Contra la caridad. Daniel Reventós

Contra la caridad - Daniel Reventós


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a una colaboración comercial noblemente considerada y que implicaba obligaciones mutuas, como una presentación solemne, la hospitalidad, la protección y la ayuda. Había un regalo «de apertura» y, más tarde, un regalo recíproco o, en palabras de Malinowski, «de cierre», para sellar la transacción. Es el kudu, el diente «que muerde y libera» (Mauss, p. 26). La explicación de Malinowski ha sido criticada por antropólogos posteriores, como Annette Weiner,26 que señala que la sociedad de las islas Trobriand es matrilineal, y Malinowski soslaya los intercambios entre mujeres, que poseen gran poder político y económico. Pero la aportación de Weiner solo hace más interesante la cuestión de los vínculos sociales y reproductivos del don, y no afecta al contraste entre estos ciclos de intercambio dinámicos y el frío confort de la caridad. Weiner también desarrolla las ideas de Mauss sobre la inalienabilidad, al discutir su concepto de espíritu del regalo en términos de reciprocidad, la posición desde la cual aborda la paradoja del guardar dando. El hecho de que sea imposible a la persona salir del sistema una vez que ha entrado en él, porque los regalos siempre deben devolverse, parecería corroborarlo. Sabiendo esto, la persona guarda el regalo o, al menos, su espíritu.

      En otro lugar de Papúa Nueva Guinea, en las tierras altas alrededor de Mount Haguen, el sistema de «gran hombre» conocido como moka —que se basa, principalmente, en los cerdos— también gira íntegramente en torno a la deuda. Si un hombre devuelve una suma equivalente a lo que ha recibido, es el fin de la relación. A fin de mantener activo el intercambio, tiene que pagar el moka, el extra, lo que hace aumentar su prestigio y endeuda al receptor. Se considera mejor hacer un regalo a un gran hombre, porque, una vez provisto del moka de ese compañero, se puede legar el extra, aumentar el número de compañeros de intercambio y, así, mejorar las posibilidades de devolver el regalo. A medida que la red se expande, los miembros más activos se convierten en grandes hombres que luchan por hacer el mayor regalo al competidor. Quien devuelve solo lo que ha recibido o ni siquiera es capaz de hacer eso es un rabisman (hombre basura), pero el prestigio del gran hombre también está en peligro porque, sin suficientes seguidores para cuidar su piara, corre el riesgo de no poder pagar el moka. Y, entonces, el gran hombre al que se le sobreobsequia no cuenta con el excedente necesario para mantener contentos a sus seguidores, de modo que el sistema se colapsa y empiezan a salir nuevos grandes hombres.

      Originariamente, el intercambio de mercancías evoluciona no en el seno de comunidades primitivas, sino en los márgenes de estas, en sus fronteras, en los escasos lugares donde entraban en contacto con otras comunidades.

      La economía del don puede adoptar muchas formas y, ciertamente, no puede etiquetarse como meramente primitiva ni como característica de sociedades al borde de la extinción. Estas formas pueden variar ampliamente, desde el diezmo religioso, los «festines del mérito» de los budistas therāvada, que presentan determinadas semejanzas con el potlatch, hasta la Wikipedia (salvo en lo tocante a algunos aspectos operativos de la página web), las escuelas libres, la licencia Creative Commons, el desarrollo de software de código abierto y la compartición de archivos de igual a igual (P2P).

      En contraste, la caridad es estática y socialmente árida, a pesar de que el acto caritativo se repita, porque es unidireccional, desigual y pone su granito para acomodarse a un statu quo discriminatorio. Una fábula cachemir cuenta que dos bráhmanas intentaron limitar sus limosnas a su propia casta, dándoselas y devolviéndoselas la una a la otra. Al morir, se transformaron en pozos envenenados, una adecuada metáfora de su estéril noción de la donación. Lo esencial de la caridad es un asalto a los tres principios básicos de los derechos humanos: justicia, libertad y dignidad humana. Imponer un regalo a quien no puede corresponderlo es una ofensa a su dignidad. La exención del donante de recibir un regalo a cambio y las obligaciones que ello implica es una afirmación de su libertad y posición social y una negación de las del receptor. El supuesto beneficiario es dependiente de la voluntad del donante y, así —como han reconocido muy diferentes pensadores sociales, desde Aristóteles hasta la gente de habla kwak’wala—, no es libre. La institucionalización política, las connotaciones religiosas y la insensata respetabilidad de la desigual relación de caridad consolidan y perpetúan injustamente la falta de libertad.

      En palabras de Mary Douglas, en su prólogo a El regalo (p. x), «un regalo que no hace nada por aumentar la solidaridad es una contradicción». Y Mauss concluye que «el regalo no correspondido […] hace inferior a la persona que lo recibe» (como el «hombre basura», incapaz de corresponder en el sistema del moka) y, por lo tanto, «la caridad es […] hiriente para


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