Nueva pangea. Jesús M. Cervera
con todo tipo de lujos, vicios y privilegios. La gente de esta ciudad la llamaba Las Vegas 2.0. Los edificios disponían de potentes aires acondicionados y de doble pared para evitar el calor y el bochorno, pero a pesar de tanto calor jamás se producía efecto invernadero en esta región, muy posiblemente debido a la increíble tecnología de los Dhaibukys. Mirara donde mirara, todo estaba hecho para atraer la atención y motivar el consumismo compulsivo, sobre todo para una persona que había vivido toda su vida en una calmada montaña. Poco a poco, Alexander empezó a perder la noción del tiempo debido a todos los estímulos externos que estaba viviendo en ese momento, a tal punto llegó a sobre estimularse que casi olvida que su buena amiga Marian estaba enferma, pero volvió en sí y preguntó a una persona por el hospital más próximo. Hacia allí corrió, y una vez llegó, los enfermeros salieron a la puerta de urgencias con una silla de ruedas y se llevaron a Marian hacía el interior, mientras pedían a Alexander que aguardara en la sala de espera.
Mientras tanto, en el punto más alejado de la ciudad, un extraño hombre va andando con paso tranquilo, mirada perdida, sin llegar a pestañear, realmente es un tipo extraño, muy delgado, el pelo negro y corto, patillas largas, nariz puntiaguda y, lo más importante: lengua estrecha, más estrecha de lo normal. A un agente de policía que se encuentra de servicio, le parece sospechoso, le pregunta y como no contesta, cuando se dispone a arrestarlo, se da cuenta de que no puede, le duele el pecho, está sangrando y unos segundos después se desploma. El hombre pasa por encima de su cadáver.
Para entonces ya habían asignado una habitación a Marian, que yacía en la cama, con varios goteros puestos.
El doctor César Robinson estaba hablando con Alexander.
—No se preocupe —le decía—, gracias a los avances médicos de hoy en día, un envenenamiento no es un problema para preocuparse. Por suerte y con la medicina actual que nos ha proporcionado La cúpula, tu amiga solo necesitaría descansar un par de días, unos cuantos goteros y pronto estaría bien otra vez.
Esta noticia relajó mucho a Alexander, pero pasadas unas dos horas, volvió el doctor a la habitación de Marian con la cara descompuesta y le comentó que necesitaba hablar con él, así que le acompañó fuera de la habitación, al pasillo del hospital.
—No entendemos lo que pasa, no conocemos este tipo de veneno que corre por la sangre de Marian, así que, sintiéndolo de todo el corazón, no podemos hacer nada por su amiga de momento. Esperar solo eso. Y como mucho puedo dejarla sedada para evitarle el dolor con un gotero para alimentarla.
Alexander agachó la cabeza y se quedó callado Entró en la habitación de Marian, se sentó al lado de la cama, agarró la mano de su amiga y se quedó al lado de ella hasta que se quedó dormido. Pasado un buen rato la puerta se abrió muy despacio y un hombre grandísimo y corpulento con barba entró y se acercó hasta la cama de Marian sin hacer el menor ruido. Introdujo un líquido blanco en el gotero de Marian y se fue como había entrado. A la mañana siguiente, Marian se despertó y se sentía en perfecto estado, se vistió y, con calma, se acercó a Alexander para despertarlo. Este, al abrir los ojos no pudo articular palabra por la sorpresa y cuando unos minutos después entró el doctor, también se quedó sin palabras, lo único que se le ocurrió decir fue:
—Por favor, señorita, no se ponga en pie, su estado de salud muy débil.
—Doctor, me encuentro perfectamente, así que deme el alta. Tenemos bastante prisa.
—No puedo darle el alta, así como así, aún tengo que realizarle algunas pruebas. Ayer estaba a punto de morir y hoy me dice que está genial. Como comprenderá, eso no es normal así que si no se vuelve a tumbar tendré que llamar a las enfermeras para que la seden.
Y el doctor cumplió su amenaza pues salió al pasillo y pidió ayuda a varias enfermeras para sedar a Marian, pero Marian cogió su mochila, le lanzó a Alexander la suya, se acercó y abrió la ventana de la habitación de par en par.
—¡Saltemos!
—Marian, estamos a cuatro pisos de altura.
—Vamos, Alexander, ¿cuántas cosas increíbles hemos visto en estos días? Pongámonos a prueba una vez más. —Puso el pie en el alfeizar y estiró su mano derecha en la dirección que estaba Alexander—. ¿Confiaras en mí?
