Contra la caridad. Daniel Reventós
describe como una pandemia global. Con una renta básica universal, por el mero hecho de respetar el derecho fundamental a la existencia material, sería posible compartir los valores de libertad, justicia y dignidad con toda nuestra especie humana. Solo con esto la caridad sería innecesaria y estarían puestas las bases para que prevalezca la bondad.
Barcelona, agosto de 2017
I. Representaciones
A menudo, la caridad se representa en el arte como una actividad santa, encarnada por personas cuya virtud se ensalza, como Santa Isabel de Hungría, San Lorenzo y San Nicolás, con sus bolsas llenas de monedas listas para repartir entre los pobres, o San Martín de Tours, que cortó su capa en dos para poder dar la mitad a un mendigo (existe una versión que sostiene que la mitad de la de San Martín —no la del mendigo— se fabricó de nuevo en su totalidad). Más interesante es que, en obras de pintores como Andrea del Sarto (1486-1530), Lucas Cranach el Viejo (1472-1553), Michele Tosini (1503-1577) y Anton van Dyck (1599-1641), la caridad, la leche de la bondad humana, se personifique en la forma de una mujer bella y, a veces, voluptuosa, con un grupo de niños pequeños y, a menudo, con un bebé lactando activamente. Muchas imágenes de Virgo lactans sugieren que, al alimentar a su retoño, los senos de la Virgen alimentan a toda la humanidad (Mater Omnium, Nutrix Omnium).1 Y, al fin y al cabo, el primer regalo que reciben los humanos es el flujo de vida procedente de un seno nutriente que, si respeta la personalidad del bebé, lo hace crecer, libre y autónomo, aunque también puede generar una dependencia asfixiante.
En De factis dictisque memorabilibus (Hechos y dichos memorables), el historiador y moralista Valerio Máximo (c. año 30) relata el cuento pagano de cómo una mujer joven, Pero, amamantó a su padre, Cimón, encarcelado y condenado a muerte por inanición. Su devoción llevó a las autoridades a liberar a Cimón. Sin embargo, en la recreación de la historia por parte de Plinio el Viejo —acaso intentando evitar el subtexto incestuoso—, «una mujer plebeya de baja condición» alimenta a su madre encarcelada. Sea como fuere, esta es una historia de pietas familiar donde el parentesco adquiere prioridad sobre las leyes de la sociedad. Pero pronto se eliminó el componente transgresor de la historia. El cristianismo la absorbió y, desde entonces, se ha tratado como caritas romana. Hay muchos cuadros fascinantes2 que representan el generoso arrojo de Pero, entre ellos Siete obras de misericordia (1607), de Michelangelo Merisi da Caravaggio, el «Anticristo de la pintura».
Al final de Las uvas de la ira, de John Steinbeck, el bebé mortinato de Rose of Sharon Rivers (de soltera, Joad) es colocado en una caja de manzanas y abandonado en un arroyo. Su tío dice al niño muerto que flote río abajo, hasta la ciudad, podrido, y, por su hedor, les diga que ha muerto de injusticia. «Es la manera como puedes hablar.» En el último párrafo del libro, Rose of Sharon amamanta a un hombre famélico que se encuentra en un cubierto. Toma el mando de la situación, pero no lo hace desde una posición social elevada ni desde una sensación de superioridad. Y, en este caso, en la escena del libro, a diferencia de lo que ocurre en los cuadros sobre caridad, donde la benefactora es expuesta como literalmente superior, ocupando siempre el primer y más alto plano de la composición, Rose of Sharon se encuentra al lado del hombre al que amamanta; está al mismo nivel que el receptor. La escena molestó a los editores de Steinbeck y a mucha otra gente, aparentemente más por sus connotaciones sexuales que por la transformación de la caridad romana en un acto de simple donación humana de una víctima a otra. ¿O acaso era la sediciosa solidaridad el verdadero problema?
En pintura, este sentido de generosa camaradería entre vulnerables aparece raramente, porque la caridad es una relación de poder gobernada por la primacía divina o terrenal. Y acaso también porque los grandes patrocinadores, benefactores y coleccionistas de pintura eran la gente más rica de la época, la que podía pagar por proyectar sus propias imágenes de caridad (y cómo se relacionaban con ella). Una infrecuente excepción, extraída explícitamente de los cuadros de Peter Paul Rubens sobre la caridad romana, es La balada partisana (1969), del artista bielorruso Mai Volfovich Dantsig. Representa a una partisana que amamanta a un camarada en el frente oriental durante la Segunda Guerra Mundial. Ambos están armados. La obra fue retirada al menos de una exposición en Rusia, cuando las autoridades locales la consideraron «incestuosa» (sic; ¿acaso porque vieron «caridad romana» y la historia original de Pero y su madre/padre en la obra?). En 2015 fue expuesta en la Galería Saatchi de Londres,3 en la exposición «Exploración del legado de la Segunda Guerra Mundial en el arte ruso», pero, en este contexto de violencia y sufrimiento, probablemente se perdió el tema de la caridad. Finalmente, este sensible asunto de la caridad lactante alcanzó un alto nivel de decoro estéril con la madre Teresa de Calcuta pintada por M. F. Husain (1915-2011): sin rostro y moviendo una mano huesuda sobre un bebé marrón cuya cabeza parece alejarse de su pecho, que, pintado de negro, como su cara, parece el vacío.4 Eso nos acerca a otra idea: la vacuidad emocional de la caridad.
