En sueños te susurraré. Antonio Cortés Rodríguez

En sueños te susurraré - Antonio Cortés Rodríguez


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ha dicho –reconoció Anselmo.

      –No me extraña –continuó el filósofo–, es su tema preferido. Lo hace con todas las visitas. Pero no nos desviemos con historias que no te importan, Anselmo, y vayamos a la raíz del problema… Mira, en muchas cosas coincido plenamente con Cibeles. Pero sigamos andando mientras hablamos. –El grupo empezó a moverse lentamente, en la dirección y con las pausas que iba marcando Empédocles–. Para que salga una sola flor en un parterre a lo mejor han tenido que caer en ese terreno cientos de semillas, y lo habrán regado miles de gotas de agua, y quién sabe cuántos millones de rayos de sol han tenido que bañarlo... La Naturaleza produce su magia a base de perseverancia y paciencia. Puede que en el momento en el que se produce un resultado este parezca instantáneo, pero ten por seguro que obedece a un lento proceso en el que el ojo humano no suele reparar. Para que pueda aparecer un único ejemplar de una especie en la Tierra o en cualquier otro planeta antes hay que haber creado las condiciones ideales. Una tarea ardua… Es como si hubiera que asegurar la fertilidad de un medio antes de implantar en él lo que se quiere que arraigue y crezca.

      –¿Y todo eso se hace en este lugar? –preguntó Anselmo.

      –En parte sí, pero solo en parte –contestó Empédocles–, porque en realidad en este pabellón nos dedicamos a formar a quienes luego sembrarán. «Pabellón de los Sembradores», ¿recuerdas?

      –¿Los que plantan las semillas de las flores? –pidió aclaración el visitante.

      –¡No solo eso, hombre! –respondió el filósofo en medio de una carcajada contenida–. Los sembradores que aquí se forman son los encargados de crear las condiciones necesarias para que arraiguen los procesos vitales de la Naturaleza. La acidez de un determinado manantial de agua puede ser modificada de modo que sus filtraciones entre las rocas generen un lago subterráneo que permita la instalación de una determinada colonia de bacterias extremófilas. O pueden provocar unas erupciones magmáticas que modifiquen la orografía del lecho marino y encaucen de un determinado modo un flujo de agua más cálida que bañe las costas de un continente alejado para aumentar su biodiversidad. O permitir el crecimiento de pantallas vegetales que moderen el rigor de los vientos costeros. O estimular fallas tectónicas que permitan liberar controladamente la presión interna del planeta para no afectar a las poblaciones de la superficie. O favorecer la proliferación de determinadas plantaciones silvestres que puedan asegurar la supervivencia de alguna especie herbívora dependiente de aquellas plantas. El catálogo de posibles actuaciones es inagotable…

      –¿En serio? ¿Todo eso hacéis? –la cara de Anselmo no podía ocultar su asombro.

      –Bueno, al menos está en nuestra carta de servicios –aseguró el filósofo con un intencionado guiño–. Pero nada de eso se hace aquí, sino luego en los lugares de operaciones, sobre el terreno. Aquí solo se forma al personal que tendrá que actuar, a los sembradores.

      –¡Pues vaya un papel importante! –exclamó Anselmo.

      –Cierto que lo es, pero no lo exageres. No creas que todo sale siempre bien a la primera. Ya digo que para un sembrador son fundamentales la paciencia y la perseverancia pero también la confianza en que los procesos acabarán dando su fruto. Como suele decirse, no siempre el sembrador ve su cosecha. Puede que se pase toda una vida intentando implantar unas determinadas condiciones favorables para que suceda algo y eso no termine sucediendo, o incluso puede que suceda pero tan tarde ya que no lo llegue a conocer. ¿Ha sido entonces inútil su siembra? ¿Qué opinas, Anselmo?

      Anselmo sintió crecer su admiración por los sembradores, esos seres que podían dedicar toda una vida a desear que sucediera algo concreto, a hacer todo lo posible para que sucediera aun sin acabar viéndolo. Se imaginó a sí mismo bajando con el carburo a la mina, con su ardiente esperanza de encontrar la más importante veta de fosforita jamás explotada en Aldea Moret, picando y picando, profundizando y profundizando en la galería, pero sin acabar de hacer aflorar el ansiado mineral. Y así un día tras otro con la misma esperanza. Y con la misma paciente perseverancia. No, no era fácil ser un buen sembrador. Dejó escapar su considerado respeto:

      –¡Menuda tareíta la de los sembradores! ¡Y más si no llegan a ver los resultados de su trabajo! ¡Me quito el sombrero! ¿Y todos ellos hacen lo mismo o se especializan en algo concreto?

