuego - Stella Calloni


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otros. En 30 días íbamos a estar en Ámsterdam. Pero no puedo dejar de mencionar que cuando llegamos a Río de Janeiro, en tránsito, se produjo una enorme conmoción, porque vimos, en la primera plana de los periódicos, la foto del dirigente comunista brasileño Carlos Prestes cuando lo llevaban a un tribunal militar. Había dirigido un heroico levantamiento y marcha en 1935, en su país. También Rodolfo Ghioldi, de nuestro partido en Argentina, que lo acompañaba en su acción, era llevado en confinamiento a la isla Fernando de Noronha. La figura de Prestes marcó la historia de Brasil.

       —Encadenamientos de hechos que marcarían la historia del mundo...

      —Sí, es cierto. De Ámsterdam fuimos a París, donde estuvimos con el Socorro Popular Francés y la delegación de la República Española. Recuerdo entonces que fuimos a la Exposición Universal, y vimos allí el cuadro Guernica de Pablo Picasso, que presidía el pabellón de la República Española y que reflejaba el brutal bombardeo de la Legión Cóndor alemana el 26 de abril de 1937 sobre la pequeña ciudad del País Vasco, que provocó la muerte de miles de sus habitantes. De París fuimos a Perpignan para resolver problemas de documentos y luego a Cerbère, la última ciudad francesa. No olvidaré nunca el trayecto desde allí hasta Portbou, Cataluña. A nuestro paso en el tren, muchos campesinos levantaban las guadañas con que segaban el trigo para saludarnos, y nosotros llorábamos. Allí en Barcelona comenzamos a vivir la guerra. Al principio vimos toda la gente en las ramblas colmadas y parecía que no pasaba nada, pero rápidamente las alarmas advirtiendo los bombardeos nos llevaron a la realidad. Fuimos a Madrid, donde un bombardeo —del que nos salvamos milagrosamente— destruyó el Socorro Rojo, y de allí a Valencia, donde estaba el gobierno de la República, a hacernos cargo de nuestras tareas. Estábamos en el terreno donde se libraba una batalla, no sólo contra el enemigo interior sino contra la intervención directa de Alemania e Italia: Bernardo, como corresponsal de Nueva España, y yo, en el Socorro Rojo.

       —¿Cómo se vivía a nivel popular aquel momento?

      —Eso era lo más inolvidable. Vimos aquel pueblo que con o sin armas, descalzo o con alpargatas, sin alimentos muchas veces, estaba allí resistiendo, defendiendo a su patria invadida. Vimos campos ensangrentados, ciudades destrozadas por los bombardeos, mujeres y niños asesinados en los caminos. Las obras de arte, símbolo de una cultura que en su época de oro asombró al mundo, arrasadas o entregadas por los facciosos al enemigo, en retribución de servicios.

       —¿Cuánto tiempo estuvieron ustedes en España? Y, aunque es difícil preguntarle, ¿a quiénes recuerda más cercanamente?

       —¿Cómo fue su experiencia en Valencia?

      —Valencia no escapó al crimen. Recuerdo un día de sol brillante cuando un alud de metrallas cayó sobre la gente que salía del trabajo. Corrimos a recoger a los heridos y dentro de tanto dolor era increíble la valentía con que actuaban todos. El poeta Antonio Machado había convocado a la campaña de invierno de 1937 para reunir abrigos, alimentos, medicamentos para los combatientes. Fui designada para dirigirla en el Socorro Rojo. Y toda España respondió. Curiosamente, en medio de aquella guerra cruel, estábamos siempre renaciendo ante lo que sucedía alrededor. Recuerdo que fuimos con Bernardo al pueblo de Rocafort, muy cerca de Valencia, a ver al poeta Machado, donde vivía con su madre, en una humilde casa pintada de blanco. Era de una humildad conmovedora, y se advertía la profunda identidad con su pueblo y su rechazo visceral al fascismo. Creía en la victoria de la República y no sospechaba, en ese momento, que la contrarrevolución estaba en marcha con una fuerza temible. Fue en Valencia donde conocí a grandes figuras del movimiento revolucionario mundial, a los jefes más reconocidos del ejército popular, a los combatientes maravillosos y a las valientes Mujeres de la Unión Antifascista Española.

       —¿Entonces conoció a Dolores Ibárruri, “la Pasionaria”?

      —Sí. Mi primer recuerdo es de cuando la vi en el Segundo Congreso de esta organización realizado en Valencia. Era una mujer muy bella, alta, vestida de negro, que impactaba, y su voz ardiente y su discurso estremecían a todos. En ese entonces la vi de lejos. Luego la conocí y estuve con ella en el año 72, en el Congreso de FEDIM. Su vida ya es parte indisoluble de la historia del siglo XX, de las victorias y derrotas del movimiento popular. Y ¿cómo no evocar al gran poeta Miguel Hernández, detenido cuando iba a buscar a su mujer Josefina, a Manolín, que aún estaba en el vientre de su madre? Lo mataron como a García Lorca, y antes de ser asesinado por el franquismo escribió en una pared de su celda: “Adiós, hermanos y amigos, despedidme del sol y de los trigos”. ¿Cómo podría yo olvidar esos días, esas figuras?

       —¿Y cómo fue para ustedes cuando la guerra llegó a Valencia?

       —Siempre se recuerda que usted viajaba también en esos tiempos para buscar apoyos en todas partes.

      —Viajaba continuamente entre España y Argentina. En Francia funcionaba el Comité de Solidaridad con España y allí confluía


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