Cazador de narcos. Derzu Kazak

Cazador de narcos - Derzu Kazak


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fue la base de su plan. Se basaba en sus estudios. La National Science Foundation de los Estados Unidos determinaba que el factor de crecimiento se debía a la innovación tecnológica. Él la aplicaba.

      La comercialización fue al estilo “japonés”: planes de publicidad subliminales. Presentación excelente, en las formas más vistosas y llamativas. Vendía la droga fraccionada en sus propias plantas, en sobres con forma de mariposas, barcos, mujeres, animales de las series de Walt Disney y otros ya famosos. Papeles dorados y plateados. Letras con hologramas láser que certificaran su procedencia. Envases de una dosis, de diez o de veinte dosis, cerrados al vacío que decían: “Calidad garantizada. Envasado en origen”. Otros con el kit de aplicación incluido. Horóscopos de la suerte y mil formas de enganchar clientes por las buenas o por las malas. Dentro de algunos sobres, catalogados como de lujo, se podía encontrar una especie de lotería por la que se reintegraban fuertes sumas de dinero.

      Su imaginación no tenía límites.

      Proporcionó mezclas suaves, medias, fuertes y extrafuertes. Parecía que vendía café o champagne. Pero lograba vender, sin reclamos, drogas “suaves” que no eran otra cosa que diluidas, al precio de las puras.

      Las ganancias aumentaron geométricamente. Un río de dinero corría entre sus manos. Era el manager más importante del mundo en ese aspecto. El director general de una empresa que no cotizaba en bolsa. Ni tenía acciones. Ni pagaba impuestos. Una empresa que legalmente no existía. Una empresa sin nombre...

      Demostró su capacidad al organizar a los plantadores de coca en Perú y Bolivia: les mejoró las tierras con abonos adecuados a cada zona. Utilizó la ingeniería genética para aumentar la calidad de los cocales, buscando mayor concentración de alcaloides. Garantizó la compra de toda la producción de coca de Bolivia, Perú y las otras plantaciones menores.

      Era famoso por el cumplimiento a rajatabla de sus promesas y sus pagos al contado en dólares billete. Siempre pagaba más de lo pactado, pero exigía lealtad plena. De lo contrario, pasaporte al infierno. En un período que él llamó de limpieza, desaparecieron todos los revoltosos.

      Comenzaba con el doctor Ocampo una era de esplendor para los Cárteles.

      Se transformó en un personaje sutil. Inaccesible. Con los mejores contactos al más alto nivel en los Estados Unidos y Latinoamérica. En su mansión comían y dormían muchos presidentes y sus ministros. Todos regresaban muy contentos con sus discretos regalos de alto valor.

      El doctor Ocampo cada día pisaba más firme. Sus únicos enemigos declarados eran los agentes de la DEA. Desde la llegada del doctor, como era conocido en su ambiente, se cerraron muchos caminos de información. Todo se hizo difícil de ver y de probar. Era un genio que no dejaba cabos sueltos.

      —Allí tenemos pintado a nuestro enemigo número uno –dijo el comandante Parker–. Es como Goliat. Invencible. Debemos encontrar un David que lo venza de un hondazo...

       Capítulo 6

      Sede de la DEA – Miami

      EL FANTÁSTICO cerebro electrónico de la DEA seguía sacando de sus entrañas todos los recuerdos que durante años había tragado sin descanso. Un alud de información era memorizada todos los días desde muchos lugares del mundo.

      Lo increíble era poder recuperarla en forma útil. De eso se ocupaba el teniente Kant. Su estilo sutil para hacer hablar el monstruo electrónico era legendario. Según él, allí estaba todo lo necesario para destruir al narcotráfico. Si no estaba en éste, estaría en otro banco de datos. Hoy no queda nada fuera de las computadoras. Lo difícil es poder usarlo en forma eficiente. Ésa era su tarea.

      —Saca a relucir lo que tengamos del Águila –pidió el comandante al teniente Kant.

      Extendieron sobre la mesa su expediente y una docena de fotografías logradas con teleobjetivos por los espías de la DEA. Era un arduo trabajo lograr cada una de ellas, similar al del fotógrafo de animales salvajes. Largas esperas en silencio y la mayoría de las veces... nada. Cada fotografía tenía un costo muy alto.

