Contra la caridad. Daniel Reventós
bajado los humos a las viejas deidades femeninas y las habían reducido a damas inmaculadas, esposas y propiedad de los hombres, un desplome del estatus de las mujeres condensado en la fábula de la caja de Pandora, de Hesíodo, en torno al año 700 a.n.e. Después de que Prometeo robara el secreto del fuego, Pandora («todo regalo»), la esposa, supuestamente inútil, de su hermano Epimeteo (también descrito en algunos relatos como no demasiado brillante), abrió la caja prohibida y desató sobre la humanidad las maldiciones de enfermedades, decrepitud y vicio. Y ella, la primera mujer, creada por Hefesto y Atenea conforme a las instrucciones de Zeus y que había empezado como encarnación de la diosa Tierra, la Creadora, acabó como simple instrumento de castigo a la humanidad, envilecida para el resto de la historia. Exactamente igual que Eva. En la tradición judía, Yahvé castigó a Eva por la caída del hombre,35 pero no es tan bien sabido que le había precedido la primera esposa de Adán, Lilith, hecha de inmundicia y sedimento, en lugar del polvo «puro» de que estaba hecho Adán. La historia, casi totalmente censurada, dice que se negó a obedecer a su marido, o a tomar la postura recostada en el coito, y que, después de ser expulsada del paraíso, se fue a copular con demonios a orillas del mar Rojo, mientras la nueva ayudante de Adán pasaba por varias encarnaciones, en el judaísmo y el cristianismo, hasta convertirse en dócil, santa, virginal y, por encima de todo, dependiente y sumisa. Ya sea en la forma de Lilith o en la de Eva, la ayudante de Adán no era el producto del «primer arrebato descuidado» de la creatividad divina, sino una ocurrencia tardía en respuesta a la queja de Adán de que, a diferencia de los animales, a él no se le había dado contraparte femenina.
El Dios de la Biblia es inequívocamente varón y la Santísima Trinidad se compone de tres varones: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La Biblia da tres hijos varones a Adán y Eva: Caín, Abel y Set. En la larga lista de descendientes de Adán, no se menciona a ninguna hembra. Las mujeres dan cuerpo al demonio y a la debilidad y, bajo la ley mosaica, son mucho más vulnerables que los hombres. En efecto, los hombres israelitas daban las gracias por no haber nacido mujer. A todos los efectos, el rol subsidiario de las mujeres en el Antiguo Testamento pervive en el Nuevo. El apóstol Pablo, una de las principales fuentes sobre caridad cristiana, decreta que ninguna mujer se atreva enseñar o decir a un hombre lo que debe hacer, porque Adán fue creado antes que Eva. Se invierte la realidad biológica en un ejemplo prístino de verdad alternativa: «no es el hombre el que procede de la mujer, sino la mujer del hombre» (Corintios, 1, 11, 8). Sin embargo, la mujer será salvada mediante el parto (Timoteo, 1, 2, 15), pero también debe ser constante en la santidad. Así, en las representaciones cristianas de la caridad, las «omnidonantes» Pandora y Eva, las «madres de todos los vivientes» (Génesis, 3, 20), acabaron como funciones corporales asexuales, un pecho chorreante rodeado de inofensivos y rollizos querubines, porque ninguna mujer tiene capacidades independientes, ya que, como decreta Pablo, «el marido es la cabeza de la esposa» (Efesios, 5, 23).
En la caridad, la doble cuestión de quién da y a quién contiene también una cuestión de género, ahora en la parte donante. Esta relegación de las mujeres a criadas o asistentas de la caridad ha seguido a través de los siglos. De ahí, por ejemplo, que en Estados Unidos —donde a finales del siglo xix los nuevos programas de caridad que se ocupaban de la pobreza y de la provisión de limosnas trataban de simular una base científica para objetivos de control y coordinación de ayuda— los miembros de los 55 grupos que asistieron a la conferencia nacional de instituciones caritativas de 1892 sumaran 453 hombres y 3.534 mujeres entre sus miembros más activos. Las mujeres eran la infantería de la caridad, «visitadoras» que iban a los hogares de los pobres a «animarlos», mientras que los hombres detentaban prácticamente todos los puestos directivos.36 Actualmente, como casi todos los multimillonarios son hombres, la mayoría de las fundaciones filantrópicas más grandes están encabezadas por individuos que se llaman Bill, Mark, Howard, Garfield, Henry, Mohammed, Josías, Paul, David, Andrew, Suleimán, etcétera. Queda claro que la pobreza excluye a gran parte de la humanidad del tipo de actividad caritativa más ostentoso, pero se presta menos atención al hecho de que la mayoría de las mujeres, antaño «omnidonantes», la mitad de la humanidad, se encuentra esencialmente excluida de la caridad autonóma (salvo que preparen tartas para ferias), como resultado de su dependencia de la generosidad masculina. Melinda, al fin y al cabo, es, en primer lugar y por encima de todo, la esposa de Bill... y es el nombre de él, por supuesto, el que aparece en primer lugar en su fundación.