La leche de la bondad humana tiene connotaciones arriesgadas o subidas de tono, y los artistas se esforzaron por mostrar la abundancia de la caridad de una forma más o menos casta, especialmente a partir del siglo xix. Hasta entonces, la exposición de pechos, vistos como una suerte de homenaje a las esculturas griegas clásicas desnudas, era algo aceptable en los círculos de clase alta y aristocráticos, mientras que los hombros, piernas y tobillos descubiertos no lo eran. Con todo, a diferencia de la especie caritativa y como los senos de mármol, estas esferas nacaradas en elegante exposición raramente eran pechos trabajando, ya que sus propietarias solían emplear a nodrizas. Cuando los senos caritativos pertenecían a la Virgen, las representaciones artísticas tendían a seguir los dictados sociales, a veces con resultados extraños. En algunas imágenes, se ignora la anatomía y los accesorios mamarios se encuentran en posiciones extrañas, por ejemplo, casi al nivel de las clavículas, como en La Virgen con el niño (década de 1370), de Paolo di Giovanni Fei —donde la madre y el niño parecen muy aburridos—, y La Virgen amamantando al niño Jesús (c. 1487-1490), más sensual, de Hans Memling. Posteriormente, hay numerosas imágenes de la leche de la Virgen compartida más ampliamente, rociando lo que parecen almas infelices en el purgatorio, bajo una capa de hoscos querubines, en La Virgen y las almas del purgatorio (1517), de Pedro Machuca, o en El triunfo de la fuerza y la prudencia (c. 1522-1525), de Jean Thenaud, donde la abundancia láctica fluye de los senos de una Virgen con una mirada algo enloquecida hacia un recipiente de dos escalones, donde dos querubines se lavan las manos, y, de ahí, a un río circular. Y en los cuadros Lactatio Bernardi, la Virgen vierte su leche con precisión, a veces desde una larga distancia, hacia la boca o los ojos enfermos de San Bernardo de Claraval. Sin embargo, tras el Concilio de Trento (1545-1563) —o contrarreforma vaticana—, la desnudez en la iconografía religiosa pasó a ser vista con malos ojos y la Madonna Lactans fue jubilada, aunque existen algunas excepciones, por ejemplo la Caridad (1878), de todo punto decorosa, de William-Adolphe Bouguereau, donde una bella joven parece estar amamantando a cinco rollizos querubines, mientras caen monedas de oro de un gran bote sobre el que tiene puesto uno de sus pies. Pero acaso aquí el dinero eclipse a la leche.
Otro antiguo pecho caritativo es el del pelícano. En sus Etimologías (libro 12, 7: 32), Isidoro de Sevilla (siglo vii) describe cómo la madre pelícano mata a sus rebeldes retoños, después de que estos la golpeen con sus picos, y llora su muerte durante tres días. Se abre su propio pecho y vierte su sangre para devolver la vida a sus crías.5 Seis siglos más tarde, el monje franciscano Bartholomaeus Anglicus, en De proprietaribus rerum (libro 12), exagera la historia, para hacer de ella una clara alegoría cristiana y cita el último acto caritativo de verter la propia sangre por el prójimo:
esparce su sangre sobre ellos y los resucita por la qual effusion queda la madre muy magra y es fuerça que torne a salir por buscar su vida y algunos por piedad natural apaçieran la madre que es tanto agraviada que no puede alguas vezes buscar su vida. Otros ay mas yngratos que no se acuerdan de tanto beneficio y la dexan morir po quando ella es guarida en su neçesidad y echa de fuera los otros a causa dela yngratitud y mas ny vivir ny morar en el nido con ella no los permite.6
La madre pájaro es ahora Cristo, herido por la humanidad pecadora, sajado en la cruz para derramar su sangre y salvar a los hijos de Dios. Actualmente, las imágenes de abundancia maternal no son precisamente populares, como acreditan las reacciones escandalizadas a la portada «impactante»