Contra la caridad. Daniel Reventós

Contra la caridad - Daniel Reventós


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hijo de tres años, que parece algo receloso mientras mama de su pecho. El número, aparentemente, es sobre «crianza con apego» (bueno, literalmente es eso). El fotógrafo, Martin Schoeller, dijo haber utilizado imágenes de la Virgen y el niño como referencia,7 pero eso no detuvo los gritos de ira contra «esa portada», esa «infame» portada de la que, de alguna forma, había desaparecido la caridad.

      Desde alrededor de la década de 1150, la palabra caridad ha significado «benevolencia para con los pobres» (charité, en francés antiguo), la propensión a hacer el bien (benevolence, en francés antiguo), así como buenos sentimientos, buena voluntad y bondad (benevolentia, en latín). Después adoptó el matiz de piedad, compasión, limosnas y fundaciones caritativas (ya que, si la pobreza se institucionaliza, hay también instituciones para pobres, establecidas principalmente por la Iglesia, que domina férreamente el monopolio de la «propensión al bien»). En la forma latina de nominativo, caritas, el asunto resulta más interesante, incluso retorcido. En la Vulgata, se emplea a menudo para traducir la palabra griega agape, o amor cristiano entre compañeros, más que amor, que, de algún modo, es demasiado cercano a asuntos carnales. Pero, tras pasar por la opulencia, la estima y el cariño, lleva, al menos etimológicamente, a la prostitución, por la semejanza con la palabra latina carus, «amado» o «querido»: (la ilusión del) amor no dado, pero por el que se paga. Esta acepción de caritas como «querido» o «apreciado» se remonta al protoindoeuropeo -ka («gustar», «desear»), que evoluciona en hore, prostituta o ramera, en inglés medieval, y en hōrs, que, en gótico, significa adúltero, y en palabras similares en otras lenguas, incluyendo amante y deseo, de kama, en persa antiguo y en sánscrito, que empleaba la misma palabra para el dios del amor (de ahí el título Kama Sutra, donde sutra se refiere a un compendio de aforismos en forma de manual). Metafóricamente, al menos, la conexión entre la caridad y la prostitución es sugestiva, si aquella es vista como una forma de amor falso.

      Otro concepto interesante, actualmente en boga en el mundo de la gestión de la caridad, es stewardship, que retrotrae a la idea implícita en el Evangelio de que somos responsables del cuidado y manejo de lo que pertenece al prójimo (Dios). El apóstol Pablo pregunta «¿qué tienes que no hayas recibido?» (Primera carta a los corintios, 4: 7). Las parábolas de Mateo (24-25) exhortan a los fieles a ser custodios del reino de Dios mediante acciones caritativas, como alimentar a los hambrientos, vestir a los desnudos y ayudar a los encarcelados. En el lenguaje filantrópico actual, stewardship remite, supuestamente, a responsabilidad ética en el uso de los recursos aportados caritativamente. Por mucho que se pronuncie la palabra ética, la gestión de la caridad es un campo adobado para prácticas corruptas, como analizaremos más adelante.

      Acaso las traducciones castellanas de stewardship, «custodia», «tutela», «dirección», «conducción», «gobierno», «mandato», sean más próximas a la realidad de la filantropía actual, por cuanto todas ellas designan una relación en la que el cuidador de la propiedad de un tercero ejerce poder. La situación de desigualdad, o de ausencia de derechos, se repite en expresiones corrientes como dame una caridad (como dice un mendigo: dame algo de lo que carezco), hacer una caridad (lo que hace un filántropo: un acto selectivo de caridad, pero no de benevolencia en general) y por caridad (pedir la clemencia, comprensión o benevolencia de alguien más poderoso). En las traducciones griegas de los Evangelios, stewardship se traduce como οικονομία (oikonomía), que, literalmente, significa «buena administración de la casa», de donde deriva economía. Pero los sentidos asociados más igualitarios de una familia humana —pariente, miembro igual de la humanidad— desaparecieron hace largo tiempo.


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