Entre justicia y tiempo. Victor P. Unda

Entre justicia y tiempo - Victor P. Unda


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en ese estado no se pensaba mucho de eso, pero aquí era otro mundo, muy marcado y divido por las culturas. En otras ocasiones me cuestioné la pregunta al reconocer que Puerto Rico había sido colonizado por Estados Unidos. Esto a veces causaba descontento en algunas personas, y nunca entendí por qué tanta división, en especial cuando un cierto grupo de gente se esforzaba en demostrar tal discordia. Yo sabía que la abuela de mi madre era puertorriqueña, y la bisabuela también, que había vivido casi toda su vida con la familia Frederick Maxwell en Chicago. Pero esto no sucedió por voluntad de ellos, fue una imposición que se vivía en esos tiempos, una vida muy difícil y complicada.

      Mi curiosidad por saber más de la cultura en Brooklyn me animó a leer a James Sledd, sí, a mi edad es muy posible que no lo entendiera por completo. Pero me atrajo la idea cuando habla libremente sobre retórica y composición, una de las áreas que comencé a ver con más interés muchos años más tarde. Con el tiempo, dejé de interesarme en ese tema, fue difícil de entender desde mi perspectiva o posición donde estaba, yo no tenía la menor idea de qué estaba pasando, y aún menos podría pensar que mi identidad como persona estaba influenciada significativamente por el lenguaje. Podría mencionar a Joshua Fishman, que hablaba mucho sobre la identidad cultural, que es influenciada por la lengua y la cultura. Me imagino que mi interés por las ideas de Fishman se debía a que en mi casa se hablaba también español. Pero ese no era el único factor, ya que, con el tiempo, hablar elocuente el inglés no era suficiente para convencer a los revoltosos que te etiquetaban como si fueras un animal, sino más bien era por el color de mi piel y por mi estatura por lo que pasaba a ser encasillado como un latino, cosa que me sorprendió bastante, eso sin tocar el tema de la discriminación, que también sentí. Pero yo era muy joven para entender todas esas cosas que estaban pasando enfrente de mis ojos. Había eventos que el país estaba atravesando y otras preocupaciones más grandes, como la guerra. La gente comenzaba a hablar que la recesión había golpeado el país, y otros estaban convencidos que se estaba recuperando, pero la mayoría de los americanos no estaban muy optimistas. Cuando la guerra llegó a su fin en 1929, la producción industrial se desplomó, creando un desempleo muy alto, pero eso no fue todo, la crisis afectó en los bancos y en el mercado de valores. Todo estaba revuelto como una sopa de letras, hasta el presidente Roosevelt declaró un feriado bancario. Recuerdo que la gente estaba muy asustada, aunque mi familia, de alguna forma, sobrevivimos a esa tempestad.

      Con la situación económica que el país estaba viviendo, nosotros éramos afortunados en que mi padre estuviera trabajando. Él pasaba casi la mitad del día en la tienda de abajo, la otra mitad, no tenía la menor idea qué hacía. En alguna ocasión le pregunté, pero él esquivó la pregunta. Ahora que recuerdo, me pareció muy extraño su actitud. Quizás se vio avergonzado por su trabajo. Espero que no y, por la mañana, antes de salir de la casa, le dije lo orgulloso que me sentía por él. Le di las gracias por todo lo que estaba haciendo por la familia.

      Casi a mediados del día, el director de la escuela nos despachó temprano, había recibido una indicación de que dos estudiantes portaban armas de fuego. Estaba relacionado a una venganza entre dos bandos, cosa que era muy común escuchar. Esa mañana, cuando mi jornada acabó, de inmediato me fui a la casa.

      —¿Eres tú, hijo? —preguntó mi abuela.

      —Sí, nos despacharon temprano —le respondí a la abuela, que estaba en su recámara esperando que el restaurante de abajo abriera sus puertas para ir a comer. Creo que el papa estaba ya ahí, con el señor Saavedra, trabajando, como siempre.

      En mi cama, acostado por algunos segundos, escuché algunos clientes hablar alto, al parecer la cocina había abierto sus puertas para el público. Desde el segundo piso podía sentir el aroma a comida, que era señal para ir a comer, cosa que ya lo habíamos hablado con mi padre antes.

      —Abuela, ¿estás lista? Tengo hambre, abuela, apúrate —dije impaciente.

      —Ya voy, ya voy, hijo, espera un poco, que no estoy para estos trotes —dijo la abuela cuando trataba de salir de su cuarto para bajar al restaurante.

