El oso y el colibrí. Gonzalo Arango

El oso y el colibrí -  Gonzalo Arango


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sin embargo, no es tan fecundo como Pombo, ni tan atractivo como Fallón; pero su escasa y sustanciosa producción poética deja ver su alta y su artística prosapia.

      Su obra Ritos es el libro que encierra las suaves esencias del maestro; es un precioso metal de nuestra mina literaria; en ella recoge lo más vivo de su vena poética. Quiso hacer de su obra algo clásico y en realidad predomina lo cualitativo. En este sentido se hace justificable la pobreza numérica de sus producciones; lo que confirma posteriormente cuando manifiesta a un amigo que quería publicar sus mejores poesías: “Puede usted elegir entre ellas, pero le advierto que la belleza no se alcanza por adición, sino por sustracción”.

      Sus poemas han resistido y resistirán los movimientos y las épocas; pues a la vez que agita su espíritu entre los clásicos, se levanta airoso entre los modernistas; pudiéramos decir que ellos son siempre viejos y siempre nuevos. Pero en algunas partes encontramos en Valencia ciertos tintes románticos, ya que esa frase de Rubén Darío: “¿Quién no es romántico?”, tiene sabor universal. Fue Valencia tan moderado que es casi imperceptible. El soneto “A su memoria”, con motivo de la muerte de su esposa, tiene un carácter romántico; se nota en él este acento subjetivo, esa nota desgarradora del alma que deja el dolor en los espíritus sensibles, como también lo fue en “Días de ceniza” en el cual es romántico parnasiano; dice:

       Hoy el pálido numen de lo inerte

       a su callada soledad convida

       al q’ vive soñando con la muerte

       y al q’ muere soñando con la vida.

      Su poema “Leyendo a Silva” nos dice lo excelso de su personalidad literaria, es algo que ni por el mismo frío conmueve.

      Valencia no tuvo en su poesía ese concepto humano ni la emotividad desbordante que satura la poesía de nuestro Barba Jacob. Sin embargo yo podría decir humanamente hablando, que el maestro fue romántico.

      El prosista. En este género literario Valencia se muestra inmejorable. Lo demuestran sus panegíricos y su vasta producción parlamentaria. En “Antología bolivariana” se destaca con brillantez inconfundible “El andante caballero de la democracia”. Es de lo más bello que se ha dicho sobre el Libertador. Igualmente es elogiado universalmente su discurso ante el cadáver de Miguel A. Caro en donde parece revivir las oraciones fúnebres de Bossuet con una propiedad y un estilo extraordinarios.

      Son cualidades de su prosa: la profundidad del pensamiento, la solidez de sus ideas, la armonía de la frase, su dialéctica impecable.

      El traductor. Fue Valencia un verdadero políglota; tenía dominio sobre el francés, el inglés, el italiano, el latín, etc.; circunstancia que le favoreció mucho para traducir los maestros de los respectivos países. Traducía, no con la frialdad de un filólogo sino con la vitalidad de un artista. Don Baldomero Sanín Cano dice que varias de las poesías que tradujo Valencia en nada tienen que envidiar al original; que traducía del alemán directamente dando vida al esqueleto descamado de sus traducciones. Y admirable ver cómo se conserva el fondo emotivo de las poesías; porque es ardua empresa esta de matizar en lengua extraña el sentimiento de una raza, de un ambiente y de un ser extraño. Tradujo el maestro con derroche la técnica: “El retrato de la amada” de Anacreonte; “Un sueño” de Gabriel D’annunzio, “Aparición” de Stephane Mallarmé, “A un poeta muerto” de Baudelaire, “Mozo de aldea” de Stefan George y otras muchas de indiscutible valor.

      Pero donde el maestro se hace reconocer universalmente como traductor e intérprete es en su libro de poemas árabes y chinos Catay; libro sugestivo, saturado de ambientes de países foráneos, de sentimientos suaves, de elevada imaginación, rebosantes de voluptuosidades y de perfumes exóticos. Entre las mejores poesías de este libro están las de Li Tai Po, poeta exquisito del cual dijo Tu Fu en uno de sus poemas: “Tú eres el sol, y los demás poetas solo estrellas”. Entre sus más bellos poemas están: “La canción desgarradora”, “La rosa roja” y “Adiós”. Estas traducciones no las hizo directamente del árabe y del chino, sino de un poeta francés llamado Franz Toussaint.

