Sigo estando aquí. Juanjo Soriano

Sigo estando aquí - Juanjo Soriano


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Jorge iría a por él y volvería a por su otro hijo, José Ángel, y se los llevaría a merendar y pasar la tarde con ellos de compras. Hoy necesitaba imperiosamente ver a sus dos hijos sonreír junto a ella y olvidar un poco que la vida en cualquier momento puede ganarte la batalla de la forma más cruel posible.

      Sin darse cuenta, eran ya las cuatro y media de la tarde. Se vistió y se marchó rápidamente a por su hijo, que salía a las cinco. Justo cuando salió del coche, y sin esperárselo, una ligera brisa acarició todo su cuerpo. Al instante, se le puso la piel de gallina, esa brisa que apareció de la nada la quiso abrazar. Lejos de asustarla, la hizo sonreír. Inmediatamente vino a su cabeza la imagen de su tía Carmen. Muchos y muchas podréis pensar: casualidad, pero para ella no lo era. Aunque su tía Carmen hacía décadas que ya no se encontraba entre nosotros, no solo perduraba en ella su recuerdo, sino también en muchas ocasiones lo que ella creía que era su presencia. Estuviera donde estuviera, Julia sentía en pequeños detalles que estaba allí, a veces imperceptibles, como por ejemplo una brisa, otras un atardecer o un dulce olor que le recordaba a su perfume.

      Se encaminó a la puerta del colegio, aún quedaban diez minutos para que saliera Jorge, pero así se pondría al día con las madres y escucharía algún chismorreo, pero esa tarde no encontró a nadie que conociera con la que tuviera mucha confianza, así que se limitó a esperar. Pasaban los minutos, pensando en sitios a dónde ir con sus dos hijos, cuando una voz que reconoció perfectamente sonó detrás de ella.

      —Hola, Julia.

      —¿Padre, qué hace usted aquí? —dijo Julia visiblemente sorprendida.

      —El otro día hablé con Jorge y esta tarde había pensado en darle una sorpresa y traerle la merienda, pero, bueno, ya veo que has venido tú a recogerlo, así que me voy.

      No le dejó ni un segundo de réplica para poder contestarle y se dio la vuelta. Jesús seguía tremendamente enfadado con su hija por haber vuelto con su marido. Desde casi el principio que ellos se conocieron, nunca quiso a ese hombre para su hija. Le dolía ver cómo seguramente desperdiciaba su vida junto a él, habiendo aguantado y sufrido tanto.

      —Padre, espere…

      Julia lo detuvo, ella sabía cuánto quería a su nieto Jorge y su hijo a él, así que en el último momento decidió cambiar de planes y sorprender a su padre.

      —Dime, Julia.

      —Ya que has venido hasta aquí y le has traído la merienda, ¿por qué no te lo llevas al campo y lo traes esta noche?

      —Vaya, pues si a ti de verdad no te importa…

      —De verdad que no, padre. Pues entonces me voy, ya me lo traes luego.

      —De acuerdo.

      —Julia —le dijo con su típica cara seria y ruda de siempre, pero con una diferencia: un brillo en los ojos que hacía tiempo que no le veía—, gracias.

      —De nada, padre.

      El corazón de Julia rebosaba sensibilidad y emoción en ese momento. Volver a ver a su padre después de años hacía en ella sentir una descarga de felicidad contenida.

      Muy a su pesar, no le dio tiempo para mucho más, el timbre había sonado, el encuentro inesperado entre ellos silenció todo a su alrededor, hasta los griteríos de los niños, y Jorge ya aparecía corriendo por el patio, aunque de pronto se paró. Manuel salía corriendo detrás de él y le había intentado poner la zancadilla, que muy a su pesar pudo esquivarla.

      —¿Por qué corres, gallina? ¿Qué, me tienes miedo?

      —Déjame en paz de una vez.

      —Te vas a salvar porque he visto que ha venido tu madre a por ti porque si no la próxima vez te comes el suelo para merendar.

