Contra la caridad. Daniel Reventós
cuando Douglas estaba escribiendo, el utilitarismo estaba vivito y coleando como teoría social. Actualmente, está resguardado en la respetabilidad de la cuidadosamente podada, estrecha y especializada disciplina de la economía.
El utilitarismo no es solo una técnica econométrica ni una olvidada filosofía dieciochesca. […] El darwinismo social merodea de nuevo y la supervivencia de los mejor adaptados se invoca abiertamente. Chirriante filosóficamente, pero técnicamente brillante, unificada y poderosa, la teoría de la utilidad es el principal instrumento analítico para las decisiones políticas. (pp. xvi)
Ahora que las raíces de la economía en la economía política se han extirpado, estas decisiones políticas no se preocupan ni remotamente por investigar el funcionamiento interno de la estructura social expresado en hechos como quiénes están incluidos en los ciclos de intercambio y quiénes, no. Más bien, están desesperadamente ansiosas por no hacerlo. Una ojeada a los informes del Foro Económico de Davos posteriores a 2012 muestra que la camarilla de Davos ha abandonado sus preocupaciones en torno a la prevención de catástrofes y ahora se centra en la «resiliencia», su eufemismo para la supervivencia de los mejor adaptados.
Algunos escritores, como Jonathan Parry,21 han mostrado cómo, en la forma de limosnas caritativas, por ejemplo en la India (Dāna), el regalo caritativo llamado puro puede ser «venenoso». Critica las interpretaciones convencionales de El regalo y, siguiendo a Mauss, destaca que «una ideología del regalo «puro» es inseparable de una ideología de la búsqueda individual puramente interesada de la utilidad» (p. 543). La limosna impide la reciprocidad y, si te cruzas cada día con el mismo mendigo, te seguirá pidiendo limosnas, así que la frialdad de la desigualdad se afianzará cada vez más, igual que la caída de una moneda en el vaso se convierte en una acción mecánica con contacto humano mínimo. A gran escala, es básicamente eso lo que ocurre con la «ayuda» humanitaria o al desarrollo.
Hoy en día, 27 años después de que Mary Douglas escribiera su prólogo, el utilitarismo aún no se ha ido. Uno de sus mayores defensores, Peter Singer, tiene mucho que decir sobre su relación con la caridad. Lo que a él le preocupa es la utilidad, el «rendimiento del dólar»,22 así que cree que, en términos de bienestar humano, es mejor ayudar a aquellos que están en pobreza extrema a desarrollar sus países, porque el dólar rinde más allí. A eso lo llama altruismo efectivo. Como el aspecto social de la reciprocidad no entra en su ecuación, parece creer que el dinero que, supuestamente, ayuda a gentes golpeadas por la pobreza en otros países se queda realmente allí y hace algún bien. De hecho, el dinero caritativo rinde más en casa, normalmente en los bolsillos de los donantes. Irin News23 muestra con gráficos convincentes qué poca parte de la ayuda económica, estimada en alrededor de 156.000 millones de dólares americanos, llega realmente a sus supuestos beneficiarios. Si sigues su rastro, no hace falta mucha investigación para descubrir que el dinero que oficialmente es para la ayuda de emergencia principalmente vuelve a la fuente: a agencias de la onu, grandes instituciones caritativas occidentales, la Cruz Roja o la Media Luna Roja, la industria armamentística y las grandes empresas occidentales de la construcción, por ejemplo. Solo una ínfima parte se canaliza directamente a instituciones caritativas que están en la primera línea de los países afectados.
La caridad es inimaginable en una sociedad basada en el regalo, que puede ser un factor económico, pero, especialmente, se basa en la idea de honor. Marcel Mauss, combinando historia, sociología y etnografía al analizar sus datos antropológicos, lo denomina hecho social total. Es religioso, mitológico, chamánico, jurídico, económico, así como un pilar de una gran estructura social, en la medida en que junta a tribus, clanes, familias e incluso grupos de diferentes territorios. El regalo es político, en la medida en que funciona como una forma de poder, defiende intereses personales y comunitarios, pero este poder se encuentra atemperado porque implica tres obligaciones básicas: dar, recibir y corresponder. Esta tercera condición, la reciprocidad, implica una relación entre más o menos iguales y descalifica la caridad como regalo. El intercambio de regalos allí donde los regalos circulan continuamente es una característica de las sociedades basadas en clanes, pero no en clases, donde las mercancías son intercambiables y alienadas.
