Viaja conmigo a Ítaca. Julio Marco Barroso

Viaja conmigo a Ítaca - Julio Marco Barroso


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la que colaboraba organizando outdoors para empresas.

      La tendencia natural del ser humano es volver a hacer lo que hacía hasta ese momento. Pero el aprendizaje supone un cambio y un esfuerzo. Si eres capaz de persistir y seguir fallando, un día de repente pegarás una bola de forma impresionante y, a partir de ahí, el aprendizaje será exponencial.

      Cualquier aprendizaje lleva aparejado primero un des-aprendizaje y este un sufrimiento que deberás estar dispuesto a aceptar si quieres mejorar tu desempeño.

      ¿Y qué es des-aprender?

       Soltar lo aprendido

       Hacer un esfuerzo consciente para reformular patrones establecidos. (Sustituir un hábito negativo por uno positivo es más fácil que eliminarlo)

       Dejar de hacer lo mismo de la misma manera

       Dejar atrás una manera de hacer que nos ha acompañado toda la vida (por eso es tan difícil)

      Pero, para asumir nuevas enseñanzas a veces hay que empezar por desaprender lo aprendido.

      Para llenar un vaso, primero debe estar vacío.

      Ahora bien, desaprender no es involucionar, sino todo lo contrario: es evolucionar dejando atrás lo que no es útil. Es soltar lastre para ir más rápido. Como dice Punset: «desaprender lo sabido es hoy día más importante que aprender cosas». Porque muchas de las cosas que aprendimos y que forman parte de nuestras creencias, de nuestras convicciones más profundas, hoy ya no nos sirven. En la universidad tendría que existir la asignatura del «des-aprendizaje».

      IX. tu zona de confort, El lugar menos seguro para vivir

      Desde niños nos han educado para buscar la seguridad, pero eso es cada vez más difícil. Hoy lo único seguro es el cambio. Por eso estamos siempre de los nervios.

      Antes el medicamento más vendido era la aspirina y ahora son los antidepresivos.

      Bien, pues a esa zona de seguridad que tanto buscamos, la denominamos nuestra «zona de confort». La zona de confort es lo conocido, lo seguro, lo familiar.

      Es nuestro refugio, nuestro terruño, la rutina, donde vamos tirando, donde vamos sobreviviendo. Donde hacemos lo que sabemos hacer; y lo que no sabemos, no lo hacemos. Donde vivimos tranquilamente utilizando nuestro hemisferio izquierdo, el de los automatismos.

      Ahora bien, también es nuestra zona de inmovilidad, porque si siempre haces lo que sabes hacer y nunca haces lo que no sabes, ¿crees que te vas a desarrollar mucho?

      ¿Cuál sería tu zona de confort? ¿Tu familia, tus amigos de toda la vida, el trabajo que llevas años haciendo y que controlas perfectamente…?

      El problema es que, con los años, esa zona de confort se va reduciendo cada vez más.

      En realidad, la zona de confort es el lugar menos seguro donde vivir.

      La «zona de confort» muchas veces es realmente una zona de «dis-confort» o resignación.

      ¿No conoces a personas que llevan años en trabajos donde se sienten seguros pero que les espantan, o relaciones de años de parejas que están fatal pero que piensan: «pa lo que hay por ahí», «y si luego es peor…»? Nos autojustificamos y decimos: «¡¡¡Si no estoy tan mal!!!»

      Somos de «Virgencita que me quede como estoy», de «más vale lo malo conocido…», que de conseguir la felicidad o buscar la recompensa. Por eso nos cuesta tanto salir de nuestra zona de confort.

      Un barco atracado en un puerto está seguro, pero eso no es para lo que fue creado.

      Aferrarnos a lo conocido es totalmente limitante y nos impide adentrarnos en otros espacios de descubrimiento, aprendizaje y evolución. Es decir:

      Lo contrario de vivir es no arriesgarse.

