Jonathan Edwards. Harold P. Simonson
diciendo:
Es cierto que, instintivamente, nos repele ver cómo el intelecto trata a un objeto al que se encuentran vinculadas nuestras emociones y nuestros afectos como trata a cualquier otra cosa. Lo primero que hace el intelecto con un objeto es clasificarlo junto a algo más. Pero cualquier objeto que tenga un valor incalculable para nosotros, que despierte nuestra devoción, nos hace creer que es sui generis e único. Seguramente a un cangrejo le ofendería mucho oírnos clasificarlo sin disculpa alguna como un crustáceo, olvidándonos así de él. «No soy tal cosa», diría. «Soy YO MISMO, YO MISMO y nadie más»”.27
Este es exactamente el clamor expresado con la voz de Edwards, como lo expresaron las voces de los profetas hebreos, Pablo, Agustín, Pascal y Kierkegaard. John E. Smith, editor del Tratado sobre los afectos religiosos de Edwards, afirma que Edwards no era existencialista “ni siquiera forzando la imaginación”, presumiblemente en el sentido en que lo fueron esas otras grandes voces. Sin embargo, Smith admite que Edwards reconocía que un concepto de la religión que excluya la experiencia en primera persona “está condenado a perderse en las abstracciones y a perder su relevancia para la religión”.28
No tenemos que detenernos en las definiciones del existencialismo. Este término es tan difuso que apenas se lo puede abordar. Sin embargo, si usamos el término no como una filosofía sino como una manera de filosofar, vemos su aplicabilidad a Edwards, cuya forma de conocer, distinguida en función de su modo hebraico en vez de griego, refuerza la opinión de que el hombre no es una mera parte de una unidad cósmica serena ni, como declara la ciencia moderna, parte de la naturaleza, sino un ser único cuya manifestación más característica es, sin duda, “YO MISMO, YO MISMO y nadie más”. El clamor del ser humano que está solo ante Dios reverbera por todos los escritos de Edwards. Se vuelve explícito cuando, como pasaje base para uno de sus sermones, citó Ezequiel 22:14: “¿Estará firme tu corazón? ¿Serán fuertes tus manos en los días en que yo proceda contra ti?”29
Es decir, que en contraste a William James, que fijó su punto de vista fuera de la actividad que observaba, Edwards se mantuvo bien firme dentro de ella, dentro del círculo teológico de la fe. Desde el principio, James siguió los métodos de Spinoza, al que citaba respetuosamente: “Analizaré los actos y los apetitos de los hombres como si se trataran de una cuestión de líneas, planos y sólidos”.30 Por otro lado, Edwards comenzó su Tratado sobre los afectos religiosos citando no a Locke, sino 1 Pedro 1:8: “a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso”. Los verbos describen la propia actitud de Edwards. Él era un pensador cristiano, y el adjetivo supone toda la diferencia. Escribió desde dentro del sentido pleno del corazón. Su fe era como una gran catedral. Desde fuera uno no percibe ninguna gloria, ni siquiera puede imaginarla; dentro, cada rayo de luz revela una armonía de esplendores inefables. Esta metáfora, que pertenece a Hawthorne, quien la usa en El fauno de mármol (cap. 33), capta la esencia de la epistemología de Edwards. El lugar donde se hallaba determinó lo que veía y lo que conocía.
1. The Works of Jonathan Edwards, con una Memoria de Sereno E. Dwight, ed. Edward Hickman, 2 vols. (Londres: F. Wesley y A. H. Davis, 1834), I, lxxviii. A partir de este momento, las referencias a este volumen se incluirán en el texto situándolas entre paréntesis.
* (N. del T.) El Pacto del Camino Intermedio fue un estilo de membresía condicionada que adoptaron las iglesias congregacionales de la Nueva Inglaterra colonial en la década de 1660s. Estas iglesias, controladas por los puritanos, demandaban evidencia de una experiencia de conversión personal antes de conceder a una persona la membresía de la iglesia y el derecho a bautizar a sus hijos.
2. John Macquarrie, An Existentialist Theology: A Comparison of Heidegger and Bultmann (Londres: SCM Press, 1955), pp. 18-20.