En el sistema de intercambio de regalos —que es, básicamente, un ámbito masculino (al menos en la bibliografía, que tiende a soslayar el papel económico de las mujeres), opuesto al de los abundantes senos femeninos de la caridad romana—, uno no debería rechazar un regalo, porque, en el supuesto de que el receptor sea, más o menos, un igual, entraña obligaciones. En efecto, sostiene el sistema social como forma de compromiso, es un pacto que todo el mundo entiende. El rechazo, al mostrar la no disposición a participar, es visto como un acto antisocial, que afecta a todo el grupo. En palabras de Mauss, «negarse a donar y a invitar, igual que no aceptar, equivale a una declaración de guerra; es rechazar el vínculo de alianza y de comunidad». El donante está obligado a dar, porque «el receptor posee algún tipo de derecho de propiedad sobre cualquier cosa que pertenezca al donante», una propiedad expresada y entendida como «vínculo espiritual» (p. 13). A diferencia del intercambio de mercancías, que, al tratar con objetos alienados, implica el establecimiento de precios y normas de compra y venta, el intercambio de regalos crea una relación entre sujetos en la forma de regalo y regalo de vuelta, en un ciclo perpetuo donde la idea de conservación es clave. El regalo es inalienable de la sociedad.
En el sistema económico conocido como potlatch —de la jerga chinook, originariamente derivado de la palabra nuu-chah-nulth pala·č, que significa «donar»—, característico de algunas sociedades como, por ejemplo, los kwakiutl, los haida o los tsimshian de la Costa nororiental del Pacífico, «el castigo a la falta de reciprocidad es la esclavitud por deudas», dice Mauss (p. 42). Esto parece insinuar lo inverso de una relación caritativa, donde la dependencia de la caridad es una forma de subyugación, mientras que, en estas sociedades, cuando una persona no puede o no quiere donar, rompiendo así los vínculos de reciprocidad, es ella la que queda esclavizada y, así, eliminada del ámbito de la vida social entre personas más o menos iguales. Pero no todo era equitativo, porque, básicamente, el regalo incrementa el poder del donante, que, después, puede adquirir dependientes o lo que Chris Gregory24 llama deudores de regalos. El individuo incapaz de devolver lo prestado o de corresponder al potlatch pierde rango e incluso estatus como hombre libre. Entre los kwakiutl, cuando un individuo de poco crédito tiene que pedir un préstamo, se dice que se vende como esclavo.
Antes de que los europeos alcanzaran el noroeste del Pacífico, en 1774, las enfermedades que habían llevado a toda Norteamérica ya habían llegado e infectado a los grupos indios, lo que provocó una caída enorme de la población. Eso llevó a una competencia feroz entre los jefes tribales, que intentaban mantener la jerarquía social amenazada, que no se basaba en la acumulación, sino en la riqueza, para donarla o destruirla. Finalmente, la introducción de bienes manufacturados a las acaballas del siglo xviii y principios del xix provocó una inflación gigantesca de la economía del don.
Faltos de interés e incapaces de comprender cosa alguna de este complejo principio de estructura social y, lo que es peor, escandalizados por una práctica tan antitética a la tacañería de la caridad cristiana, los misioneros vieron el potlatch como un terrible y derrochador obstáculo a la conversión y la civilización. Los legisladores, también. En 1884, la ley sobre los indios lo proscribió, así como las danzas a él asociadas, y cualquiera que participara en él estaba expuesto a ser encarcelado. Sin embargo, la tradición estaba profundamente arraigada, como fundamento mismo de la sociedad, y los asentamientos eran tan numerosos que hasta las tribus conversas podían seguir practicando el potlatch. En contra de las expectativas, cuando un pueblo más joven, educado y más civilizado suplantó a los viejos líderes, el potlatch no se extinguió y, en 1951, finalmente, la ley fue derogada. Actualmente, el pueblo indígena todavía organiza el potlatch como forma de reafirmación de su derecho natural y de sus valores sociales duraderos.
Otro sistema, que no es distinto, es el kula (anillo), el complejo sistema de intercambio de regalos de las islas Trobriand, de Papúa Nueva Guinea, estudiado por Bronislaw Malinowski.25 En su obra, sugestivamente titulada Los argonautas del Pacífico occidental, intenta comprender por qué sus gentes emprendían el arduo y arriesgado viaje a través del mar, si era solo para intercambiar «baratijas», principalmente