En Los orígenes de la familia, de la propiedad privada y el Estado,37 su explicación antropológica materialista de la economía familiar, Friedrich Engels cita la obra La sociedad antigua o investigaciones sobre las líneas del progreso humano desde el salvajismo hasta la civilización pasando por la barbarie, del antropólogo Lewis H. Morgan, que describe cómo el ascenso de la propiedad alienable condujo a un cambio desde el sistema matrilineal a la residencia patrilocal y la descendencia patrilineal y, así, al desapoderamiento de las mujeres. Engels detalla el aumento del control de la esfera de la producción por parte de los hombres cuando «la administración de la casa ya no afectaba a la sociedad», cuando «la esposa se convirtió en la principal sirvienta, excluida de toda participación en la producción social» (p. 39), y el ascenso de la propiedad privada produjo un aumento de la desigualdad. La familia monógama era la institución por la que se podía legar la propiedad de generación en generación, de modo que el matrimonio adoptó los atributos de la relación de propiedad. Ahora que los hombres controlaban la producción y la propiedad, la caridad se convirtió en algo básicamente masculino, excepto para las limitadas funciones «femeninas» en el dominio de la donación, ahora asignadas a las mujeres.
Concluyendo su estudio, Engels establece el vínculo entre la propiedad alienada, controlada por hombres, y la caridad:
Por tanto, cuanto más avanza la civilización, más se ve obligada a cubrir con la capa del amor y la caridad los males que, inevitablemente, crea, para paliarlos o negarlos. En resumidas cuentas, más obligada se ve a introducir una hipocresía convencional que era desconocida en formas anteriores de sociedad e incluso en las primeras fases de civilización y que culmina con el aserto de que la explotación de las clases oprimidas ejercida por la clase explotadora es pura y simplemente en interés de la propia clase explotada, y que si esta no es capaz de verlo e incluso se vuelve rebelde, muestra la más baja ingratitud para con sus benefactores, los explotadores. (pp. 95-96)
Después cita a Morgan, cuyo juicio sobre la civilización acaba con una advertencia a la que debería prestarse atención, ahora que la sexta extinción está en marcha: «parece probable que la disolución de la sociedad sea el final de una carrera cuyos final y objetivo son la propiedad, porque esa carrera contiene los elementos de su propia destrucción». Más de treinta años antes de la aparición de El regalo de Mauss, Morgan acababa con una nota optimista, aventurando que la nueva sociedad «será un regreso, en una forma más elevada, a la libertad, la igualdad y la fraternidad de los antiguos gentiles», una sociedad en que la caridad sería innecesaria.
Entre las más tempranas instituciones caritativas estaban los templos que se ocupaban de los enfermos en el antiguo Egipto. En el siglo iv a.n.e., el rey Pandukabhaya de Anuradhapura (en lo que actualmente es Sri Lanka) estableció una forma primitiva de hospital, como el rey Ashoka en la India, en el siglo iii a.n.e. Documentos de la antigua Mesopotamia y el antiguo Egipto parecen sugerir que la caridad, como «justicia social», era un principio sagrado. Algunos dogmas sobre la caridad, posteriormente declarados esenciales por el islam, el judaísmo y el cristianismo, aparecen en sistemas políticos muy antiguos, como nociones de justicia en la esfera pública basadas en la rectitud (un principio considerado la esencia del viejo concepto judío de la caridad, tzedaká). El de la «ley recta» está entre los principios legales inscritos en el código del rey Urukagina (siglo xxiv a.n.e.), gobernante de la ciudad estado sumeria de Lagash. Acaso sea este el primer ejemplo registrado de reforma política con el objetivo explícito de alcanzar un mayor nivel de libertad e igualdad mediante la limitación de poderes de los sacerdotes y grandes propietarios y la adopción de medidas contra la usura, el hambre y la confiscación de propiedades y personas. «La viuda y el huérfano ya no estaban a merced del poderoso.» Siguiendo el ejemplo, Hammurabi, rey de Babilonia entre 1792 y 1750 a.n.e., hizo esculpir en grandes lápidas su decreto conforme al cual las viudas y los huérfanos debían estar bajo la protección del Estado. Las mujeres, antaño diosas muníficas,