3. Leon Howard, “The Mind” of Jonathan Edwards: A Reconstructed Text (Berkeley y Los Angeles: University of California Press, 1963), pp. 6-7.
4. Ibíd., p. 4.
5. Samuel Hopkins, The Life of President Edwards, en The Works of President Edwards, 8 vols. (Leeds, Inglaterra: Edward Baines, 1806-1811), I, 11.
6. Ola Elizabeth Winslow, Jonathan Edwards, 1703-1758 (Nueva York: The Macmillan Company, 1940), pp. 63-64.
7. Edwards, en Howard, pp. 36, 64, 73.
8. Ibíd., p. 45.
9. Ibíd., p. 82.
10. Ibíd., pp. 83, 84.
11. Ibíd. , p. 84 (cursivas mías).
12. The Philosophy of Jnoathan Edwards from His Private Notebooks, ed. Harvey G. Townsend (Eugene: University of Oregon Press, 1955). Para un análisis destacado del Item nº 72 de las “Misceláneas” (“IDEAS, SENTIDO DEL CORAZÓN, CONOCIMIENTO O CONVICCIÓN ESPIRITUAL, FE”), véase Perry Miller, “Jonathan Edwards on the Sense of the Heart”, Harvard Theological Review, XLI (abril de 1948), 123-145.
13. Howard, p. x; Edwards, en Howard, pp. 50, 52.
14. Perry Miller, Jonathan Edwards (Cleveland: World Publishing Company, 1959), p. 52.
15. Miller, “Jonathan Edwards on the Sense of the Heart”, Harvard Theological Review, XLI (abril de 1948), 124.
16. Ibíd.
17. Miller, Jonathan Edwards, p. 55.
18. John Locke, An Essay Concerning Human Understanding, 2 vols. (Londres: G. Offar et al., 1819), libro II, cap. I, sección 2.
19. Ibíd., II, i, 4.
20. Ibíd., II, xii, 1.
21. “En la gracia eficaz no somos meramente pasivos, pero tampoco es que Dios haga algo y nosotros el resto. Dios lo hace todo y nosotros también. Dios produce todo, y nosotros lo actuamos todo. Dios es el único autor y la única fuente; nosotros somos los actores indicados. Somos, en diversos aspectos, totalmente pasivos y totalmente activos”, Concerning Efficacious Grace, en The Works of President Edwards, 4 vols. (Nueva York: Robert Carter and Brothers, 1869), II, 581.
22. Joseph Haroutunian, revisión de Perry Miller, Jonathan Edwards, en Theology Today, VIII (enero de 1951), II, 581.
23. William James, The Varieties of Religious Experience: A Study in Human Nature (Londres: Longmans, Green, and Co., 1902), p. 2.
24. Ibíd., p. 4.
25. Ibíd., pp. 6, 22.
26. Ibíd., p. 9.
27. Ibíd.
28. John Smith, ed., Jonathan Edwards, A Treatise Concerning Religious Affections (New Haven: Yale University Press, 1959), p.46.
29. “The Future Punishment of the Wicked Unavoidable and Intolerable”, en Works, ed. Hickman, II, 78.
30. James, p. 9.
CAPÍTULO DOS
Edwards y el Gran Despertar
1. Vislumbres
Aunque empezó con Locke, Edwards no siguió la ancha calzada que conducía a David Hume, los utilitarios y Herbert Spencer. El motivo, como dijo Perry Miller, fue que era “demasiado profundo o demasiado sencillo”.1 Quizá por este mismo curioso motivo no siguió la ruta de los deístas ingleses, a pesar de que su maestro intelectual, Locke, había señalado claramente el camino en Racionabilidad del cristianismo en 1695, y John Toland lo había ampliado el año siguiente con su obra Christianity Not Mysterious (“El cristianismo no es misterioso”). Edwards se vio atraído más bien por los primeros platónicos de Cambridge, incluyendo a hombres como John Smith, John Owen y Richard Sibbes, quienes, mientras predicaban la racionabilidad de la religión, también conferían importancia al misterio que subyace en