      Empédocles miró a Calisté para saber si aquel era el primer pabellón que visitaba Anselmo. Comprendiendo la respuesta, sacó al regresado de sus dudas:

      –Como no has ido antes a ningún pabellón, todavía no te han informado. Bien, lo hago yo ahora porque esto sirve para los siete pabellones. La instrucción que aquí se recibe no es siempre la misma. No podría serlo porque el proceso con el que alguien aprende también enriquece las capacidades y hasta el contenido de quien enseña. Digamos que el enseñante aprende a impartir una enseñanza en la medida en que hay alguien que aprende a recibirla. Y esto es un proceso dinámico que no tiene final sino que crece y se perfecciona. Sin fin. Como además aquí la enseñanza es individualizada, atendiendo a las necesidades e inquietudes del educando, podrás comprender que no salen igual de formadas dos almas. Con mayor motivo, nunca una promoción podrá ser igual a otra. Pero además ni siquiera se puede afirmar que haya «promociones» de modo ordinario. Eso sí, cada uno de los sembradores que sale de aquí se va con la seguridad de que ha tenido la mejor formación posible y que es la mejor porque es la que ha merecido recibir.

      Mientras Anselmo escuchaba la disquisición del filósofo, se dejó llevar por el recuerdo de aquellas cartillas de palotes que había conocido en la escuela de Coria, siempre las mismas para todos los pupilos, que volvían a utilizarse al año siguiente, y también al posterior, y le dio cierto reparo sentir lo anticuado que estaba el sistema educativo en el que había aprendido los rudimentos de la escritura.

      –Además, los sembradores se van formando atendiendo también a los objetivos globales que se pretenden obtener. Por ejemplo, al acabar la fase de «vida desnuda» de los astros… Perdón, para que puedas entender mi discurso antes tendré que explicarte ese término. Verás, la finalidad de todo astro es contribuir a albergar vida consciente, aunque también la podrías llamar vida inteligente o superior. Da igual. Eso se puede lograr bien permitiendo que la vida inteligente se asiente en ese astro, bien creando relaciones y equilibrios macrocósmicos para que en otro astro vinculado se produzca esa implantación. Esto último, por ejemplo, es el papel que cumple vuestra Luna… Pero no me quiero desviar del tema, que además no es mi especialidad. Volvamos a la raíz del problema… Aquí llamamos fase desnuda a ese primer periodo temporal en el que en un astro se están creando las condiciones físicas pertinentes para que pueda llegar a albergar vida consciente en su superficie o en su interior. A partir de ese momento, a la nueva fase la llamamos «vida hospitalaria».

      –¡Qué sugerente!

      –Pues bien, como te iba diciendo, al acabar la fase desnuda de los astros y empezar la hospitalaria es muy importante redoblar esfuerzos de todo tipo para que se mantenga esa hospitalidad, para que los procesos de la Naturaleza se decanten a favor de la opción que mejor garantice que arraigue esa consciencia o inteligencia de la que te hablaba. Y siempre pasa igual. También era así antes de que llegara yo aquí. Pues bien, en esos momentos de transición tan delicados para un astro surgen de este pabellón sembradores especiales, servidores muy singulares que se caracterizan porque se han adiestrado con la idea específica de realizar determinadas tareas que en ese momento requiere el astro. En el caso de la Tierra, así surgió la necesidad de formar una promoción de Elementales de la Naturaleza, que es ese cuerpo del que está tan orgullosa Cibeles. Son seres inasequibles al desaliento. No pueden desanimarse, no está en su configuración. Dedican toda su energía, sin descanso, a apoyar los procesos de conquista del ser humano sobre el planeta y actúan a modo de mecanismo intercomunicador entre las Potencias Supremas y la materia más densa del astro traduciendo a impulsos materiales los afanes espirituales. No sé si me entiendes…

      Anselmo se sintió desbordado por tanta información. Y aún más por la conmoción que le provocaba. Ya se encontraba sin fuerzas para lanzar nuevas preguntas, de modo que optó por silenciar sus dudas, conservando así la energía no consumida en expresarlas. Siguió recorriendo el


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