      Jorge le lanzó una mirada de rabia, pero sentía una mezcla de impotencia e indefensión frente a él. Manuel era el chico que todos admiraban en la clase porque era el más chulito, el que tenía más amigos, casi siempre iba con su séquito de matones detrás para hacerle sentir más fuerte, el que ligaba con todas las chicas. Un niño, con esa edad, luchar contra alguien así puede llegar a ser casi imposible. Puso todo el esfuerzo que tenía para cambiar su cara y sacar una sonrisa en ese momento al ver a su madre y su abuelo juntos. Después de tanto tiempo le resultó sencillo, sabía disimular muy bien en sus peores momentos, esa cualidad la había heredado de su madre y se encaminó de nuevo corriendo hacia ellos. Por desgracia para Jorge, este suceso pasó inadvertido para su madre y su abuelo al encontrarse a una larga distancia todavía.

      —¡Abuelo! Era verdad que me ibas a dar una sorpresa.

      —Claro, grandullón, cómo te iba a mentir. Te he traído la merienda. ¿Oye, pasaba algo con ese chico?

      —Ah, no, nada, abuelo, que me estaba preguntando por unos deberes de inglés, que si lo podía ayudar.

      No quería levantar sospechas con lo que estaba pasando con Manuel, así que hasta se inventó que necesitaba su ayuda, aunque por dentro rabiase de dolor cada vez que le venía a la mente.

      —Bueno, Jorge, esta tarde te vas a ir al campo del abuelo. ¿Qué te parece? —dijo Julia con una pequeña sonrisa en la boca mientras miraba fijamente a su padre, donde en su mirada quería agradecerle el profundo amor que tenía por su nieto.

      —¿De verdad? ¡Bien!

      —Pórtate bien y haz caso a los abuelos en todo lo que te digan.

      —Sí, mamá, tranquila.

      —Abuelito, ¿cómo está mi pato?

      Cada nieto había llevado un animal para cuidarlo en la pequeña granja que tenía Jesús y él decidió llevar un patito pequeño que era la envidia del resto.

      —Bueno, ya lo verás cuando vayamos, pero está grande y bien hermoso.

      —Padre, yo ya me voy, en fin…

      Julia en ese momento deseó darle un abrazo y decirle que lo quería, pero no pudo hacerlo, una fuerza indeseada le resistió a hacerlo, pero sus ojos, a veces ese reflejo de lo más profundo de nuestra alma y nuestro ser, clamaban el amor que tenía por él a pesar de todo.

      SORPRESA, SORPRESA

      Jorge se juntaba de nuevo con su abuelo, aunque hacía unos años tuvo que pasar una larga temporada en el campo con ellos por la situación tan tremendamente complicada que se estaba dando en casa con sus padres, y añoraba mucho a su madre. Qué niño no lo haría si de la noche a la mañana te tienen que arrancar de su vida por complicaciones que no llegas a entender bien. Aún así, tenía muy buenos recuerdos de su estancia con ellos. El amor que tenían sus abuelos por él era claramente palpable, casi podríamos decir que era su nieto favorito, con el que más congeniaban y con el que más reían.

      —¿Qué tal en el colegio, Jorge? Espero que lleves bien las notas.

      —Sí, todo bien, aunque la verdad es que las matemáticas me cuestan un poco.

      —Cómo te entiendo, a mí me pasaba igual de pequeño, pero ya sabes, a ponerle más empeño.

      —Pues no será que no se lo pongo, pero me cuesta mucho, abuelo.

      —Se te resisten, pero no podrán contigo, Jorge, ya lo verás.

      —Abuelo, me gustaría hacerte una pregunta, pero no quiero que te enfades si te la hago.

      —¿Por qué me iba a enfadar? Dime.

      —¿Por qué nunca vienes a casa? ¿Ya no nos quieres?

      —Pero qué tonterías estás diciendo, Jorge. ¿Cómo no os voy a querer? Lo que pasa es que hay cosas que tú no sabes o no puedes llegar a entender. A veces la vida es muy complicada.

      —¿Y no crees que al igual se más de lo que todos creéis?

      —¿A qué te refieres?

      —Nada, abuelito, déjalo, que ya casi hemos llegado y quiero jugar a la pelota con


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