Contra la caridad. Daniel Reventós
hijo de tres años, que parece algo receloso mientras mama de su pecho. El número, aparentemente, es sobre «crianza con apego» (bueno, literalmente es eso). El fotógrafo, Martin Schoeller, dijo haber utilizado imágenes de la Virgen y el niño como referencia,7 pero eso no detuvo los gritos de ira contra «esa portada», esa «infame» portada de la que, de alguna forma, había desaparecido la caridad.
Goya lanzó otra mirada a la caridad. En la estampa 49 de Los desastres de la guerra muestra, de arriba abajo, la Caridad de una mugger (1812-1814),8 en la forma de una mujer cubierta con una capa, inclinada y de espaldas al espectador, que ofrece comida a dos figuras enormes tumbadas en el suelo. Una de ellas, una mujer, frunce el ceño y se rasca la cara. No está mirando a su benefactora. A la derecha, dos personas respetables con ropa oscura miran, pero intentando no quedar implicadas en la escena. Las figuras dominantes son aquí los receptores, y Goya humilla con escarnio a la donante. En otra estampa de la serie, la 27, titulada Caridad,9 va más allá, mostrando esta vez a gente desnudando cadáveres y arrojándolos, sin contemplaciones, a un hoyo. ¿Dónde está aquí la caridad? ¿En los muertos, dando sus últimos harapos a los vivos? ¿O en los vivos, que dan este brutal entierro a los muertos? La caridad, para el receptor, no es ningún pecho abundante ni ninguna capa brillante cortada limpiamente en dos por la espada de un caballero, ni tampoco adopta la forma de monedas de oro administradas cuidadosamente, como un sacramento, por la mano blanca de un santo. Para Goya, es un negocio cruel y sucio, que degrada a todo el mundo.
La imaginería actual de la caridad es pobre e infantil, comparada con la opulencia y la sofisticación técnica de antaño. Una búsqueda en Google muestra que las manos en colores vivos tienden a estrecharse en círculos, o a dibujar formas de corazón, o a rezar (y la madre Teresa también es famosa como icono de la caridad moderna), o a dejar caer unas pocas monedas, pero no dan sustento real. No hay mucho calor en esas imágenes y, a veces, es difícil decir si las manos tendidas vacías están rezando o dando. Existen también eslóganes que nos ruegan a «dar el regalo de la caridad». Pero la caridad no es ningún regalo. Hay que aclarar este malentendido naïve o cínica confusión, pero antes de dedicarnos a ello y, en particular, al magistral tratado antiutilitarista El regalo,10 de Marcel Mauss, sobre formas del intercambio y estructura social, haremos un recorrido etimológico, en un intento de arrojar algo de luz sobre lo que pueda ser la caridad.
Desde alrededor de la década de 1150, la palabra caridad ha significado «benevolencia para con los pobres» (charité, en francés antiguo), la propensión a hacer el bien (benevolence, en francés antiguo), así como buenos sentimientos, buena voluntad y bondad (benevolentia, en latín). Después adoptó el matiz de piedad, compasión, limosnas y fundaciones caritativas (ya que, si la pobreza se institucionaliza, hay también instituciones para pobres, establecidas principalmente por la Iglesia, que domina férreamente el monopolio de la «propensión al bien»). En la forma latina de nominativo, caritas, el asunto resulta más interesante, incluso retorcido. En la Vulgata, se emplea a menudo para traducir la palabra griega agape, o amor cristiano entre compañeros, más que amor, que, de algún modo, es demasiado cercano a asuntos carnales. Pero, tras pasar por la opulencia, la estima y el cariño, lleva, al menos etimológicamente, a la prostitución, por la semejanza con la palabra latina carus, «amado» o «querido»: (la ilusión del) amor no dado, pero por el que se paga. Esta acepción de caritas como «querido» o «apreciado» se remonta al protoindoeuropeo -ka («gustar», «desear»), que evoluciona en hore, prostituta o ramera, en inglés medieval, y en hōrs, que, en gótico, significa adúltero, y en palabras similares en otras lenguas, incluyendo amante y deseo, de kama, en persa antiguo y en sánscrito, que empleaba la misma palabra para el dios del amor (de ahí el título Kama Sutra, donde sutra se refiere a un compendio de aforismos en forma de manual). Metafóricamente, al menos, la conexión entre la caridad y la prostitución es sugestiva, si aquella es vista como una forma de amor falso.
