Sigo estando aquí. Juanjo Soriano

Sigo estando aquí - Juanjo Soriano


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      —JE, JE.

      —Tengo muchas ganas de verte, que lo sepas, algún día te doy una sorpresa, ya lo verás.

      —¿Vas a venir a casa? —dijo con ingenuidad.

      —Bueno, ya veremos, pero una sorpresa seguro que te doy.

      —Yo también tengo muchas ganas de verte, anoche vino la abuelita al cumpleaños.

      —Sí, lo sé, pero yo no me encontraba bien y me tuve que quedar en casa.

      —Pero estás bien, ¿no?

      —Sí, Jorge, no te preocupes, estoy hecho un chaval, si seguro que te gano jugando al pilla pilla.

      —JA, JA. Abuelo, no se pase.

      —Oye, rey , ten… ten… tengo que… colgar .

      Durante unos segundos tartamudeó, su voz sonó frágil como el cristal.

      —¿Le pasa algo?, ¿quieres hablar con mamá?

      —Tengo que colgar ya, Jorge.

      —Vale, le quiero.

      —Y yo, Jorge, muchísimo.

      —Adiós, abuelito.

      —¡Espera!

      —¿SÍ?

      —Deséale a tu madre feliz cumpleaños con retraso de mi parte.

      Y entonces, y sin dejar un segundo para reaccionar, colgó, dejando a Jorge pensativo con las últimas palabras. Cabizbajo volvió de nuevo a la cocina.

      —¿Quién era, cariño?

      —Era el abuelo.

      La última persona que en ese momento se podía imaginar Julia que llamaría era su padre. Su relación, como con casi todos los hombres de su vida, también había sido tan tormentosa. Se quedó helada, le costó hasta reaccionar unos segundos.

      —¿Y qué quería?

      —Me ha dicho que te diga que feliz cumpleaños.

      A Julia le dio un vuelco el corazón. Jamás hubiera pensado que su padre dejara a un lado su gran orgullo y se dignase a marcar el teléfono y felicitarla. Le sorprendió muchísimo, y para bien. Sabía que, aunque a su manera, su padre la quería, pero ese pequeño gesto le alegró todavía más la mañana. Y es que, de vez en cuando, tenemos que presuponer o dar por sentado que alguien nos quiere, pero nunca vienen mal unos pequeños gestos, un toque de atención, un «que sepas que no te olvido», algo fácil, pero que amarra los lazos más fuertemente con esa persona a la que queremos.

      LAZOS DE SANGRE

      Para suerte de todos, y sobre todo para nuestros queridos Jorge y Julia, el fin de semana pasó sin sobresaltos. Tanto ella como Ginés intentaron hablar con su hijo José Ángel, estaban preocupados por él, sobre todo Julia , pero con el poco tiempo que pasó en casa, les fue casi imposible. Además, su hijo no atendía a razones , no quería escuchar nada. Pidió disculpas casi obligadas a su madre, que carecían de verdadero arrepentimiento, pero una madre es una madre y ellas se conforman con tan poco… Julia aceptó las disculpas de su hijo buenamente, aun así, no paraba de darle vueltas y vueltas a la cabeza intentando entender por qué su hijo se estaba comportando así últimamente. Pero en su cabeza, en sus pensamientos que tanto iban y venían bombardeándola sin cesar no solo estaba su hijo, estaba su amiga Sofía. Estaba realmente intranquila por ella, quería ayudarla como pudiera, haría todo lo posible por ella. El sábado por la tarde, después de comer, y cuando su marido no estuviera, ya que no quería que Ginés se enterase de que tenía pensado costearle a su amiga la visita al medico, cogió el teléfono y llamó a su clínica privada. Al ser fin de semana tuvo que remover cielo y tierra para que al siguiente lunes le dieran una cita, pero para ella era de extrema urgencia, su amiga tenía que volver la semana siguiente a Francia con su familia y tenían que verla antes de su marcha. Así fue, obtuvo su cita para Sofía, tuvo hasta que amenazar con que se iba a personar ella misma esa tarde para darse de baja si no se la concedían, pero después de varias llamadas, atendieron conformes a sus exigencias. En cuanto lo supo, llamó a su amiga.