      El político. De una una brillante y trascendental vida pública; en todos sus actos procuró siempre el mejoramiento, prestigio y el buen nombre de la patria. A la vez que padre de las letras colombianas, lo fue también en la carrera de las armas, como cuando fue nombrado jefe civil de su departamento, en la guerra de los tres años. La norma de sus ideas políticas fue el ideal bolivariano. A Valencia pudiéramos aplicarle esta frase: “La espada no embolató jamás su pluma”.

      Tenía el dominio de la palabra y a veces el dominio de las multitudes, méritos que le valieron sus dos candidaturas presidenciales. Siendo senador de la república desató un huracán de discursos parlamentarios puestos por entero al servicio de sus ideales. Tres columnas forman el edificio intelectual de Valencia: su pensamiento filosófico, su sensibilidad artística y la pulidez arquitectónica de escultor poético.

      La imagen de Valencia está grabada en nuestros corazones, porque él es de Colombia y sus glorias nos pertenecen.

      Letras Universitarias, Medellín, núm. 16, julio, 1949.

      El hombre moderno está adquiriendo el dominio de la naturaleza y simultáneamente está perdiendo el dominio de sí mismo. La civilización tiene en sus manos el mundo de la materia, y la cultura está dejando esfumar los valores del espíritu. Lo económico y lo espiritual están jugando la suerte del mundo.

      Las desavenencias políticas internacionales han tenido su origen en el conocido dilema: “Ser para el cuerpo o ser para el espíritu, para el mundo o para los valores”. La incógnita de la vida contemporánea ha de ser esclarecida o por las revoluciones del pueblo soviético o por las potencias occidentales; es decir, de un lado la dictadura económica y de otro el progreso y la libertad.

      La dignidad humana juega papel preponderante en esta lucha mundial. Rusia negando al hombre sus derechos individuales y el resto del mundo haciendo la exaltación de los mismos. Mensaje triste el que envía el pueblo materialista de Rusia a los pueblos libres de Occidente.

      Qué destino tan trágico le espera a la nación comunista, imponiendo al hombre la renuncia de sus derechos naturales, coartando su libertad y su pensamiento. Estos postulados negativos de toda posibilidad de progreso humano causaron en el mundo civilizado profunda reacción y cayó sobre Rusia el anatema universal como una tempestad de rayos. El materialismo histórico y filosófico está acabando con las fuerzas más vitales de ese pueblo. Dios, la cultura, la religión, los valores, el progreso y la dignidad humana han pasado a ocupar un puesto secundario en la lucha de la vida. Un pueblo en tales circunstancias no tiene derecho a formar parte en la colectividad humana en el concierto del pensamiento universal.

      En su concepto la religión es el opio de las naciones, pero escapa a su criterio positivista el hecho de que la creencia en los valores eternos es la base de nuestro progreso cultural y material. Qué ignorancia histórica tan lamentable de los que esto afirman: yo quisiera que emprendieran la reconquista de los tiempos pretéritos, para que juzgasen la frase de San Agustín en el desenvolvimiento de la vida humana, cuando dijo: “Es más fácil edificar una ciudad en el aire, que encontrar un pueblo sin religión y sin Dios”. Más deplorable es aún la capacidad psicológica de los hombres tristemente célebres de Rusia por el poco conocimiento del corazón humano: porque el hombre, a la vez que animal económico y político, es ante todo un animal religioso y espiritual que funda su existencia en la esperanza de bienes ultraterrenos. Yo tengo la convicción de que cada hombre de cultura occidental o americana haría su renunciamiento voluntario al derecho de vivir antes de perder su libertad individual, ya que sin esta el hombre deja de ser hombre digno para descender en la escala zoológica. Es una ley de consentimiento universal que el objetivo de la vida humana no es la materia sino que por delante hay una más


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