      Steward tomó una instantánea y la comparó con la obtenida del ordenador. El parecido era total. Pasó ambas fotografías a su colega Andrés Smith, mientras él revisaba las demás.

      En esos momentos el computador comenzó a entregar un largo detalle del Águila:

      Nombre: Juan Carlos García Torres. Alias: El Águila.

      Nacido en Barrancabermeja, al Noreste de Medellín. Fecha: 18 de Junio de 1952.

      Padres colombianos.

      Piloto desde los dieciocho años de diferentes aviones. Realizó y aprobó cursos con cazas militares. Abandonó el ejército. Razones: le gustaban más las acrobacias que la guerra. Piloto de líneas de turismo del Caribe y Centroamérica.

      Ningún accidente a pesar de sus arriesgadas maniobras en los circos aéreos acrobáticos.

      Domina el inglés. Colombiano a muerte. Orgulloso de su raza y de su patria.

      Su actividad es conocida por informantes desde Colombia, en forma indirecta. Comenzó con el narcotráfico desde la llegada del doctor Ocampo al poder, quizás motivado por su amistad y para poder comprar su propio avión. Un Beechcraft King Air usado, modelo 1974, que él dejó mejor que nuevo. Voló en muchas ocasiones hacia Norteamérica sin ser detectado.

      Su fidelidad, ánimo alegre, cultura y desenvolvimiento social, lo rodearon siempre de amigos.

      Uno de ellos, de su misma edad y del mismo lugar de nacimiento, era el doctor Miguel Ocampo Freedman.

      El Águila fue el piloto y amigo íntimo del doctor Ocampo mucho antes de llegar a su actual posición. Lo llevaba contratado en sus viajes de negocios y podía decirse que eran como hermanos.

      Sus familias eran vecinas y amigas. Fue algo predecible que, al llegar el doctor Ocampo al cargo de presidente del grupo de Cárteles, pasara a ser su piloto privado y secretario de extrema confianza. Era sabido que el Águila daría la vida por su amigo.

      ¿Pero, sería igual a la inversa...?

      Unos golpecitos en la puerta anunciaron la llegada del teniente William Foster. Hizo el intento de saludar, pero se frenó en seco. Con una mueca en la cara se dirigió hacia la mesa de trabajo, levantó una fotografía del Águila y preguntó muy preocupado:

      — ¿Qué hacen con las fotografías de mi amigo Alan Carreras? ¿Por qué están aquí? Acabo de acompañarlo del aeropuerto al hospital. Por eso me demoré... No pensaba que ustedes se interesaran por él. Lo conozco bien y no hizo nada malo...

      En su rostro podía leerse que era muy desagradable encontrarse con la noticia: la DEA investigaba a quien él consideraba un amigo honesto, sin líos con la justicia.

      Sus compañeros lo observaron como pensando: tan temprano y borracho... pero el comandante Parker lo miró con interés. –Teniente, identifíquelo revisando las fotos con más detenimiento. Tómese el tiempo necesario.

      El teniente repasó una fotografía detrás de otra, hasta llegar al detalle de la cara ampliada. Suspiró profundamente mientras devolvía el paquete de fotografías, aliviado.

      —Disculpen mi confusión. No es Carreras. Pero son tan parecidos que podrían confundir a sus propias mujeres.

      Se sentó tranquilamente. Su amigo no tenía problemas. –Hábleme de Carreras –le pidió el comandante.

      El teniente Foster lo miró sorprendido. ¿Qué interés podía tener la DEA en un Ingeniero en Petróleo? Pero como lo mandaba el jefe... Comenzó a resumir la vida de su amigo.

      —Alan Carreras es mi amigo desde hace muchos años. Nos conocimos en unas vacaciones que hicimos con nuestras familias, en Honolulu. Es muy buena persona, pero tuvo poca suerte. Su esposa y su hija fallecieron en un accidente de tránsito en Oklahoma, cuando él se encontraba trabajando en perforaciones petroleras del norte argentino, en Caimancito, cerca de Tartagal, si mal no recuerdo.


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