En sueños te susurraré. Antonio Cortés Rodríguez

En sueños te susurraré - Antonio Cortés Rodríguez


Скачать книгу
las fuerzas de los elementos. Ya viste que el interior del Pabellón de los Sembradores está dividido por paneles en cuatro sectores. Dentro de cada uno de ellos se manejan los cuatro elementos o raíces de los que te ha hablado Empédocles: la tierra, el agua, el aire y el fuego. Él se mueve con total naturalidad por allí pues está acostumbrado, pero no a todo el mundo le sienta bien estar tan cerca de fuerzas tan poderosas. Se ve que tú estás entre las personas sensibles…

      –¿Y por eso he vomitado?

      –Pues sí. Pero no es raro. Les pasa a muchos recién llegados. Otros a veces sienten mareos sin llegar a vomitar. A veces simplemente se les nubla la visión. El otro día a una jovencita le dio un golpe de calor. Pero a otra que entró luego le dio un ataque de escalofríos…

      –Calisté, ¿puedo hacerte una pregunta? –dijo él después de unos instantes de aparentar estar ausente de la conversación.

      –Claro, Anselmo, pregunta.

      –¿Cómo es eso de un plan concebido que ha comentado Cibeles? ¿A qué se refiere? Creo que ha querido ocultarme algo.

      –No creas, ella no lo ha hecho para ocultarte nada sino porque ha pensado que aún no estabas preparado para conocerlo.

      –Bueno, bueno, por lo que sea… Pero, ¿entonces qué es ese plan? –insistió Anselmo.

      –¿Pretendes que yo, que soy una simple acompañante, cuestione a toda una diosa?

      Calisté miró fijamente a los ojos del interpelante, que dejó de sostener la mirada cuando se dio cuenta de que ella había decidido mantener el mismo silencio sobre la cuestión que Cibeles.

      –Está bien, está bien… Otra cosa, ¿qué son esas Potencias Supremas a las que se refirió el filósofo?

      –Vaya, Empédocles es único despertando la curiosidad –dijo Calisté con una sonrisa divertida mientras se levantaba del banco y se alejaba invitando a Anselmo a seguirla con un gesto de la mano.

      –Empédocles será único despertando la curiosidad pero desde luego tú, perdóname que te lo diga, eres única manteniéndome en ascuas.

      9. El pabellón de los tejedores

      Si abrimos el corazón y confiamos en su energía, su luz se verá desde los confines del universo y la ayuda llegará por los caminos más insospechados.

      María Pinar Merino, El camino del corazón

      ¡Espérame! –gritó Anselmo cuando vio que Calisté había hecho aparecer de nuevo un orbe.

      –No te preocupes, no pensaba irme sin ti –replicó ella y añadió, en tono entre burlón y desafiante–: ¿Cómo se te ocurre pensar que iba a dejarte solo? ¿No te he dicho que no quiero que mi supervisora tenga ningún motivo de queja sobre mí?

      El hombre, desconcertado, volvió a escrutar los alrededores. No parecía que hubiese nadie vigilando. A regañadientes y con el ceño fruncido se introdujo en el orbe en el mismo momento en el que ella daba la orden mental de desplazarse. No se miraron ni intercambiaron palabras hasta que el vehículo se detuvo y se desmaterializó dejándolos suavemente posados sobre el terreno. Una inmensa construcción discoidal apareció ante ellos.

      –El Pabellón de los Tejedores –dijo ella, con gran formalidad–. Acerquémonos para que puedas verlo bien.

      Al aproximarse, Anselmo observó que el edificio no mostraba en realidad una delimitación inalterable, puesto que sus paredes experimentaban una dinámica por la que continuamente parecían hundirse por unos lados y sobresalir por otros, describiendo movimientos que no cesaban nunca. No encontró en su memoria ninguna referencia similar a lo que estaba viendo. Pero recordó alguna mañana de domingo en que había ido a pescar al río Salor y se vio a sí mismo sacando de un morral un pañuelo moquero con las cuatro esquinas atadas; al abrirlo había descubierto una masa amorfa de lombrices entrelazadas que intentaban ocultarse para huir de su destino como cebo. En su memoria aquello había sido lo más parecido a la construcción que ahora surgía frente a él.

