Entre justicia y tiempo. Victor P. Unda
la silla. No quería que ella se sintiera mal, por eso tomé la decisión de no burlarme de ella y tomar la situación con más seriedad.
Cuando llegó mi madre a la casa, le conté lo que había pasado con la abuela, pero ella no se inmutó, dijo que no me preocupara y, antes que comenzáramos a comer, le pregunté si podía contarme algo de su madre, que había fallecido muchos años atrás en Chicago.
—No tengo muchos recuerdos de ella —dijo mi madre, casi cerrando sus ojos, como tratando de oprimir todos sus recuerdos en un rincón de su memoria.
De inmediato, me di cuenta de que no quería hablar en ese momento de su niñez, ya que su vida había sido muy diferente. Podría haber insistido para que me contara lo que le había pasado, ya que su madre, como la abuela, habían sido entregadas a diferentes familias pudientes. Yo conocía la historia por medio de mi abuela y mi padre, pero nunca supe la historia de la abuela por parte de mi madre. Yo me había enterado hace mucho tiempo atrás, en una de las conversaciones secretas con mi padre, que la abuela todavía guardaba un rencor por la Coto antes de fallecer, llevándose a la tumba esa saña en contra de ella por esa mujer. De la misma forma, mi madre sentía rabia cuando se enteró cómo su madre había llegado a Chicago, pero nunca lo demostró con nosotros. Realmente no pude imaginar cómo ella se sentía por dentro, cosa que no iba a insistir en preguntarle.
A pesar de lo poco que he escuchado de la abuela, mi madre la ayudaba en la casa del patrón, no tuvo otra alternaba que limitar su vida a las cosas que una joven a su edad podría haber estado haciendo. En realidad, ya me había expresado lo molesto que estaba por todo lo que le había pasado, ya que toda la niñez se le había ido a la cresta.
Sé que, a sus quince años, ella había cambiado mucho, veía el mundo con otros ojos, diferente a los que su propia madre conocía, después de todo, mi padre se fue con ella años más tarde y su vida cambió drásticamente. Yo creo que eso la puso feliz, ya que por primera vez sentía que alguien se preocupaba por ella, en realidad no quería terminar como su madre, deseaba formar su propia familia y salir de esa casona de sus patrones que, en ocasiones, se sentía prisionera. Pero eso fue hace mucho tiempo atrás, la vida que llevamos ahora, otros objetivos, otra economía que, de alguna forma, puso a mi madre devuelta a trabajar en el mismo rubro que tenía.
Por otra parte, la abuela, madre de mi padre, también fue diferente para ella salir de Puerto Rico a Chicago, y más en las condiciones como se vivía en ese tiempo. No pude imaginar lo difícil que fue o lo triste que ella estuvo y cómo sus propios derechos de libertad habían sido violados también.
En la mesa, mi madre trató de cambiar de tema y me dijo que el Empire State había sido terminado, uno de los edificios más grandes de Nueva York. Nunca olvidaré ese día, marzo 1, 1931. También había escuchado rumores de que comenzarían a rodar la película King Kong. Expresé con felicidad en esos momentos, tratando de darle a conocer a mi madre el deseo de ir al cine. A pesar de la distracción, insistí y le pregunté con más seriedad sobre la abuela.
Finalmente, ella se animó a contarme y me dijo que la abuela había sido criada por una monja, pero era una de las más malas del convento, allá en Puerto Rico, dijo con una cara y tono de voz que me dejó tembloroso. A veces, se arrancaba de la casa para ver a un chico que la estaba persiguiendo desde hacía mucho tiempo. Creo que quería casarse con ella, pero con el tiempo ese plan cambió, ya que no tenía suficiente edad para decidir por sí sola. La bisabuela, que se cansó de cuidarla, la dejó en las manos de la Coto, esta monja que más tarde entregó a la abuela a la familia en Chicago.
—Hijo, creo que te mencioné el nombre, yo trabajé ahí también, con la familia Frederick Maxwell —dijo mi madre.