Alexander la miró a los ojos y notó una descomunal confianza. Ambos saltaron sin miedo ni dudas por la ventana hasta el patio interior del hospital, aunque cuán grande fue su sorpresa cuando al levantarse del suelo, el doctor César ya estaba allí abajo esperándolos.
—Te saludo, alado, me llamo César Robinson Niju del unicornio y he venido por orden expresa a matarte, aunque primero intenté matar a tu amiguita, no sé cómo se ha salvado. De todas maneras, ahora moriréis los dos.
A pesar de haber sido amenazados, los dos amigos estaban bastante tranquilos. El doctor no impresionaba demasiado. Un hombre flaco y pequeño. Pero se lanzó sobre ellos y dio un puñetazo tan rápido que Alexander salió despedido golpeándose contra una de las paredes del hospital mientras, al mismo tiempo, daba una patada en el estómago a Marian, que salía despedida golpeándose con un banco de madera. Los dos amigos se levantaron rápidos y sus miradas se cruzaron un solo segundo, en ese miraba estaba escrita la palabra «aprender». No volverían a subestimar a nadie y menos por su físico, así que ambos se pusieron en guardia para frenar los ataques de un doctor demente, que, sin mediar palabra volvió a arremeter contra Alexander golpeándolo duramente en el pecho, confiando en que lo estamparía e nuevo contra la pared; pero, para sorpresa del doctor Alexander, soportó el golpe y lo sujetó por su bata mientras Marian aparecía por detrás y abrazaba con fuerza al doctor por la espalda y le aplicaba un suplex alemán. El doctor se levantó magullado, sangrando y con algún diente menos pero sobre todo, furioso, y comprendió lo mismo que los antiguos rivales de Marian y Alexander, que no debía tratar a los dos jóvenes como simples novatos o críos pues eran más peligrosos de lo que parecían, así que flexionó un poco las rodillas, puso los brazos pegados a su cuerpo, dio un extraño y corto alarido, y sus ojos comenzaron a cambiar de color, una especie de aura blanca empezaba a cubrir su cuerpo y un pequeño cuerno le aparecía en el centro de la frente. Este acto recordó a Alexander cuando Ruminanto hizo lo mismo y aumentó su fuerza.
—Ve con cuidado, Marian, a partir de ahora golpeara con más fuerza.
Y así fue, una vez transformado, el doctor corrió a gran velocidad delante de Marian y le clavó su recién adquirido cuerno en el hombro, y la empujó con las dos manos a la vez, para hacerla volar hasta una ventana del segundo piso del hospital. Acto seguido, se giró en busca de Alexander al cual también empujó, arrinconándolo contra la esquina y una vez allí comenzó a darle una serie de puñetazos, pero algo estaba pasando en contra de la voluntad del doctor, pues cuanto más golpeaba a Alexander, más duro se ponía el cuerpo de este y esa leve aura dorada volvía a brillar cada vez más de su cuerpo, hasta que Alexander lo agarró de la muñeca derecha con tanta fuerza que le partió la muñeca. No terminó ahí, mientras el doctor se quejaba, Alexander le propinó un tremendo puñetazo y le partió el esternón. Lo hizo volar hasta el centro del patio y antes de que se levantará, apareció Marian que cayó sobre él y le partió la rodilla derecha. Entre gritos de dolor, el doctor sacó su móvil y le dio a rellanada, Marian lo vio y de un pisotón le destrozó el teléfono. Las ventanas estaban llenas de personas mirando y grabando con el móvil, así que decidieron salir rápidamente y corrieron por calles desconocidas. Se perdieron enseguida y acabaron en un callejón en el que aguardaban cinco tipos con malas pintas. Todos con gafas de sol, vaqueros negros, botas de punta de acero, chalecos negros y pañuelos negros en la cabeza. Estaba claro que la cosa no se iba a poner bien.
—Somos los skull die y vosotros, pringaos, es mejor que nos deis todo lo que lleváis encima de valor y no os haremos daño.
Dicho esto, Alexander y Marian se miraron a los ojos nuevamente pues los dos sabían que con sus nuevas descubiertas habilidades podían destrozar a esos cinco pardillos en segundos, así que fue pensado y hecho. Alexander se lanzó sobre el que acababa de hablar que parecía el líder, pero este replicó con un puñetazo que impactó de lleno en el rostro de Alexander mientras otros dos se abalanzaban