El sol que nunca vimos. Jaime Restrepo Cuartas

El sol que nunca vimos - Jaime Restrepo Cuartas


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siquiera los jefes. Esos reglamentos sirven cuando se le hace un juicio a algún guerrillero: ahí sí se aplican con severidad y he tenido la oportunidad de ver castigar a alguno por intentar huir, sonsacar a la mujer de uno de los jefes o violar a alguna de las muchachas o, mejor dicho, porque ellas les dijeron que las habían violado. Digo esto aunque francamente creo que a Astrid no la violaron sino que a Chorro de Humo, el guerrillero que la preñó y luego huyó con ella, lo pescaron antes de que se embarcara en Buenos Aires rumbo a San Vicente del Caguán. El hombre no se dio cuenta del seguimiento que le hacían, le tenían desconfianza. A él lo acusaron de violación y de traición y por eso lo fusilaron, y a ella le quitaron los rangos y privilegios y le practicaron un aborto contra su voluntad. Pero las cosas no son como parecen ser. Todos recordamos que ella lo asediaba y fue la que lo hizo fracasar. A nosotros, conocedores del tema, no nos dejaron declarar. Yo por eso me cuido, no vaya a ser que le resulte a uno una torcida y lo meta en una novela bien preparada. Acá se le paran muchas bolas a las declaraciones de las mujeres, y como hay tan poquitas la mayoría se mantiene con ganas de ganarse el favor de alguna.

      “Sí, Chorro de Humo, el mismo negro que estuvo en el rancherío aquella vez que mi padre me entregó a la guerrilla. Allí mi taita hizo un acuerdo con ellos. Era muy joven y el rostro no se me olvidará jamás, fue él quien le puso el fusil a mi madre cuando ella quiso rescatarme. Por eso lo odié desde aquel día y como la vida nos pone siempre en circunstancias difíciles de prever, luego me arrepentí de odiarlo. Aunque pensando lo que ha pasado hoy tengo un sentimiento ambiguo, especialmente después de haberlo visto sufrir cuando ocurrió la muerte de su mujer y de su hijo.

      “Es mucho más difícil que las mujeres entren al movimiento; primero, son hogareñas y los padres tienen sobre las niñas una mayor influencia, y también hay mucha deserción una vez entran a las filas. Yo aprendí que hay que vincularlas cuando están jovencitas. En la adolescencia son desobedientes con los padres y les gusta enfrentárseles, liberarse e irse a recorrer el mundo, a tener aventuras. Sin embargo, las mujeres son más delicadas que los hombres y se aburren con facilidad de las tareas que exigen mayor fortaleza física; por eso muchas se escapan cuando quedan en embarazo y más si logran tener un hijo”.

      Jónatan cavila y siempre que piensa en alguna mujer, recuerda a Sulay. Jamás olvidará su cara.

      “Las mujeres de estos pueblos abandonados se deslumbran con los jóvenes que les coquetean cuando pasan armados recorriendo los caseríos. Ellos siempre buscan la manera de acercarse y hacerles propuestas y ellas ni lo piensan. Casi siempre se van la misma noche que les hacen alguna promesa, cualquiera que ella sea, y creo que las diferentes propuestas no importan. Así como los jóvenes se deslumbran con las armas por el poder que ellas otorgan, del mismo modo las mujeres se enamoran de los hombres que las llevan. De eso nos alegramos y cuando una mujer llega al campamento hacemos fiesta y todos queremos conocerla, ¿quién no?, y los jefes siempre les tienen consideraciones especiales; claro, ellos ni cortos ni perezosos las disfrutan primero.

      “Para lograr quedar en embarazo y tener posibilidades de que le permitieran tener a su bebé, Astrid esperó a que uno de los comandantes le hiciera propuestas. Eso ocurría cada rato con las más afortunadas. Se cuidó de no aparecer enamorada de nadie y dejó de tener sexo furtivo con los compañeros. Ellas se pueden negar a esos encuentros esporádicos y a las quisquillosas se les va cogiendo ojeriza y eso trae sus desventajas en medio de tantas situaciones adversas. Esa es una de las particularidades con las mujeres; una vez pasan por las manos de los jefes, especialmente con los guerrilleros que no tienen mujer, deben prestar un servicio obligatorio. Aquí lo llamamos ‘servicio sexual obligatorio’, como los médicos con el año rural.

