Mal de muchas. Marcela Alluz

Mal de muchas - Marcela Alluz


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      Nuestra madre, sociable como siempre, ya hizo amigas en el colectivo, con lo que dejó de estar pendiente de nosotras. El sol nos recibió, un hotel pequeño, cuadras bulliciosas de gente bronceada y sonriente. A los catorce, yo estaba predispuesta a la alegría. Liviana y contenta, como mi madre de vacaciones. El primer día de playa, de arena, de agua salada y fría estremeciéndonos la espalda, queriendo que el cuerpo se dorase, y estar igual a los demás. Qué cosa la adolescencia y las ganas de no desentonar. Ser del montón, bronceadas, con ropa parecida, con la parafernalia que llevan esos años, las tobilleras de colores, un labial blanco que estaba de moda, el pelo suelto, largo, ondulado, al viento.

      A Andrés lo vi de lejos. En un grupo apartado, de los que no se metían al mar. Los que se divertían viéndonos a las mediterráneas revolcarnos con las olas, caer enarenadas y desprolijas, unas sobre otras, riéndonos a carcajadas. No recuerdo en qué momento su grupo y el mío se transformaron en uno solo grande. Sí sé que lo vi y se me paralizó el alma. Como se paraliza a los catorce años y el bautismo de un fuego temblando detrás de la garganta. Me fui acercando, avasallante, insegura, con el ruido del mar adentro de la boca. Bella, como bellas somos todas en el principio de la adolescencia, con la redondez de las frutas en los contornos. Él clavó en mí sus ojos amarillos y a partir de ahí el destino, el azar, la fuerza de gravedad, todo confluyó para que nos encontráramos. Diez días tuvimos para recorrernos con las yemas de los dedos la epidermis del alma. Todo era bello y azul, salado y premonitorio.

      Escapar de la mirada de mi madre, convencer la cautela de mi hermana, complicarla en la complicidad de escabullirme de las salidas, perderme en la multitud, aislarnos y asilarnos en esa ciudad mágica que fue para mí Mar del Plata de aquellos años.

      Y los días que se acortaban, el almanaque incorruptible que se deshojaba, y no pensar, asir la arena y su cabello, enlazar su mano y escribir en el agua la historia de un amor que sentíamos eterno, como eternos son los amores de verano.

      Desnuda entre sus manos era gota de mar yo también, con la locura del amor eterno y el desafío del deseo frente a la inmensidad del agua, no pensábamos en el tiempo y la distancia era una cinta gris y larga que no se nos cruzaba en el pensamiento. Sonaba la música en los parlantes y la playa se movía preñada de presagios que nunca se cumplieron. El mar no volvió a ser igual desde ese verano, ni el sol, ni las estrellas, ni yo misma.

      Llegó la última noche, la angustia carcomiendo la calma, las promesas, las direcciones cambiadas en servilletas de bar. La distancia abriéndose como una grieta enorme, con el puente endeble de las promesas de volver.

      Recuerdo, con la tibieza acunando la memoria, el último beso, su mirada, mis lágrimas, la despedida.

      Siempre fui trágica, dama de las camelias, Jane Eyre, Madame Bovary. Siempre. Y ahora la vida me daba una oportunidad única para desplegar mis veleidades de actriz trágica. Me volví etérea, soñadora, triste y alegre. Todo junto. Morí de felicidad y de pena con cada carta. Noches en vela, sueños ardidos, dolor de ausencia, lágrimas de sal y de mar.

      Y después, el ocaso lerdo de algunos amores. El espacio agrandándose entre cada sobre, la vida que iba girando y me llamaba a transitar la turbulenta adolescencia.

      Me olvidé, como nos olvidamos de casi todo. Pero su sombra quedó por ahí, en el altar que se coloca al primer novio, el primer beso, el primer abrazo que nos hizo contar una por una todas las estrellas.

      Andrés, el chico de la playa, el niño hombre de cabello largo y ojos profundos. El de la risa buena y las palabras dulces. Andrés, daiquiris de frutilla y música bolichera, diez días de un verano tatuado en la lengua de mis emociones.

      Y aquella que fui yo. Ardida y triste, apesadumbrada de un sol que me calcinaba la boca y con una llovizna perenne en un costado triste, donde se guardan los sueños sin cumplir.

