El oso y el colibrí. Gonzalo Arango
Para Adela Ortega
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Esta selección de textos de Gonzalo Arango pretende armar la figura de un prosista que poco, o muy veladamente, existe dentro de su obra misma: la del escritor de ensayos, perfiles, notas y críticas. Creo que ahí está; a veces fluctúa enmascarada, o en otras es apenas evasiva, y, la mayoría, está tan mezclada en tantísimos otros registros que es una tímida resonancia; por ejemplo, en Gonzalo una carta es una carta pero también suele ser muchas cosas... Dicho de otra manera, en él puede rastrearse una literatura de ideas, una narración de pensamiento, que permite relacionarlo con el principal ejercicio de un ensayista y crítico, de un comentador y creador de perfiles: interpretar y reflexionar sobre lecturas y sobre otros, recrearlos y narrarlos, explorar el mundo ajeno, real e imaginado; de modo que en ese fluir también pueda verse una imagen de sí, hecha de metáforas y pensamientos que, reunidos con paciencia y atención, abren ante nosotros el diálogo interno de un escritor e intelectual que, como pocos en Colombia en el siglo XX, se permitió la irreverencia y la contradicción, pero, ante todo, la conquista, a toda costa, de su voz en la fuerza y poesía de su palabra.
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Si nos concentramos solo en su texto sobre La hojarasca de García Márquez, “Un faulkneriano en Colombia”, de mediados de los cincuenta, publicado en El Colombiano Literario, vemos un admirable despliegue de agudeza crítica. A Gonzalo Arango, digamos, no le interesa escudriñar, a partir de tal o cual teoría, si La hojarasca responde a ciertas hipótesis preestablecidas. Por ejemplo, si de acuerdo a postulados marxistas o sicoanalíticos (varios de ellos ya en boga para su época) es viable como comprensión de la realidad. Por el contrario, profundiza su mirada en tratar de explicar la novela de García Márquez como un logro de forma y novedad para la literatura colombiana. Es decir, se asume como un escritor que interroga, no tanto a otro escritor, sino a su obra. Su conversación es genuina y fecunda, pues lo que surge de allí es un conjunto de ideas que giran en torno a Mientras agonizo, La hojarasca y las técnicas narrativas que prevalecen y potencian el drama de sus personajes y sus destinos, como entes de fuerzas inexorables que el novelista se permite liberar, antes que dirigir en un plan controlado (y por ende inverosímil) hacia alguna demostración de cualquier tesis, o sea, más opinión que narración. En esa medida, lo que hace Gonzalo es literatura sobre literatura, como otros críticos de su época, dígase, Hernando Téllez. Lo mismo sucede con la novela de la por entonces joven revelación de la narrativa francesa, Françoise Sagan: una reseña prudente e inteligente. Otro caso es su discurso sobre Hugo Salazar Valdés, poeta del Pacífico colombiano, famoso entonces por su poesía de tema afrodescendiente; Gonzalo Arango dirige su mirada hacia una concepción de la obra como una construcción social y política, espiritual e intelectual; elogia y respeta, entre otras cosas, que el poeta Salazar Valdés represente una familia americana con la que tenemos una enorme deuda.
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Puede resultar curioso que, precisamente, lo que se muestra como una faceta ensayística evidente sean los textos de sus más tempranas publicaciones. Curioso porque, en cuanto diálogo espiritual, esa forma de escritura propende más hacia la adultez, casi podría decirse que es un género senil (por supuesto, no lo digo en sentido biológico, sino como una actitud de introspección, en la que parece ser más relevante el mundo interno que las búsquedas y cuestionamientos por la realidad exterior; en otras palabras, una escritura de ideas, nacidas de la contemplación). Los textos sobre Rodó y Martí, publicados en Letras Universitarias, al comienzo y final de 1950, cuando apenas contaba veinte años, son una discusión sobre sus obras, primero como creaciones abanderadas de la literatura latinoamericana, y segundo, como testimonios casi proféticos de lo que significa el compromiso político de dos “héroes” en pro de la “libertad” y “expresión” genuina de independencia espiritual. Solo que Gonzalo Arango, como quien sí quiere la cosa, opina aquí y allá, para aprobar o complementar sobre aquello que cree como legítimo en tanto problema social y cultural. Lo ensayístico, a mi parecer, radica en una escritura orgullosa de su retórica (imagino que en parte herencia de sus estudios de derecho: escritura hábil en argumentación y necesitada de espacio para su desarrollo) y que no teme lanzarse a la proposición de sus ideas; su centro es Martí o Rodó, pero asimismo es capaz de caminar sin esos sostenes para presentar sus hallazgos; mejor dicho, estos textos van más allá de comentarios a citas o referencias indirectas: Gonzalo Arango ofrece sus especulaciones e impresiones impregnadas de su experiencia intelectual universitaria, citadina (ya vivía en Medellín) y artística (comenzaba por esos años a abrirse a otros contextos y amistades). Son ensayos en la medida en que son búsquedas y no pontificaciones, en que son planteamientos abiertos y no cerrados (que esperan ser respondidos o cuestionados), en que son oscilaciones entre su intimidad y la comunidad literaria a la que comienza a pertenecer, en que no teme limitar su reflexión a una serie de ideas racionales y objetivas, comprobables, sino que también incluye giros e imágenes como una lúdica consciente que no responde a formas fijas o establecidas; deja las ideas a sus anchas. Ya se percibe en él una cierta incomodidad con el pensamiento domesticado.