      Ese mismo lunes, a mediodía, se pasó por casa de los padres de Sofía, que era donde ella se quedaba cuando venía de visita, y la recogió para llevarla a la clínica. Allí le explicó su caso y la medicación que ella estaba tomando, y el doctor las calmó a ambas. Les dijo que no se preocuparan, que lo habían cogido a tiempo y que los pasos que estaban siguiendo con ella eran los adecuados y los normales. No obstante, le presentó otras alternativas a seguir, pero debería abandonar su casa, su vida y su familia, y comenzar en esa clínica, siempre y cuando billetera en mano, algo que Sofía no podía permitirse. Julia, como prometió, le pagó la consulta a su amiga y en cuanto salieron de la clínica, algo más tranquilas, insistió en que contara con ella.

      —Sofía, por favor, júrame que si algo va mal, me vas a llamar, que cuentes conmigo para lo que sea, que en la medida que esté en mi mano, te voy a ayudar en todo lo que pueda.

      —Julia, gracias, pero ya has oído al médico: en principio todo es correcto y no debo preocuparme, y además esos tratamientos son carísimos.

      —Vale, pero júramelo.

      —Te lo juro.

      Pero Sofía, por mucho que le había jurado a su amiga que lo haría, no lo podía cumplir. Ya no era el hecho de dejar a su familia y la vida que ya tenía establecida en Francia y afrontar la enfermedad sin ellos, cosa que la destruiría, los costes de poder luchar contra esa enfermedad eran casi insultantes y no se los podía permitir, ni tampoco iba a permitir que su amiga se gastara ese dineral.

      —Julia.

      —¿Sí?

      —Te quiero mucho, amiga.

      —Y yo a ti, Sofía. Prométeme que no te vas a rendir, que vas a seguir luchando.

      —Te lo prometo, Julia.

      Justo al terminar esas palabras, Julia corrió a darle un abrazo. En ese momento deseó ser Dios y tener el poder en sus manos de quitarle de un plumazo todo ese mal que recorría cada célula del cuerpo de Sofía, pero por desgracia, nadie de nosotros, por mucho que deseemos desde lo más profundo de nuestra alma y con el mayor de nuestros deseos, no podemos, es una impotencia tan exasperante, irritante y dolorosa. Sofía rompió a llorar, tenía que explotar, necesitaba hacerlo. Al igual que Julia , delante de todos había cogido las riendas de su situación con la mayor fuerza y entereza posible, pero hasta los grandes héroes de todas las historias tienen miedo. Había que tirar para adelante, eran dos grandes luchadoras incansables e iban a luchar con garras y dientes, como siempre habían hecho y esta iba a ser una batalla extremadamente dura.

      Golpes como estos en la vida son como pasar de cero a cien en un solo frenazo te hacen replantear todo; tu día a día, tu trabajo, tu familia, amigos, absolutamente todo. Cualquier enfermedad y está, en este caso, es un duro bofetón que te dan sin previo aviso y que te va a doler durante mucho tiempo, pero también nos hace reflexionar y en la mayoría de casos nos permite ver con otra perspectiva a qué cosas le damos excesiva importancia cuando en realidad no la tienen, menospreciando tal vez lo que tenemos más cercano y que realmente sí que la tiene, como nuestros abuelos, padres, hijos y personas a las que queremos pero que están ahí, nos rodean en nuestra rutina y desgraciadamente pasan a ser, en muchas ocasiones, eso, rutina. A veces, y para muchas personas, son las desgracias y los palos que nos da la vida lo que nos hacen reaccionar y ver el verdadero valor que tiene la vida. En cuántas ocasiones no se nos pasa por la cabeza la siguiente pregunta cuando algo se escapa de nuestra comprensión lógica: «Por qué me está pasando esto». Pero no hemos venido a la vida para entenderla, sino para vivirla con lo malo y si somos inteligentes, exprimiendo al máximo lo bueno.

      Todas estas cosas y más volaban por la cabeza de Julia en el viaje de camino a casa. ¿Lo estaré haciendo bien con mis hijos? ¿Con mi padre? ¿Debería seguir con Ginés? No paraba de preguntarse una y otra vez , pero al igual que Roma no se construyó en un día, las respuestas,


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