      Siguiendo las indicaciones de su acompañante, Anselmo continuó acercándose y pronto pudo darse cuenta de un matiz que antes le había pasado desapercibido: en realidad no eran gusanos los que se entrelazaban para formar el aspecto exterior del pabellón, sino ramas de diversos tamaños y colores, extrañamente flexibles e irrompibles. Miró de soslayo a Calisté como reclamando una explicación, pero ella prefirió observar en silencio el asombro dibujado en el rostro masculino. Cuando finalmente habló, no contribuyó a despejar ninguna duda.

      –Pues sí, si es el Pabellón de los Tejedores es normal que el edificio esté tejido, ¿no?

      –¡Fascinante! –Esto fue todo lo que acertó a balbucear él, detenido para observar con más admiración el danzante entrecruzamiento de ramitas, tallos y sarmientos dispuestos de tal forma que construían un inmenso nido en el que parecía que en cualquier momento iba a posarse una descomunal cigüeña.

      –Te has quedado embobado.

      –¿Se nota mucho? –dijo él, sin separar la mirada del soberbio entrelazamiento vegetal–. Quiero que me cuentes más sobre este pabellón. ¿Qué hacen aquí?

      –A su debido tiempo… Aunque pienso que mejor será que te lo cuente Gea, su guardiana. De quien te puedo hablar un poco es de ella si quieres. ¿La conoces?

      –¿A Gea? ¿Por qué? ¿Es que es de Aldea Moret?

      Calisté estalló en una carcajada que fue rápidamente secundada por Anselmo, el cual desde que estaba en el Cielo había perdido todo miedo a sentirse ridículo, de modo que era el primero en reírse de sus propias ocurrencias. Se fueron acercando aún más a la construcción mientras ella le ponía al corriente de las andanzas de Gea.

      –Gea es una diosa muy querida aquí. Los griegos la adoraban porque era la Madre Tierra de cuyo panteón habían surgido todas las razas divinas. ¡Te podría contar tantas historias suyas y todas fabulosas…! –Y chasqueó la lengua para ponderar cuánto le costaba acabar mordiéndosela–. Pero me conformo con que conozcas uno solo de sus episodios: estuvo cuidando al dios Zeus después de que la madre de este consiguiera evitar que lo devorara el padre de la criatura, Cronos, que ya se había comido antes a cinco hijos suyos. Como entonces, en muchas otras ocasiones Gea había adoptado un papel protector de la vida para asegurar su continuidad frente al egoísmo de algunas figuras masculinas que ejercían su dominación y muchas veces su violencia. Sí, ya sé que estás pensando que ha sido muy valiente. Es cierto. Seguramente su valentía ha sido consecuencia de su inmenso amor maternal. No olvides que es la Madre Tierra.

      –¡Qué ganas tengo de conocerla! –exclamó alborozadamente Anselmo mientras experimentaba un escalofrío de expectación que le impacientó.

      El hombre apresuró el paso adelantándose a Calisté, pero se paró en seco cuando vio el foso. Una trinchera rodeaba todo el nido. Su anchura y profundidad convertían en inaccesible al edificio. Buscó con una mirada de consternación a su acompañante, pero hasta que ella no llegó a su altura no obtuvo respuesta.

      –¿Para qué correr tanto si luego te paras y tienes que esperar? –lo recriminó dulcemente con voz maternal.

      –¿Y ahora qué? ¿No podemos pasar?

      –¿Realmente quieres pasar? Si es así, no habrá obstáculo que te lo impida.

      –¿Te estás burlando de mí? –dijo Anselmo con tono herido mientras se acercaba al borde del precipicio y observaba que era aún más profundo de lo que había supuesto–. ¿Pero has visto lo hondo que es? ¿Cómo vamos a poder pasar esto por alto?

      –¡Pasar por alto! Precisamente creo que estás pasando por alto lo más importante: estás en el Cielo y aquí no rigen las limitaciones de la Tierra. Estás a punto de descubrir cómo cruzar, en cuanto abandones ese pensamiento terrícola limitante.

      Desconcertado, Anselmo volvió a mirar el nido al que quería llegar, luego bajó la mirada hacia la oscuridad en la que se perdía la descomunal


Скачать книгу