—Mom, ¿qué pasó con el abuelo? —pregunté, pero ella no contestó. Creo que tenía mucho que decir de él cuando estaba viviendo en Chicago. Sabía que había fallecido en un tiroteo a un banco, estaba esperando en la cola para retirar dinero cuando un grupo de asaltantes entran al lugar bruscamente, todos fueron forzados a acostarse en el piso boca abajo, pero la situación se tornó difícil y comenzaron a disparar. Un proyectil le llegó al abuelo y de inmediato falleció en el lugar. Pero esta historia, que ya la conocía, era muy similar a las historias que había escuchado de otros amigos. Esto me causó curiosidad y extrañez, ya que mi madre nunca dijo nada al respecto, al parecer no quería hablar mucho del asunto. Por supuesto, esto me pareció extraño, ya que era el abuelo de quien estábamos hablando, pero también tenía la idea de lo doloroso que pudo haber sido al perderlo, y quizás esa fue la razón de su silencio.
En esos momentos me atreví a preguntarle si fue feliz en esa casa cuando la abuela estaba viva. Solo movió su cabeza expresando que sí, al parecer no guardaba ningún sentimiento negativo de ella, por el contrario, estaba descontenta por haberse dado cuenta de que no era su casa. Su reacción me causó tristeza al verla de esa manera y, desde esa pequeña distancia antes de levantarse de la mesa, me dijo que quería ir a descansar. Yo no la detuve y le dije que la amaba, ella me abrazó y me dio un beso en la cabeza antes de dirigirse a su recámara.
Para mí era muy difícil creer lo que le había pasado, esto se debía a que vivíamos otros tiempos, diferentes a los de Puerto Rico o a los de Chicago, donde el periódico local publicaba cada día la muerte de alguien y donde el negocio de la funeraria hacía su fortuna. Pero en esos momentos pensé cómo habría sido la vida de ella a los diecisiete años, cuando pasaba todo el día en la casa de los patrones ayudando a su madre a limpiar.
Recuerdo que en la mayoría de las ocasiones ella había expresado una gran felicidad por haberse casado con mi padre y, en especial, cuando se decidió en iniciar una nueva vida en California, decisión de la que nunca se arrepintió.
My father había nacido en Chicago, donde las mafias y otros grupos corruptos trataban de controlar las calles y los negocios, deferente a la vida que tenía en California. Su principal trabajo era de camionero, creo que transportaba diferentes productos comestibles, en especial a California, donde la historia de mi vida comenzó.
A pesar de que los dos estaban muy ocupados, yo pase más tiempo con él que con mi madre. Pero sobre su pasado no sé mucho, en realidad nunca le pregunté. Lo único que sé es que él trabajaba mucho, y la abuela, la madre de Rick, fue la conexión más cercana que tuve con mi padre. Quizás no tenía razones en preguntarle nada más, ya que la abuela se encargaba de alimentarme de las cosas que él hacía cuando era joven.
Ya era tarde, la mamá y la abuela estaban en la cama, y seguramente en el segundo sueño. Cuando terminé de lavar la loza, de inmediato me dirigí a mi habitación y, acostado, escuché a mi vecino trabajar con su máquina de coser.
—Estas murallas de mierda que no protegen nada, en realidad, si me tiro un peo, es muy posible que el vecino me escuche —dije en voz baja y agregué, pero con exageración—. Cómo serán de delgadas las murallas. Bueno, qué se le va a hacer, me imagino que el vecino estaba tratando de terminar las gorras de lana que venden en la esquina a una cuadra donde vivíamos, entre la calle Boston y Clarkson.
Esa noche no pude dormir muy bien, en realidad solo logré cerrar mis ojos algunas veces hasta que las primeras señales de luz que provenían de la ventana comenzaban a entrar al cuarto. Estaba muy frío, mis huesos y mis pies estaban entumecidos, la temperatura había bajado demasiado esa noche.
—Olvidé poner más leña en la chimenea —dije en voz baja. Pero, con las cenizas que todavía estaban tibias, pude de inmediato colocar algunos leños encima de ellos para que comenzara a tomar más fuerza, el resultado fue notable, el fuego se levantó rápidamente.
—Chico, chico, ¿por qué esta tan frío? Te olvidaste poner leña al fuego —gritó la abuela cuando camina en dirección a la cocina.
—Ya está, abuela, no te preocupes, creo que la noche anterior fue muy helada —respondí, con mis dientes juntos.
—Pero, chico, está muy frío —volvió a decir la abuela. Al parecer se había disgustado un poco.
—Ya, abuela, el lugar va a calentarse rápido. Tienes que esperar un poco —volví a responder, pero con más seguridad.
Cuando