En sueños te susurraré. Antonio Cortés Rodríguez

En sueños te susurraré - Antonio Cortés Rodríguez


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has sido capaz de reconocer alrededor otras situaciones que sintonizaban con lo vivido y conocido por ti?

      Anselmo detuvo el paso para no distraerse en sus cavilaciones. Calisté tenía razón. A él le había sucedido eso: no había conocido, ni mucho menos compadecido, el sufrimiento físico y mental de los mineros hasta que bajó por primera vez al pozo de Aldea Moret. Sintió que en su pecho palpitaba un cálido reconocimiento hacia su acompañante que tan sabiamente lo estaba guiando en su periplo por el Cielo. «¿Otros recién llegados tendrán la suerte que yo he tenido?», se preguntó mientras sentía el impulso de abrazar a su cicerone. Ella, que había escuchado el pensamiento, sintió también agradecimiento hacia aquel minero acostumbrado a pasar su vida oscuramente bajo tierra, que tantos esfuerzos conscientes estaba haciendo para comprender cómo de luminosa era su auténtica vida vista desde el Cielo. Al unísono se acercaron y se abrazaron hasta sentir que se habían olvidado las preguntas y las respuestas: lo único importante era compartir los latidos del corazón.

      –¡Bravo, Anselmo! –dijo ella cuando cesó el abrazo y se separaron–. Has salido realmente transformado del Pabellón de los Tejedores. Es que es muy poderosa la energía amorosa que desprende, ¿verdad?

      –Pues sí. ¡Ya lo creo! ¡Estoy realmente… no sé cómo estoy!

      –Conmovido –dijo ella mientras sonreía y hacía ademán de pellizcarle el brazo–. Pero va siendo hora de proseguir el recorrido.

      –Desde luego… ¡Pero me han quedado tantas cosas por hablar con Gea!

      –¿Seguro que lo que querías hacer con ella era hablar? –preguntó pícaramente Calisté mientras observaba un asomo de arrobamiento en aquel rostro masculino cuya mirada extraviada parecía seguir anclada en otro lugar.

      –¡Qué boba! –replicó automáticamente Anselmo, y al hacerlo se dio cuenta de que era imperdonable faltar al respeto a su encantadora acompañante, por lo que se sintió urgido a pedirle perdón mientras agachaba la cabeza–. ¡Oh, Calisté, perdona, perdona, por favor, no he querido decir eso…!

      –No te perdono –dijo ella con tono neutro.

      –¿Cómo? –Él levantó la cabeza con gesto de incomprensión y se atrevió a mirarla implorando clemencia.

      –Que no te perdono, Anselmo. No te puedo perdonar porque no hay nada que perdonar. ¿Cómo vas a sacar un clavo de una tabla si no lo has llegado a clavar? Tu ofensa ha sido imaginaria para ti, pero para mí no es ni real ni imaginaria. De modo que si tienes que pedir perdón a alguien es únicamente a ti mismo por haberte causado el sufrimiento de creerte responsable de un sufrimiento que imaginabas que me estabas causando al llamarme boba. ¡Boba me parece una palabra preciosa!

      Anselmo se quedó boquiabierto y no supo responder. En lo más profundo de su ser sentía una contradicción entre dos mundos y le parecía estar siendo arrastrado simultáneamente hacia esos dos polos opuestos. Y reconocía que la fuerza que le estaba permitiendo no acabar despedazado estaba delante: se llamaba Calisté y por eso él le estaba inmensamente agradecido. En silencio prosiguieron su marcha alejándose del pabellón, hasta que Anselmo quiso retomar la conversación.

      –Siento ahora que me he quedado con ganas de preguntarle más cosas a Gea. Me da un poco de rabia.

      –Suele pasar –puntualizó Calisté entre risitas–. Lo de dejar algo en el tintero, quiero decir; no lo de la rabia, claro. ¡Y ahora llámame boba!

      –¡Qué boba eres! –añadió Anselmo pero al hacerlo sintió que esa palabra estaba ya únicamente teñida de inocencia, de sorpresa y de ganas de jugar, y se sintió pletórico al haber conseguido distinguir tan nítidamente esos otros matices de la intención positiva que acompaña a los actos humanos; le guiñó un ojo a su acompañante–. Y ahora, en serio: me habría gustado saber algo más sobre los propósitos o programas de vida.

      –Pues Gea ya no está a tu alcance pero si te sirvo yo… –Para potenciar su ofrecimiento, Calisté movió lentamente sus manos de abajo a arriba, acariciando su excitante silueta, y el gesto cándido aumentó la turbación de Anselmo; por eso ella quiso aliviarlo con humor–. ¡Uf, qué boba soy!

