Sigo estando aquí. Juanjo Soriano

Sigo estando aquí - Juanjo Soriano


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así que pusieron las dos su mejor cara e hicieron como si nada hubiera ocurrido.

      La siguiente en venir fue su queridísima Paquita, de nuevo las tres juntas, toda una vida, casi cuarenta años habían pasado desde que se conocieron, pero ni el tiempo ni la distancia habían roto ese vínculo soldado a fuego entre ellas, su unión perduraría para siempre.

      —Qué ganas tenía de veros, os echo tanto en falta en Francia, a veces os necesito tanto.

      —Y nosotras a ti —dijo Paquita con los ojos vidriosos por las lágrimas que estaban a punto de estallar.

      —Oye, pero nada de llorar, eh, que hoy es mi cumpleaños.

      —Tienes razón, Julia. Anda, dónde tienes el vino que me apetece un buen copazo.

      —Ja, ja, ja. —Rieron las tres.

      —Bueno, contadme, ¿cómo estáis?, ¿cómo llevas el divorcio, Paquita? Porque aquí en España no es como allí que está más normalizado.

      —Pues no me ves, divinamente…

      Y de pronto el ruido de cómo se cerraba una puerta resonó en la casa, rompiendo ese divertido momento, era Ginés.

      —Y hablando del rey de Roma, espero que esta vez venga en condiciones y no nos monte uno de sus numeritos —dijo Sofía.

      Y por la puerta aparecía su marido , pero esta vez sin rastro de oler a alcohol como tantas otras veces ellas recordaban. A las amigas de Julia las saludó con un frío y protocolario hola, se podía notar la tensión cada vez que se encontraban los tres después de lo ocurrido en la comunión de Jorge, pero si su esposa lo había perdonado y aceptado de nuevo en su casa, ellas, por muy amigas que eran, tenían que asumirlo. Aunque esa frialdad no fue para todas por igual, a Julia le dio un beso en la mejilla y seguidamente de acariciarle el pelo le dijo:

      —Estás preciosa, feliz cumpleaños, esto es para ti.

      A continuación apareció un ramo de rosas que escondía detrás de su espalda.

      —Oh, qué bonito. Gracias, Ginés, ve a cambiarte, te he preparado la ropa limpia.

      —Ahora vengo, voy a darme una ducha rápida.

      —Bueno, chicas, sentaos que voy a llamar para que vengan todos a la mesa, solo falta que venga mi hijo Miguel.

      —Antes brindemos por nuestro encuentro.

      —Yo prefiero tomar agua —dijo Sofía.

      —Chica, una copita solamente, además brindar con agua da mala suerte —dijo Paquita que no tenía ni idea de la situación.

      —No, de verdad, es que no me apetece tomar alcohol.

      —¿Y eso?

      —Nada, no os preocupéis, anda ve y llámalos a todos y ve con cuidado no te vayas a caer con esos tacones.

      Sofía intentó quitarle importancia al asunto con disimulo con una broma para salir airosa de su negativa a tomar una simple copa de vino para no levantar sospechas en la cena.

      Todos sabemos muchos refranes, muchos de ellos ciertos, aunque algunos más que otros, y el de «la vida da muchas vueltas» en ese instante, todos junto a esa mesa, era dolorosamente cierto. Cuántos de nosotros y nosotras que sabemos del tormento de vida que llevó Julia con su marido se podía imaginar de nuevo un cumpleaños sentados a la mesa con él, pero a pesar de todo ello, y sin nadie saber las verdaderas razones de su vuelta, allí se encontraban de nuevo todos juntos celebrando ese día.

      La cena ya había comenzado, todos comían y bebían mientras hablaban y reían entre ellos, pero alguien comenzaba a desentonar y esta vez no era Ginés, era su hijo José Ángel que apenas probaba bocado pero que copa tras copa de vino comenzaba a tener un humor irónico y a hacer comentarios que eran más propios de su padre que, para sorpresa de todos, su comportamiento estaba resultando muy correcto.

      —José Ángel, podrías hacer el favor de probar algo del asado que ha preparado tu madre.