      Y ahora, una eternidad después, dice que nos juntemos. Así, de una, sin haber vuelto a hablar desde hace tantos años. Bueno, le digo, primero porque no sé decir que no, segundo porque vive a mil kilómetros. Entro a su muro. Lo miro. Lo reconozco. Pero pienso, Y si se convirtió en un pelotudo. Lo leo. No tiene posteos de mascotas ni de autos. Es jugado políticamente y tiene buenas poesías. No se ha vuelto un burgués. Tiene barba y los ojos intactos. Su presentación de Face es: La patria es el otro. Le pregunto, No tenés miedo de verme y desilusionarte. Es una pregunta osada porque la respuesta define si se ha transformado en lo que temo. Vale la pena, contesta, tenés la misma mirada. Listo. Vuelvo a tener catorce años y desde esa edad me digo, Dale.

      Epa, dice ella cuando me ve aparecer con un vestido azul y lunares pequeños. Adónde estás yendo tan arreglada. Le cuento. Vos estás loca, grita. Y si es un demente. Los noticieros están llenos de taradas como vos que aparecen en bolsas de consorcio. No, mamá, no seas exagerada, yo lo conozco a Andrés, no es un anónimo. Me estás diciendo que hace como treinta años tomaron un café en Mar del Plata. Treinta años. Sabés todo lo que puede pasar en treinta años. Ay, vieja, no seas jodida, también yo para qué te cuento. Me contás porque debés hacerlo. Vivís acá, y mientras vivas acá, mando yo. Mamá, tengo cuarenta y tres años, vos creés en serio que un tipo me va a citar a tomar algo para asesinarme. No sé, no sé, pero te repito que es una estupidez ir a ver a un hombre que no conocés. Que no conocés, repite y levanta el dedo índice. Además, habiendo tantos tipos cerca, en tu trabajo, aquí mismo en el barrio, el hijo de Ester, por ejemplo, habiendo tantos, no, ella va a ver a un infeliz del que se enamoró a los catorce. Catorce años. Tu padre tenía razón, debo haber estado anémica en el embarazo.

      Mamá, no jodas, dejá de decir boludeces, me hacés reír, el hijo de Ester, por favor. Vive con la madre desde que nació, es raro, colecciona pájaros.

      Es sensible, dice. Y que viva con la madre no es excusa, te recuerdo que vos vivís conmigo.

      Sabés qué, no voy a renegar, te aviso nomás que salgo y que voy a llegar tarde.

      Muy bien, vaya, dice, cambiando el trato a usted, vaya, pero no te vas a llevar las llaves, tocame el timbre cuando vengas. Esta no es una casa de gente cualquiera para andar volviendo a deshora.

      Dejo las llaves sobre la mesa. Me suena el celular. Me voy, le digo, Andrés está en la puerta.

      Qué, ni siquiera va a golpear, ni va a entrar a saludar ni nada. Ay, querida, vos tenés una puntería para los novios, imbécil que anda a dos kilómetros a la redonda, en esos te fijás.

      Agarro el bolso y salgo. Antes de cerrar la puerta me dice, Vení a darme un beso al menos que yo voy a ser en última instancia a quien llamarán a reconocer el cuerpo.

      Me demoro entre la puerta cerrada y el pequeño jardín antes de la reja. Ella apagó la luz para mirar por entre las cortinas, me la imagino persignándose. Me paso la mano por el ceño fruncido, me late el corazón en la boca. Andrés se baja del auto. Está igual. Al menos yo lo veo igual. Nos abrazamos como si ayer hubiese sido el último encuentro. Vamos de aquí, le digo. Pienso que mi madre está memorizando su rostro para describirlo a la policía si me demoro. Subimos al auto. Bajamos en un lugar que él eligió y nos sentamos en una mesa al fondo. Hay mucha gente, pero todos hablan bajo y un blues suena despacio. Yo me deslizo en el aire. Tendrá idea él de cuánto he soñado este encuentro, cuánto he fantaseado con él, primero con la fiebre de la adolescencia y luego cuando me envió el mensaje y me preguntó si quería verlo.

      Sirve vino. No puedo dejar de mirarlo. Tanto tiempo. No dejamos de sonreír. Qué cosa esto del Facebook. Sí, le digo. Contame de vos, me pide. Uy, qué le digo. Que soy una solterona que vive con la madre, que soy profesora de Literatura y que escribo, pero justamente por ser docente me da pánico que otros me lean y por eso no publico nada, que engordo y adelgazo según


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