      Existe una zona más allá de la zona de confort, otra realidad posible cuando esa en la que vivimos ya no nos produce alegría ni ilusión, donde pasan las cosas mágicas y es nuestra zona de potencialidad donde utilizamos nuestro hemisferio derecho que es el de lo nuevo, lo desconocido, el aprendizaje.

      Cada vez que salimos de nuestra zona de confort, modificamos nuestra estructura cerebral.

      Prueba cosas nuevas, aprende, conoce gente, perdona, atrévete, rompe con las personas tóxicas, cambia…

      A veces hay algo o alguien (hacemos más cosas por los demás que por nosotros mismos) que nos inspira a pasar de lo conocido o a lo desconocido. Otras veces –por suerte– nos pasa que alcanzamos el «umbral máximo de dolor», tocamos fondo y decimos «¡basta ya!», «¡hasta aquí hemos llegado!», y decidimos dar un salto al vacío, romper la situación que nos tenía anclados, cortar nuestras cadenas para pasar de gusano a mariposa y descubrir una vida mucho mejor.

      La vida realmente empieza al final de nuestra zona de confort.

      Te recomiendo que escuches un podcast del programa que hago en la radio en Coaching Capital. Puedes hacerlo con ayuda de este bidi:

      X. Atrevete coño

      En la radio utilizo mucho la expresión «¡Atrévete coño!» Viene de una experiencia que tuve con un cliente a quien fui a ofrecer mis servicios de formación y coaching. Era el director general de la compañía y, de vez en cuando, mientras hablábamos y yo le iba proponiendo cosas, él miraba un marco de fotos que tenía enfrente. Cuando terminamos la conversación y nos estábamos despidiendo, vi que en el marco –que yo pensé que sería una foto familiar– había una frase que decía: «¡Atrévete coño!» Entonces no pude contener la curiosidad y le dije sonriendo: «¿Y esa frase?», a lo que él respondió: «Verás Julio, hace no mucho tiempo yo era el director financiero de esta compañía y como tal siempre traspasaba las decisiones importantes a mi jefe. Pero cuando me hicieron director general ya no podía hacer eso y un coach me recomendó crearme ese anclaje. Y cada vez que tengo que tomar una decisión, lo miro y la tomo, porque si hay algo que no puedo hacer en mi nuevo puesto es no atreverme a tomar decisiones. A mí me funciona y además cada vez me cuesta menos hacerlo. Y soy mucho mejor tomándolas de lo que yo creía».

      O sea, que ya sabes, aplícate el cuento y «¡Atrévete coño!» o, como diría Guy Kawasaki: «¡Aunque tenga miedo, hágalo!»

      Hace años, Elizabeth Ross, en varios de los principales hospitales americanos, preguntó a los enfermos en su lecho de muerte de qué se arrepentían más en sus vidas. Y la contestación, en la mayoría de los casos, fue, no de no haber conseguido cosas materiales, una gran casa, un coche, mucho dinero; no de haberse equivocado en lo que habían hecho, sino que la mayoría se arrepentía… de lo que no había hecho. La mayoría se arrepentía de no haberse atrevido y arriesgado más.

      Y es que el mayor enemigo del éxito está en el conformismo.

      Lo vas a ver muy claro con la historia de la vaca que puedes descargarte con la ayuda de este bidi:

      Ahora piensa que todos tenemos una vaca que nos permite sobrevivir. Que nos ancla a nuestra zona de confort y nos permite ir tirando, pero que a la vez nos impide desarrollarnos y crecer. Que nos ata a una vida confortable pero mediocre.

      ¿Has pensado cuál es tu vaca?

      Por lo tanto mi consejo es: encuentra tu vaca, y ¡mátala!

      XI. Cambia, Todo cambia

      Cambios, cambios y más cambios. El mundo está en estado de cambio permanente. La vida es cambio. Las células de nuestro cuerpo se renuevan totalmente cada siete años. Hoy el cambio es la norma, por lo que es necesario reinventarse para crecer y no estancarse.

      Y, entonces…


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