Otro concepto interesante, actualmente en boga en el mundo de la gestión de la caridad, es stewardship, que retrotrae a la idea implícita en el Evangelio de que somos responsables del cuidado y manejo de lo que pertenece al prójimo (Dios). El apóstol Pablo pregunta «¿qué tienes que no hayas recibido?» (Primera carta a los corintios, 4: 7). Las parábolas de Mateo (24-25) exhortan a los fieles a ser custodios del reino de Dios mediante acciones caritativas, como alimentar a los hambrientos, vestir a los desnudos y ayudar a los encarcelados. En el lenguaje filantrópico actual, stewardship remite, supuestamente, a responsabilidad ética en el uso de los recursos aportados caritativamente. Por mucho que se pronuncie la palabra ética, la gestión de la caridad es un campo adobado para prácticas corruptas, como analizaremos más adelante.
Acaso las traducciones castellanas de stewardship, «custodia», «tutela», «dirección», «conducción», «gobierno», «mandato», sean más próximas a la realidad de la filantropía actual, por cuanto todas ellas designan una relación en la que el cuidador de la propiedad de un tercero ejerce poder. La situación de desigualdad, o de ausencia de derechos, se repite en expresiones corrientes como dame una caridad (como dice un mendigo: dame algo de lo que carezco), hacer una caridad (lo que hace un filántropo: un acto selectivo de caridad, pero no de benevolencia en general) y por caridad (pedir la clemencia, comprensión o benevolencia de alguien más poderoso). En las traducciones griegas de los Evangelios, stewardship se traduce como οικονομία (oikonomía), que, literalmente, significa «buena administración de la casa», de donde deriva economía. Pero los sentidos asociados más igualitarios de una familia humana —pariente, miembro igual de la humanidad— desaparecieron hace largo tiempo.
Entonces, las definiciones legales de caridad parecen reconocer nuevamente su carácter de fenómeno socioeconómico con dimensiones legales, religiosas y morales, y no de algo que deba dejarse a la gente normal. En el capítulo primero de la Ley británica de Instituciones Caritativas de 2011,11 la caridad, desde los senos lactantes, ha recorrido un largo camino y se define como una institución: «A los efectos de la legislación de Inglaterra y Gales, la caridad es una institución», fundada únicamente para fines caritativos y sometida al control del Tribunal Supremo. Los mencionados «fines caritativos» abarcan una verdadera mezcolanza de proyectos altruistas y proyectos que refuerzan al Estado: prevención y atenuación de la pobreza; avances en educación, religión, salud o salvación de vidas; avances en ciudadanía o desarrollo comunitario; avances en arte, cultura, patrimonio o ciencia, en deporte amateur, en derechos humanos, resolución de conflictos o reconciliación o fomento de la armonía religiosa o racial, o en igualdad y diversidad; avances en protección o mejora medioambientales, ayuda a las personas necesitadas, por juventud, vejez, mala salud, discapacidad, dificultades financieras u otras desventajas; avances en bienestar animal; fomento de la eficiencia de las fuerzas armadas de la Corona o de la policía, los bomberos o los servicios de rescate y ambulancias.
Aquí hay una miríada de contradicciones. Para empezar, habría que desconfiar mucho del interés del Estado en el avance en derechos humanos cuando, por ejemplo, en palabras de David Cameron,12 vende «cosas magníficas» como Eurofighters Typhoon a Arabia Saudí, el mismo día en que el Parlamento Europeo aprueba un embargo de armas a ese país, por ataques aéreos generalizados contra objetivos civiles en Yemen,13 violando el derecho internacional. Un crimen de guerra, para ser exactos. En el ámbito interno, es difícil concebir el fomento de las fuerzas armadas de la Corona como un acto caritativo, mientras que, en los últimos años, los avances en derechos humanos y protección medioambiental se han convertido en más revolucionarios que benevolentes. Resumiendo: la caridad es dudosa, incluso como concepto. Depende mucho de la boca que pronuncie la palabra.
Lo importante no es tanto la acción caritativa en sí como la relación entre las partes implicadas. Para un modelo de sociedad ocupada en las compras de Navidad, dejar caer un dólar en el vaso de un mendigo puede parecer edificante. Pero el mendigo ve paquetes brillantemente envueltos, en comparación con los cuales un billete arrugado parece completamente exiguo, por decirlo con buenas maneras. Seguramente sea una afrenta que te den migajas de la mesa del hombre rico, cuando jamás podrás aspirar al caviar, las ostras y todas las demás gollerías amontonadas en esa mesa, especialmente cuando el rico se pavonea y ufana de su generosidad, obtiene deducciones fiscales, da sus pequeños sermones y, si es un famoso, consigue una propaganda magnífica para pulir su imagen. Oscar Wilde