Sigo estando aquí. Juanjo Soriano

Sigo estando aquí - Juanjo Soriano


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no para él, ese hombre que le enseñó el verdadero significado de la palabra amar.

      —Entonces espero que estés pasando por una buena etapa.

      —Pues todo va genial, Miguel, mi matrimonio es estupendo.

      Mientras hablaban, ya habían llegado a la puerta donde su madre y su hijo esperaban pacientemente a que ella viniera.

      —Madre, os presento, él es Miguel, un viejo amigo.

      —Encantado, señora, es un placer.

      —Igualmente.

      —Yo te conozco, fuiste camarero de mi mesa en mi comunión.

      —Sí, vaya, cómo has crecido Jorge y qué memoria tan buena tienes, campeón.

      —Bueno, voy a llevar a mi madre y a Jorge al coche y te devuelvo el paraguas enseguida.

      —De acuerdo, tranquila.

       Y apenas dos minutos después volvía del coche para despedirse de él.

      —Gracias, Miguel.

      —De nada. Bueno, espero que tengas un buen fin de semana.

      —Lo mismo te digo.

      Ella se alejaba bajo la lluvia, de nuevo la distancia se hacía entre ellos, pero esta vez él no estaba dispuesto a perderla como en el pasado.

      —¡Julia!… —le chilló de repente, sorprendiéndola.

      —Sí…

      Y aunque apenas fueron dos segundos donde sus miradas y sus almas se cruzaron, se libraba una batalla en lo más profundo de sus corazones convulsos, donde una explosión de recuerdos los golpeaba haciendo temblar los cimientos del mismísimo mundo donde vivimos.

      —Julia, quiero que sepas que aquí estoy para lo que necesites, y que sigo estando aquí, por favor no lo olvides nunca… —le dijo Miguel en un acto de valentía.

      Julia no fue capaz de responder, no pudo reaccionar. Se metió en el coche de nuevo y con gran esfuerzo tuvo que reprimir lo que dictaminaban sus sentimientos. En esos instantes no solo llovía en la calle, también en su corazón, no pudo ganar la batalla a esa lágrima que salió de su ojo e irrumpió con fuerza desde su interior.

      LA VIDA ES MUY INJUSTA

      El corazón de Julia volvió a latir de una manera diferente de camino a casa, de un modo que ya había olvidado, como hacía tantos y tantos años que no lo hacía. El destino había decidido jugar a la ruleta esa tarde y le había dado todos los números buenos, a su mente le venían ráfagas de imágenes y emociones de los últimos instantes de la tarde. Jamás pensó en volver a encontrarse a su primer amor, esa persona que nunca olvidas y mucho menos a la que en su momento fue una mujer tan horrible con ella, su madre doña Jacinta. Aun así, con los años había aprendido a olvidar y a perdonar, sabe Dios que lo había aprendido muy bien porque si plantas la semilla del rencor el único árbol que nace es el de la maldad, agonía y amargura.

      Conducía con la mirada perdida, casi como una autómata. Su cuerpo estaba dentro de ese coche mientras la envolvía una tormenta atronadora, pero ella seguía estando en ese geriátrico reviviendo cada segundo una y otra vez, sobre todo ese último instante donde le dijeron «sigo estando aquí».

      Esas tres palabras que le acompañarían resonando en su cabeza sin cesar hasta la puerta de su casa.

      —Venga, que ya hemos llegado, vamos a subir a casa.

      —Julia, cariño, ¿te encuentras bien? Pareces algo ausente…

      —Sí, madre, es que estoy pensando en cosas del trabajo para el lunes, tenemos muchos pedidos para la semana que viene. Bueno, en fin, tonterías que no debería de darle vueltas ahora.

      —Bueno, si tú lo dices, ahora de lo único que te tienes que preocupar es de que vas a estar con tu familia y tus amigas cenando, y de que vas a ser un año más vieja.

      —Tiene razón, madre.

      Digna de una estatuilla honorífica a toda la carrera artística en la entrega de los Oscar, qué grandísima actriz había sido toda la vida actuando en los momentos más difíciles y más comprometedores, y qué bien salía de ellos, siempre tenía una respuesta creíble y adecuada para que nadie notara lo que realmente pasaba por sus adentros.