      Los dos rieron con ganas, retorciéndose, hasta hacer saltar alguna alegre lágrima. Se dieron palmaditas en los brazos hasta que consiguieron calmarse y proseguir el diálogo.

      –En serio, Anselmo. Yo no tengo todas las respuestas, pero a lo mejor puedo ayudarte un poco con tus dudas; ¡tal vez te las aumente! –dijo sonriendo y realmente relajada, disfrutando del acompañamiento.

      –En ese caso, no quiero perder la ocasión de aumentar mis dudas –el hombre sonrió con sinceridad y franqueza–. Ahí dentro me han hablado del descomunal trabajo de los tejedores para que se den las circunstancias propicias que favorezcan el propósito de vida que cada cual se haya programado. Vale. Pero una cosa me plantea dudas. Por mucho que se esfuercen en tejer lo mejor posible, y ya que funciona ese libre albedrío del que hablaba Gea, habrá veces en las que no sirva de nada todo lo tejido y la persona en cuestión no consiga cumplir su propósito de vida. Pero entonces, ¿de qué sirve su existencia? ¿Y qué pasa si precisamente por ese libre albedrío la persona decide que ya no quiere hacer eso? ¿Puede decidir que prefiere otra cosa distinta y entonces los tejedores se ponen a destejer y luego a tejer los hilos adecuados para ese nuevo propósito? No sé qué pensar…

      –Muy interesantes cuestiones las que planteas, hermano. Se ve que no pierdes ocasión de reflexionar acerca de lo que te están enseñando aquí. Esto es muy bueno para ti, sin duda, porque mejora tu formación y por tanto también el acierto de tu elección futura. A ver, yo te voy a contar cómo lo veo yo, no solo por mi opinión, sino por lo que he aprendido en otras visitas previas al Pabellón de los Tejedores y por lo que le he escuchado a Gea en otras ocasiones. –Calisté miró a su alrededor intentando localizar algo–. Pero sentémonos aquí.

      –¿Sentarnos? ¿Dónde? ¡Si aquí no hay nada!

      –¡Ay, Anselmo! ¿Otra vez estamos como con los puentes, que no los veías hasta que cruzaste el tuyo?

      La acompañante activó un botón del brazal que cubría su antebrazo izquierdo mientras dirigía la mano hacia el suelo. Inmediatamente surgió la imagen de un banco de primorosa cerámica portuguesa blanca y azul cuyo asiento estaba recubierto de mullidos cojines de color celeste en los que se acomodaron ante la admiración de Anselmo.

      –¡Ay, el Cielo nunca dejará de sorprenderme! –exclamó.

      –Eso espero… Y ahora, yendo al grano, te expongo mi reflexión y con datos que te puedan resultar familiares, para aumentar tu comprensión. Bien. Digamos que a un joven nacido en Coria le entran ganas de ir a conocer Cáceres, la capital de su provincia. Como tiene ese interés, aprovecha para hablar con las personas que le pueden dar información de la ciudad porque ya han estado allí. De este modo él se va haciendo una idea del objetivo de su viaje y decide que quiere conocer la Concatedral de Santa María, la Iglesia de Santiago, el Palacio de los Golfines de Abajo y el Palacio de Carvajal. A su juicio, lo esencial de su viaje es conocer esos edificios preciosos. Muy bien, pensemos ahora que consigue llegar a Cáceres y ver todo eso que se había propuesto. ¿Dirías entonces que ha cubierto el propósito fundamental de su viaje?

      –Claro que sí –asintió Anselmo, atento.

      –Efectivamente, lo ha cubierto. Se podría pensar que entonces ha cubierto el propósito fundamental de su existencia si hacemos equivaler el viaje a Cáceres con los proyectos que acuerdan las almas aquí arriba antes de encarnar en la Tierra. Pero, ¿y si de camino a Cáceres ese joven cauriense se encuentra con alguien que le habla de las maravillas naturales que hay en Malpartida de Cáceres y le entran ganas de visitar también Los Barruecos, y entonces se desvía a ver sus bolos graníticos y paseando entre piedras y charcas se le olvida que había emprendido el viaje para ver cuatro monumentos emblemáticos de Cáceres?

      –Pues entonces no se puede decir que esté cumpliendo el propósito de su viaje.

      –Así es –confirmó Calisté–, aunque también le apetezca ver Los Barruecos. Puesto


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