Contra la caridad. Daniel Reventós

Contra la caridad - Daniel Reventós


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y vengador de todo mal que se les infligiera. La hospitalidad, o la falta de ella, es uno de los principales temas de la Odisea, de Homero. Cuando, finalmente, Odiseo vuelve a casa, recuerda a Antínoo, impertinente y oportunista pretendiente de Penélope, que los dioses y las Furias existen para los mendigos y que su grosería con un extranjero le traerá la muerte, no el matrimonio, profecía que cumplirá pronto, con una certera flecha sobre su cuello.

      En cualquier caso, esas actuaciones eran también una obligación, porque se esperaba de los ricos que dieran apoyo directo a la seguridad del Estado, por ejemplo, comprando barcos para la armada. Así, la «caridad» se convertía en una forma de impuesto, y los nobles atenienses no eran inmunes a las tentaciones de evasión y de solicitar honores de Estado, cuando consideraban que la demanda pública era demasiado alta. En el siglo vi, la «filantropía» hacía referencia, en griego, a las exenciones que los emperadores de Bizancio —durante siglos dotados del título de Vuestra Filantropía— concedían a instituciones caritativas como orfanatos y escuelas. Y, probablemente, ahí está el origen de las exenciones/evasiones fiscales de las instituciones caritativas modernas.

      Ste. Croix señala que, en el siglo iv de nuestra era, la esclavitud era universal y acríticamente aceptada como parte del orden natural. El cristianismo, dice, no alteraba la situación, «salvo para reforzar la posición de los pocos que gobernaban y aumentar la aquiescencia de los muchos explotados, aunque incentivara los actos individuales de caridad» (p. 209). La caridad, como el ir a la guerra, era algo que hacían los hombres. Si entraba en la escena alguna dama, era mejor que fuera lactante y virginal y, por lo tanto, que no interfiriera en ninguna propiedad del marido ni en la estructura política general. O podía, discretamente, hacer donaciones al Cristo personificado en los necesitados, como exhorta San Jerónimo (c. 347-420) a Demetria, de alta cuna, en su epístola 130, 14: «a ti se te proponen otros caminos: vestir a Cristo en los pobres...»

      Las primigenias ideas hebreas sobre la caridad parecen haberse visto influidas por las de los babilonios, egipcios y otros pueblos del antiguo Oriente Medio, combinadas con su propio pensamiento religioso y social, como se expone en las Escrituras, especialmente en la Biblia hebrea. La raíz ahed (amar) unía lo terreno y lo divino en la caridad, citando el amor de Dios por la humanidad y el amor de la humanidad por Dios, expresado a través del amor por los otros pueblos creados por este. Con todo, la idea actualmente predominante de utilizar la caridad para apuntalar el orden establecido, fijar jerarquías de estatus y resaltar la propiedad era una constante. En el fondo, la idea de filantropía tiene que ver con la responsabilidad cívica: la donación era más una obligación del estatus noble o privilegiado que un derecho y un deber del común de la humanidad.

      El judaísmo antiguo había presentado como la esencia de la beneficencia a un solo Dios macho, protector de los débiles, las viudas, los huérfanos y los sin techo. Jehová era el amo y señor de toda la creación y había dado refugio seguro y hospitalidad a los israelitas, en forma de Tierra Prometida. Eran refugiados, extranjeros pero «para mí, huéspedes» (Levítico, 25, 23). Como tales, los judíos estaban obligados a «amar, por tanto, al extranjero, ya que vosotros habéis sido extranjeros en Egipto» (Deuteronomio, 10, 19), so pena de cometer apostasía, en caso de no obedecer. Esto significa que la caridad —institucionalizada en los rituales prescritos de donación que articulaban el calendario hebreo— se convertía en una forma de veneración. Ayudar a los pobres era algo más que benevolencia. Era lo que Dios esperaba, una cuestión de justicia divina (más que terrenal) o, en otras palabras, más rectitud (tzedaká) y menos amor (aheb). La tzedaká está exigida por ley, porque es la cancelación de una deuda con Dios. El sentimiento queda fuera de escena. Como se supone que toda la riqueza pertenece a Dios, cualquier bien dado a los pobres es, realmente, un regalo de Dios, y los humanos son solamente los agentes (o fideicomisarios) que aseguran que se reparta.

      Maimónides echa mano, entre otros, del Levítico («No sacarás hasta el último racimo de tu viña ni recogerás los frutos caídos, sino que los dejarás para el pobre y el extranjero», 19, 10) y del Deuteronomio, así como de otras partes de la Torá. Analiza las


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