      —Sí ya lo he probado, pues otro asado más de los que ella hace, al final siempre hace lo mismo —dijo su hijo con una actitud chulesca.

      —Bueno, déjalo, Ginés, no tendrá mucha hambre hoy —dijo Julia intentando restarle importancia, pero todos se estaban dando cuenta del estado de embriaguez en el que comenzaba a encontrarse.

      —Hambre no sé si tendrá pero por lo visto tiene bastante sed. ¿Cuántas copas de vino llevas?

      —Papa, solo es vino, además tú…

      —Además, yo qué, termina la frase.

      —Que tú eres el menos indicado en esta casa para venir a decirme cuándo tengo que parar de beber.

      —José Ángel, ya basta, no nos des la noche, por favor te lo pido —dijo Julia levantándose de la silla y quitándole la copa de vino mientras pensaba: «No voy a poder celebrar ningún día importante en esta casa sin que me amargue la existencia alguien».

      Y es que efectivamente así era, había una maldición en su familia desde que ella tenía memoria y es que temblaba cuando se acercaba algún día importante o evento en que cualquier familia se reunía para pasar un buen rato porque siempre tenían el mismo final: alguien tenía que acabar llorando y hoy tampoco iba a ser la excepción a la regla. Su otro hijo Miguel decidió no intervenir, él era el mayor de los tres y hacía años dio el paso de irse de esa casa donde el dolor estaba tan presente y decidió no inmiscuirse en lo que se venía encima, pero su otro hijo Jorge no pudo reprimir las ganas de hablar.

      —¿Quieres callarte y dejar a mamá en paz que hoy es su cumpleaños?

      —Mira, mañaco asqueroso, tú no eres nadie para decirme a mí lo que tengo que hacer y menos una nenaza como tú.

      Mientras, cogía de nuevo la copa y se la volvía a llenar y seguidamente se la bebía de un trago ante el asombro de todos .

      Entonces, Ginés se levantó de la mesa y se fue directamente a donde estaba su hijo con la cara que tantas veces había visto Julia, levantó la mano y le lanzó una bofetada dejando a todos los presentes sorprendidos por lo que acababa de hacer.

      —¡Pero quién te crees que eres para pegarme! Yo no voy a aguantar que me pegues como lo haces con tu mujer, me dais pena, siempre aparentando delante de todos con vuestro matrimonio, que es una farsa.

      Y acto seguido se levantó y salió de la casa dando un portazo.

      Julia no podía creer lo que estaba ocurriendo. Por mucho que ella intentaba esforzarse, sacar lo mejor de sí, sin importar como ella se encontrase, para que todo saliera perfecto, el destino siempre le tenía guardado un gran bofetón para estas ocasiones. Se levantó de la mesa haciendo soberanos esfuerzos por no ponerse a llorar allí en medio y les dijo a todos:

      —Por favor, espero que no os moleste, pero prefiero terminar la fiesta y que cada uno se vaya a su casa. Miguel, lleva a la abuela, yo necesito acostarme, lo siento.

      —Pero, mamá, si todavía no has soplado las velas —dijo su hijo Miguel.

      —Disculpadme, pero hoy no me queda una pizca de ilusión.

      Y entonces se encerró en su habitación, mañana sería otro día, intentaría levantarse con una sonrisa, sacaría las fuerzas de donde no las tenía, como hacía siempre, llamaría a sus amigas y terminaría de soplar las velas con ellas, e intentaría hablar y calmar a Sofía con el tema de su enfermedad, pero ese día la había superado. El encuentro con Jacinta la había dejado tocada, ver a Miguel herida, el cáncer de su amiga desecha, pero el comportamiento de su hijo ya la había dejado enterrada. Solo necesitaba meterse en la cama, cerrar los ojos muy fuerte y llorar mientras rezaba para sus adentros. «Señor mío, dame fuerzas para seguir adelante».

      MANUEL

      Pero en esa casa había más dolor y sufrimiento del que parecía a simple vista. Esa noche no solo había una persona que acabaría llorando sola en su


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