      Para mí, no era solamente un almuerzo, también tenía ganas de ver a mi padre, era un momento especial para mí, tenía la oportunidad de hablar cualquier cosa con él. Aunque en ocasiones the school me mantenía ocupado. Mi padre era todo para mí, a pesar de lo ocupado que estaba, nunca perdimos esa conexión entre padre y hijo, con excepción cuando viajaba afuera del estado, pero yo trataba de mantenerme ocupado con la abuela, por ello estaba agradecido, ya que el horario de mi madre en su trabajo era mucho más riguroso.

      La familia y el secreto de Rick

      El abuelo Guillermo era un ligón, ya que le gustaba a cada mujer que pasaba enfrente de él. Hasta que un día la abuela se aburrió y la suerte del abuelo se acabó cuando el pícaro fue descubierto con otra mujer. La abuela, que no iba a permitir que esto pasara más, lo dejó ir. Pensó que si Guillermo no estaba interesado en continuar más con ella, no había razón alguna para seguir su relación. A pesar de su decisión, al comienzo de su separación causó momentos muy tristes y difíciles en la vida de ella, pero con el tiempo pudo sostenerse sola, comenzar a vivir de nuevo. De a poco, esos recuerdos que tenía de él desaparecían de su cabeza, hasta que un día ese peso que sentía en sus hombros comenzó a disminuir.

      Hoy la veo con otros ojos, una mujer honesta y muy apegada a sus principios tradicionales que había aprendido con su madre, cosa que vi similitudes en mi padre. Los dos pasábamos cantidad de tiempo juntos y, en muchas ocasiones, nos entretenemos jugando a los naipes, cuando mis padres no estaban en la casa. A veces, hacía trampa, yo creo que ella lo sabía, y me dejaba ganar. Fueron memorias claras que se quedaron en mi cabeza, cuando en otros momentos de relajo, cerca de la chimenea, los dos jugábamos con lápiz y papel, Battleships o Sea Battle. En el medio de la distracción, la abuela me contaba algunas historias, pero esa tarde comenzó a hablar sobre RMS Titanic, una desgracia que New York trató de superar. Incluso la abuela tenía amigos que habían tomado ese buque. Se había estimado que más de la mitad de las casualidades habían fallecido.

      En cuanto a mi padre, Rick tenía dos trabajos, el trabajo con el señor Saavedra, y la verdad es que no sabía cuál era el otro trabajo, pero lo veía a él salir de casa durante varios días, me imaginé que era su segundo trabajo, cosa que estaba acostumbrado, ya que ocurría lo mismo en California. A veces pasaban semanas sin verlo, yo creo que, si la abuela no hubiera estado ahí, no sé qué podría haber pasado con mi vida, ya que mi madre pasaba casi todo el día trabajando para algunas familias pudientes en el Midtown of Manhattan.

      Como es costumbre, nos reuníamos para el almuerzo y, cuando mi padre tenía tiempo, traía la comida para estar con nosotros, pero ese día no pudo. Éramos yo y la abuela María los únicos en la casa ese día, habíamos comenzado a comer un poco más tarde que de costumbre, siempre teníamos un tema para conversar, pero esta vez me preocupó escucharla hablar de cosas que nunca había oído antes.

      —Bombón, ¿sabes que mi hijo trabajó para el Gobierno? —dijo la abuela.

      —Imposible, abuela, ¿de qué me estás hablando? —De inmediato me puse a reír. Of course, no la creí, en toda mi vida nunca vi a Rick con nadie del gobierno. Yo le discutí que su hijo no estaba trabajando para esa gente, para mí era imposible pensar una cosa así. «Si fuera así, estaríamos viviendo en otro lugar», dije en voz baja sin dejar que ella se diera cuenta de que estaba siendo sarcástico. Pero mi voz fue muy respetuosa, no quería que la abuela se enojara conmigo, al parecer solo quería que conversábamos de algo en la mesa, y por eso pensé que ella estaba bromeando. A veces decía tonterías, pero esto se debía a su estado mental, que en ocasiones no estaba muy bien. Mi padre me advirtió de esto, y con más razón traté de tomar con calma la situación. Aunque, si se agravaba, tenía que hablar con mi madre.

      La abuela insistió en que sus misiones eran diferentes, y que su trabajo con el señor Saavedra se debía solamente a hacer creer que él no era un agente.

      —It is his cover —volvió a decir la abuela, con esos ojos saltones y una voz sedosa.

      En esos momentos volví a reír, pero esta vez más fuerte, yo pensé que la abuela estaba bromeando y tratando de tomarme el pelo, pero


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