Entre justicia y tiempo. Victor P. Unda
pasado.
Yo no pude quedarme callada, tenía que contarle qué había ocurrido y lo que había tratado de hacer cuando la arrestaron. En silencio, Victor me escuchó, y por las lágrimas, que no paraban de caer en su cara, no pudo decir ninguna palabra. Fue como un silencio agudo, similar al que uno siente cuando estás a solas en el medio del bosque más oscuro de la zona. Y sus ojos que se encontraban extraviados después que le conté toda la historia.
Victor
Cuando estaba un poco más calmado, la Clotilde no se separó de mí, ya que estaba en estado de shock por lo que había ocurrido, entre lágrimas y un sentimiento de odio por estos pelotudos que dispararon a mi madre a quemarropa, corrían en mi cabeza esas imágenes de ella, y en cada escena la visualicé parada con las manos atadas enfrente de un pelotón de fusilamiento. Esas imágenes causaron en mí un sentimiento de venganza y, al mismo tiempo, detrimento.
Esperamos en la sala contigua mientras los médicos trataban de salvarla. Cada minuto que corría era crucial, y ella no salía, estaba completamente alarmado hasta que el doctor a cargo nos da la noticia.
—Traté muchas veces de revivirla, pero su cuerpo no pudo reaccionar, tuvimos que dejarla ir —dijo el médico.
En ese instante, los hombres de la embajada comenzaban a aparecer con mi padre detrás de él. Me abrazó tan fuerte que no me dejó ir, nunca lo había visto de esa forma.
En silencio, los dos nos quedamos abrazados por algunos segundos. No supe qué decir, el mundo se me había caído encima. Madrid no era lo mismo, y menos sin la mama, pensé en mi cabeza.
Cuando salimos del lugar, no podía dejar de sentir el olor a gladiolos, no sabía cómo sacarme de mis narices esa idea de que la mama había pasado al patio de los callados. Mi padre, sin dejarla en la morgue, realizó todos los preparativos del funeral lo mas rápido posible, pero decidió enviar el cuerpo de mi madre a California y realizar una pequeña ceremonia en España antes de que la pusieran en el cargo de la nave. Él insistió que fuera con él y me quedara, pero yo no quería, ya que estaba abrumado por todo lo que estaba pasando. Además, la abuela se había ido y mi padre era lo único que me quedaba, en realidad no tenía a dónde ir. Yo preferí quedarme en Madrid con las hijas del embajador. Eso tranquilizó a mi padre, pero con la muerte de mi madre lo distanció y lo destruyó por completo, tanto, que se olvidó de mí. En realidad, los dos nos alejamos, cosa que no quería que ocurriera, al contrario, quería que él estuviera conmigo o, por último, cambiar nuestras vidas, podría haber sido lo correcto. Pero nada, su vida estaba muy ocupada, había otros problemas más graves que él tenía que atender y que dificultó mantener una relación cerca conmigo.
Después de varios días sin verlo, decidió saber cómo estaba. En una sala de la embajada nos sentamos para conversar y, sin darle un descanso a lo que había pasado, obstinado de lo que quería hacer, me dijo que era necesario que me fuera del país, que las cosas en Madrid iban a explotar, drásticamente.
—No quiero ir a ninguna parte, quiero quedarme contigo —le dije. Aunque él insistió en lo difícil que sería estar sin la mama, especialmente cuando los rebeldes avanzaban hacia Madrid, que insistió en que era muy peligroso quedarse.
—Las cosas se pondrán más duras —afirmó mi padre.
—No me importa —volví a responder.
De inmediato nos dirigimos a ver el embajador estadounidense que estaba en la otra sala contigua para pedirle que yo me quedara con ellos. Woods, y sus hijas, casi de la misma edad que yo, pasaban la mayoría de mi tiempo con Sara y Jazmín. Íbamos al mismo colegio privado, pero con otros apellidos para que no los identificaran.
Minutos más tarde, mi padre terminó de hablar con John, aceptando en que yo debería de quedarme con ellos, pero si las cosas se ponían difíciles, tenía que tomar el primer avión a Estados Unidos. Ese fue el acuerdo que Rick concordó con él.
Al final de todo, estaba protegido, y eso fue lo que mi padre esperaba o, por lo menos, fue eso que lo tranquilizó. Con el tiempo, entendí que su decisión fue la correcta. Mi único deseo fue vivir una vida diferente a esa y compartirla con él, pero esto nunca pasó.
Todavía tengo recuerdos de California, él y yo jugando al fútbol americano. Esas hermosas imágenes de júbilo, que no las quería dejar ir, comenzaban a desaparecer en el ambiente donde estaba. Aunque deseaba que estuvieran siempre conmigo, pero no podía contenerlas por mucho tiempo, sabía que tenía que dejarlas ir tarde o temprano. Esto se debió al crecimiento de mi carácter personal, ya más maduro que antes, estaba tomando mis propias decisiones. Al parecer, mi padre lo presentía, y creo que por eso no insistió mucho en persuadirme para salir del país.
Sin duda, California fue mi cuna, ya que no era fanático de Nueva York. Otra vida, donde me enteré por primera vez del verdadero trabajo de mi padre y donde pasé momentos inolvidables con la familia, especialmente cuando la abuela estaba viva.
Meses más tarde, cuando su ausencia era más extensa por sus misiones que tenía que atender, comencé a olvidarme de su propia cara; solo podía visualizar algunos rasgos de su rostro o cómo me trataba. Esto generó en mí una angustia hasta que un día caí en una depresión, traté muchas veces de no pensar mucho en la muerte de mi madre, pero el desánimo que crecía en mí no paraba. John trató muchas veces de alentarme cuando estábamos en la mesa comiendo, pero el esfuerzo que hacía no era suficiente.
Pero, cuando tenía la oportunidad de sentarme en la mesa con mi padre, yo, desesperado, trataba de hablar con él a solas sobre las cosas que me estaban pasando, que para mí no eran fáciles de decir. Aunque, en otras ocasiones, yo trataba de actuar normal, pero la distancia nos había separado mucho, él estaba también muy cerrado a escucharme, al parecer lo que le pasó a la mama lo había bloqueado por completo y solo tenía oídos para escuchar sobre lo que estaba pasando en el país.
Trate de vez en cuando mirarlo a sus ojos para saber qué estaba pasando con él, pensaba lo difícil que era su vida. La pérdida de la mama, que todavía lo torturaba y que era la razón principal de su silencio. Al parecer continuaba culpándose de todo y todavía no me miraba a los ojos, creo que él no sabía en esos momentos, o no pensó, que yo estaba ahí, vivo, a su lado. En realidad, no estaba seguro si era eso lo que él estaba pensando, quizás fue algo diferente que yo no podía describir con exactitud qué estaba ocurriendo en su cabeza.
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