      “Nosotros hacemos la solicitud ante Calixto, él es el encargado de distribuir los condones y de vez en cuando nos avisan, casi siempre de manera intempestiva, que esa noche tendremos mujer. Si no hay condones disponibles lo inducen a uno a que se eyacule afuera y se lo dicen de una manera perentoria; como quien dice, lo hacen responsable de la posibilidad de un embarazo. Uno tiene entonces tiempo de organizarse bien, bañarse y tener ropa interior limpia. Y en la hamaca, cuando la gente se está durmiendo, aparece una de ellas, cualquiera de las disponibles. Casi siempre es un encuentro rápido, solo de sexo, aunque si uno le gusta a la vieja, ella se queda ahí la noche entera y hasta lo puede hacer dos o tres veces. En ocasiones, de esos encuentros, han nacido noviazgos clandestinos, que uno disfruta como un adolescente, le toca pensar travesuras, jugar a las escondidas y corretear con ella por entre los matorrales.

      “Cuando el día señalado por el destino llegó, el comandante que esperaba a Astrid resultó de otro frente. Era nada menos que Chorro de Humo. Lo llamaban de ese modo por ser negro como el carbón y porque se perdía de vista sin dejar rastro. De noche uno sentía cuando llegaba al percibir el olor a humo, cosa que él justificaba al comentar que le gustaba soplar el fogón en la cocina. Los nuevos compañeros arribaron un amanecer para hacer un intercambio de prisioneros, lo que es común para evitar que se vayan creando ciertas amistades que se tornan peligrosas. Hay secuestrados con mucho liderazgo y a esos hay que aislarlos o se hacen amigos de un guerrillero y se traman fugas o se buscan privilegios. Casos se han visto de guerrilleras que se enamoran de soldados y se escapan con ellos, como Nadia, una niña que huyó con un soldado por los lados del río Jiguamiandó en el Urabá chocoano. En esta historia, Chorro de Humo, como buena pinta que era, entró tumbando.

      “Sin pensarlo dos veces se fue al río a ver a las viejas bañarse y allí se encontró a Astrid. Él le sonrió y ella le respondió con otra sonrisa; luego se le acercó cuando estaba lavando su ropa interior en el río. ‘Se va a poner bonita’, le dijo y ella le respondió que siempre buscaba ponerse bonita. ‘Estás sola’, le agregó. Era una pregunta obligada, entre ellos se cuidan de no tener broncas por una mujer. ‘Es mejor estar sola que mal acompañada’, le contestó y volvió a sonreírle. ‘Pero no pensarás permanecer así’, iba de una el negro. ‘Estoy esperando mi príncipe azul y –mirándolo de arriba abajo– no lo digo por el color’, así borró cualquier sospecha de racismo. ‘De pronto tu príncipe te llega de afuera’, se envalentonó Chorro de Humo. ‘Así será’, dijo ella finalmente, tomó sus prendas, las aireó un poco de una manera coqueta y se fue de regreso. Desde lejos volteó a mirar y él seguía allí, observándola con unos ojos oscuros que chispeaban con la luz del día.

      “Pasó el tiempo y ellos se seguían de lejos con las miradas, se hacían cerca el uno del otro en las horas de las comidas, se tocaban con las rodillas cuando estaban sentados, se rozaban con las puntas de los dedos, se alineaban juntos en las paradas militares, se arreglaban algún desperfecto en el uniforme, se decían cosas dulces y se hacían pequeños regalos; cosas insignificantes, claro, aunque decían mucho: una moneda antigua, considerada por ellos de la buena suerte, la fruta seca de un árbol, como una que llaman ojo de venado; una libreta para escribirse cartas y dejarse recados o poemas y hasta un escapulario de la Virgen del Carmen que los protegiera de las balas de los enemigos, como yo he sostenido que ocurre con el que me regaló mi mamá. Casos se han dado de cómo un simple pedazo de tela puede impedir que las balas hagan huecos en el cuerpo, por más fusil que las dispare. Y llegaron a compartir parte de la comida, así fuera una galleta o un pedazo de panela o una fruta que alguien se encontraba por ahí en el monte. Y como los dirigentes del otro frente se quedaron en conversaciones durante días, ella mantuvo con él un tira y afloja; que sí, que no, todo el tiempo; hasta que él, desesperado, juró amarla y prometió no dejarla nunca.

      —Ahora se va y me deja con los crespos hechos.

      —Yo me quedo –le respondió–, me encargaron de hacer el empalme.

      —¿Y eso, como cuánto tiempo es?

      —Como pueden ser dos meses, pueden ser seis o un año, uno nunca sabe.

      —¿Y si me está tomando el pelo?

      —Cómo se le ocurre si lo mío fue amor a primera vista.

      “Era el tiempo que requería Astrid para ir fraguando su futuro. Lo iba a enamorar, iba a hacer que quedara rendido a sus pies y luego lo utilizaría para sus propósitos. Que no eran malos, porque ella no era despiadada. Además el negro le gustaba; era bonito y tenía un físico para enamorar a cualquiera y en eso de enamorar a alguien tenía cierta cancha;


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