Entre justicia y tiempo. Victor P. Unda

Entre justicia y tiempo - Victor P. Unda


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a la gente caminar desde un lado al otro, al parecer muy ocupados, y otras damas de la sociedad alta con sus vestidos largos y lujosas joyas que lucían en el lugar. Sentada, no dejaba de mirar a todos e imaginar que algún día podría vivir de la misma forma que ellos.

      Durante la noche, se encerraba en su cuarto para leer y estudiar el idioma, pero una noche, cuando el ruido y las carcajadas de los amigos de los patrones la distrajeron, decidió ir a la cocina. El ruido en la sala generó curiosidad en saber quién estaba ahí y qué estaba pasando. Desde la distancia, podía ver los invitados disfrutaban de la vida, siempre pensó que la gente con dinero no tenía nada que preocuparse, que solo pasaban sus vidas gozando al máximo, cosa que ella tenía las mismas ganas de hacerlo.

      En la cocina, cuando Ángela se preparaba una taza de té de hierbas antes de irse a dormir, aunque con esa bulla lo dudaba, alguien la detuvo antes de salir del lugar.

      —¿Quién es usted? —preguntó un hombre alto de ojos azules, que había irrumpido en la cocina para servirse más trago.

      —Soy Ángela. Trabajo aquí.

      —Mmm, no te había visto antes —volvió hablar el hombre sin nombre—. ¿Quieres un whiskey? —le preguntó sin demora, y ella no se resistió. Pensó que podría también disfrutar la vida y, como estaba de franco, no se negó en aceptar.

      —Toma, toma más, hasta que la noche se termine. Si tus patrones se enteran… yo les diré que fue mi culpa —insistió el hombre, riéndose de cómo ella tomaba el vaso y sin pausa.

      —¿Cuál es su nombre? —preguntó Ángela, cuando volvía a poner su vaso en la boca y mirándolo entre ojos.

      —Me dicen Johnny —respondió sin retraso—. ¿Estás bien? Tenga cuidado con ese vaso, el licor es muy fuerte en la casa de tus patrones —dijo Johnny, cuando trataba de ayudarla a mantenerse de pie. Después de haber tomado dos copas, ella ya se sentía mareada, nunca pensó que la afectaría tan rápido.

      —Estoy bien, deme otra copa, hoy es mi día libre, tomaré hasta caer muerta —dijo Ángela, como bromeando.

      —¿De dónde vienes? Tu acento me parece conocido —dijo Johnny.

      —Soy originaria de Puerto Rico —contestó ella.

      —Yo hablo un poco de español, también tengo descendientes españoles, por parte de mis bisabuelos —dijo Johnny, pero su inglés era perfecto y con un acento dutch que Ángela no había escuchado nunca.

      En ese momento, Johnny se dio cuenta de que Ángela no estaba en condiciones de seguir tomando, y le dijo que parara de tomar. De inmediato, le preguntó si necesitaba ayuda para llegar a su habitación.

      —¿Quieres que te ayude? Creo que no estás acostumbrada a tomar de esa manera —dijo Johnny.

      —No, no, yo puedo sola —dijo Ángela, tratando de salir de la cocina directo a su cuarto.

      —Yo la ayudo —insistió Johnny, después de verla casi caerse en la cocina y, con el brazo derecho, puso su brazo izquierdo en su hombro para ayudarla a llegar a su cuarto.

      En el lugar, en frente de su dormitorio, él la beso y, sin darse cuenta, entre besos, caricias y abrazos, terminaron en la cama hasta el día siguiente. Por la mañana, el joven se dio cuenta de la vesania que había hecho la noche anterior y, sin resistencia, salió del cuarto sin dejar que Ángela se despertara.

      Semanas más tarde, ella no quería hablar sobre la noche anterior ni contarles a las otros jóvenes que trabajaban para el señor de la casa, pero algunos de ellos comenzaron a hablar a las espaldas de ella cuando vieron al joven Johnny salir del cuarto esa mañana. Aunque nadie se atrevió a decir nada o contarle al patrón qué habían visto esa mañana.

      Al parecer, la rutina y las mismas tareas que ella realizaba en la casa comenzaban a aburrirla, de igual manera el resto de la certidumbre comenzó a olvidarse del incidente, de hecho, uno de los empleados de la casa había comentado que tirarse algunas canas al aire era permisible. En realidad, en la cocina donde la mayor parte de los chismes circulaban, una empleada de limpieza se enojó tanto por haber visto cómo se burlaban de Ángela.