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El caso de El oso y el colibrí es mucho más complejo. Primero, algo de historia: la Unión Soviética, en su despliegue cultural y difusión de sus programas políticos en el contexto de la Guerra Fría, envió por el mundo al poeta ruso Eugenio Evtushenko;1 y uno de sus destinos fue, precisamente, Latinoamérica, por donde viajó extensamente.
El oso y el colibrí documenta el momento en que Gonzalo Arango presentó a Evtushenko en el segundo Festival de Vanguardia de Cali, organizado en 1968 por los nadaístas Pedro Alcántara, Jotamario Arbeláez y Elmo Valencia; en principio, quien acompañaría a Evtushenko en gira por Colombia sería Jorge Zalamea, esa era la apuesta del Partido Comunista. Entonces, cuando Gonzalo llegó a Cali, junto con Evtushenko, encontró la ciudad empapelada con afiches que pedían su “expulsión”, según se rumoraba, por ser “agente de la CIA”, y representar la contrapartida del poder, la falange capitalista; según se cuenta en palabras de Jotamario Arbeláez y Eduardo Escobar, en el breve documental de David Escobar, “El oso y el colibrí (o el silencio es oro falso)”,2 todo el montaje se debió a una polémica que existía entre los nadaístas-comunistas de Cali que se encontraban ya bastante distantes de Gonzalo Arango.
Ahora bien, El oso y el colibrí, como forma, edición y género es un libro escurridizo. Fue uno de los últimos libros de Gonzalo, publicado en 1968, al menos uno de los que él mismo aprobó en vida; Providencia es de 1972 y Obra negra de 1974 (Gonzalo moriría en 1976). En una carta a Jaime Jaramillo Escobar de 1968, Gonzalo le escribe que el sello editorial Albon le publicará un “librito” que será como una especie de “anticipo” de la publicación de un libro de Evtushenko, las Manzanas robadas; así, “anticipo” y libro conformarían una presencia incontestable del poeta ruso en Latinoamérica.
El oso y el colibrí fue integrado por fragmentos, cada uno en torno a Evtushenko. Hay cartas de Gonzalo y de Eugenio, hay comentarios sobre esto y lo otro: socialismo, Siberia, ciencia, variaciones y desviaciones, apologías, quejas, poemas, antología de Evtushenko… Es decir, como divulgación, seguro funcionó, pero como libro de Gonzalo El oso y el colibrí parece no haber tenido el mismo impacto que tuvo en su momento Sexo y saxofón (1963) u Obra negra (1974). Y con razón.
El oso y el colibrí puede decepcionar si se le exige categoría de género (crónica, perfil, semblanza, crítica, ensayo…). Es todo eso, y más. Creo yo, más bien, que en ese desbordado vaivén está su encanto: más que algún lector –supóngase un curioso de la época, finales de los sesenta– enterarse de Evtushenko, lo que presencia es un diálogo literario que va y viene, colmado de admiración, color y fluidez hacia la obra del poeta ruso; pero asimismo es un despliegue de libertad discursiva que, a su vez, demuestra una vez más que la edición de un libro no tiene un único camino (el de la ley de los géneros): en tanto un inicial y aparente desorden de fragmentos, como cualquiera puede juzgarlo, El oso y el colibrí fue una invaluable oportunidad para que un