      Se le había hecho algo tarde, así que mandó a su madre Ángela a que estuviera con Jorge en el salón mientras ella hacía la cena. Su madre insistió en ayudarla, pero esa noche no iba a acceder a recibir ayuda. Julia se había edificado a lo largo de los años un castillo indestructible a su alrededor, pero muchas veces por los palos recibidos, otras por autoengañarse, esa noche, esa fortaleza comenzaba a tener pequeñas grietas de fragilidad. Ahora mismo lo único que necesitaba urgentemente eran unos momentos para ella misma. Como siempre, era meticulosa y detallista a la hora de preparar sus cenas para los que ella quería y esta noche no iba a ser diferente. Se esmeró tremendamente preparando el asado, cortando las verduras en pequeñas piezas y especiándolo delicadamente, luego hizo una ensalada y más tarde cortaría el jamón curado y pondría algo de queso manchego, también una ensaladilla rusa que tanto le gustaba a su hijo Jorge, pero eso sería luego, ahora necesitaba meterse en el baño y que el agua caliente de la ducha recorriera su cuerpo. Salió y avisó a su madre que iba a ducharse.

      Una vez dentro del baño, comenzó a quitarse la ropa despacio, necesitaba alargar el momento de enfrentarse a la normalidad y negar la realidad de todo lo que había significado para ella ese inesperado encuentro. Se metió en la ducha y dejó que las gotas del agua abrazaran su piel, estuvo bajo el contacto del aterciopelado líquido todo lo que pudo. Todavía no quería salir de esa pequeña y frágil burbuja que había en esa habitación pero tenía que hacerlo. Salió de la ducha y el vapor de la habitación había creado una penumbra que distorsionaba su cara en el espejo empañándolo. Se puso la toalla al pecho y pasó la mano para limpiar esa fina capa de vaho que lo cubría, pero al hacerlo y verse la cara no solo vislumbró su rostro, sino también su ser.

      Lo que solo fue una pequeña lágrima que las gotas de lluvia pudieron disimular cuando subió al coche, ahora se convertía en una catarata de ellas que caían sin cesar frente al espejo, su castillo había cedido en el momento menos inesperado. No pudo tenerse en pie, sus pies comenzaron a temblar y tuvo que sentarse en la cornisa de la bañera y taparse los ojos.

      ¿Por qué?¿Por qué?¿Por qué? No paraba de repetirse en su interior.

      Por qué la vida me vuelve a poner a Miguel en mi camino, lo amé tanto, dios mío, tú lo sabes. No puedo dejar de agradecerte los tres hijos que he tenido que si hubiera acabado junto a él no existirían hoy por hoy, pero quise tanto a ese hombre, no nos merecíamos lo que su madre nos hizo, no me merecía cómo se comportó conmigo. ¿Por qué no luchó por mí? A veces, por mucho que me esfuerce en entender mi vida, más incomprensible me parece todo.

      Julia no podía soportarlo más y había roto a llorar, se sentía frágil y abatida dentro de esas cuatro paredes que retenían el verdadero tormento que había supuesto ese inimaginable encuentro.

      —Mamá, ¡tengo que entrar!

      Y el ruido de su hijo golpeando la puerta la obligó a volver a la realidad, era Jorge que irrumpía sorprendiéndola con los ojos rojos y sus últimas lágrimas todavía resbalándole por su cara.

      —Mamá, ¿estás bien?

      —Sí, cariño, no pasa nada, estoy bien. Venga, entra, que ya me termino de vestir en mi cuarto.

      —¿Seguro que estás bien? ¿Te puedo dar un abrazo?

      —Claro, hijo mío, cómo no vas a poder dármelo.

      Jorge no estaba seguro de lo que ocurría, pero se percataba de que su madre no era la misma que había entrado minutos antes y la conocía muy bien. Muchas veces ella lo engañaba con su personalidad tan fuerte pero eran doce años junto a esa mujer, años de los cuales tuvo que vivir momentos muy duros junto a ella, y aunque aparentemente todo iba bien últimamente,


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