      —Si alguien está libre de pecado, que lance la primera piedra —dijo Nataly, pero nadie se movió y nadie dijo ninguna palabra, todo se había terminado en esos momentos, y cada uno de los empleados volvió a sus labores sin demora.

      Semana más tarde, Ángela comenzó a sentirse indispuesta, sus patrones la obligaron a que tomara un descanso para no contagiar al resto de la gente en la casa. De la misma forma, ella pensó tomarse algunos días para que su salud cambiara, pero no fue suficiente. Las molestias al estómago fueron mucho más frecuentes, cosa que la preocupó mucho, no tenía la menor idea de qué le estaba pasando, ya que nunca se había sentido de esa forma. Otro de los síntomas que no podía manejar era un mareo que era muy posible que tenía que ver con su presión alta, y una serie de vómitos que comenzó a preocuparla cuando estaba pasando mucho tiempo en el baño.

      Un poco perturbada por lo que estaba pasando, comenzó a pensar que la última vez que visitó el parque podría haber sido ahí cuando se contagió. Quizás fue una donut que comió en el lugar, pensó que podría haber sido eso, murmuraba en el baño cuando de vez en cuando ponía su cara en el retrete para vomitar.

      Su molestia comenzó a preocupar al resto de la casa, ya que todavía no se recuperaba, algunas personas que trabajan con ella pensaron que esas dolencias iban a desaparecer, pero cada vez que los días pasaban, los síntomas eran mucho peores. Estaba bastante asustada por lo que estaba pasando, ya que nunca en su vida había vivido algo parecido. En otras ocasiones su condición cambiaba, como también sus emociones que, de vez en cuando, gritaba y lloraba sin razón alguna. Hasta que un día la patrona se dio cuenta y, en el cuarto de Ángela, la señora le dijo:

      —Creo que estás embarazada —dijo la dueña de la casa, que estaba casi segura de que los síntomas que ella sentía eran porque estaba embarazada.

      —Señora, señora, no lo creo, imposible —Ángela le repitió una y otra vez, cosa que esa noticia le provocó pánico al escuchar esa estupidez. En el medio de todas esas emociones, comenzó a recordar el día que se había ido al cuarto con ese joven, después de que el alcohol se subiera a su cabeza. Pensó que nada había pasado, pero en esos segundos comenzó a dudar de sí misma, creyó que había sido un sueño, después de todo, solo había tomado unas cuantas copas de alcohol con él y nada más. Pero algunas imágenes más notorias comenzaban a parecer en su cabeza y de a poco se daba cuenta en el embrollo en el que estaba, aunque todavía refutaba lo que había pasado.

      Los patrones tomaron carta en el asunto y, sin retraso, después de que el doctor de la familia confirmara lo que habían predicho, la patrona Elisabeth prometió encargarse de todo. Ángela hizo caso a todas esas demandas e instrucciones para no causar un escándalo en sus círculos de amistades. Después de todo, este tipo de follón no querían que saliera de la casa y, por esa sencilla razón, prefirieron mantener todo detrás de esas puertas. Además, no estaba en condiciones de decidir nada en esos momentos, estaba bastante desorientada, no tenía otra opción, ya que un sentimiento de preocupación había invadido su cuerpo por completo.

      Con el transcurso de los meses, Ángela dio a luz a Angelina. Al principio fue muy difícil para ella cuidarla pero, con el tiempo, los dueños de la casa se habían encariñado con ella, cosa que nunca Ángela hubiera esperado, ya que eran muy reacios a distanciarse de la servidumbre. Cuando la pequeña comenzaba a caminar y a correr en esos largos pasillos de la casa, todos la veían crecer en ese lugar y, con más razón, cada uno de los empleados también se encariñaban con ella.

      La casa había tomado luz al escuchar a Angelina cantar o jugar de vez en cuando en los pasillos, que ayudó a revivir en la servidumbre el silencio y la formalidad, que en ocasiones era deprimente. De a poco, los patrones se habían enamorado de su terneza, cosa que no les impidió en protegerla también y Ángela, que no iba a parar en consentirla, nunca se negó. A pesar de las buenas acciones de los dueños de la casa, ella pensó que su hija tenía que saber mantener su lugar, ya que en


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