Nueva pangea. Jesús M. Cervera

Nueva pangea - Jesús M. Cervera


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y pantallas de súper definición y lo más curioso es que a pesar de estar dentro literalmente de un tubo gigante por dentro se podía ver todo el exterior sin problemas, como si la pared solo estuviera por fuera. En el centro de esta ciudad, había un gran edificio negro, estrecho y muy alto con ventanas tintadas de negro y muchas antenas receptoras en lo más alto. Continuaron su camino hasta el parking de ese gran edificio negro central. El coche se detuvo y se abrieron las puertas, sacaron a Alexander del coche. Lo llevaron entre dos policías a un ascensor también negro al fondo del parking, entraron. Los botones no tenían números, solo puntitos y antes de que se cerrara la puerta, Alexander echó un vistazo rápido al parking para ver si podía encontrar a Marian, pero estaba claro que no la habían sacado del coche aún. Una vez se detuvo el ascensor, anduvieron un par de pasillos grises con tubos de luz a los laterales y entraron en una habitación totalmente negra con una cámara en la esquina y un gran espejo, sentaron a Alexander sobre una silla de metal sin quitarle las esposas. Cerraron la puerta y allí estuvo por lo menos quince minutos. Cuando se abrió la puerta, entró Hammer con cara seria y sin perder a Alexander de vista, se sentó delante de él y tiró sobre la mesa fotos de su pelea con el individuo del parking del área de servicio.

      —¿Quién es ese tipo y por qué os atacó?

      Pero Alexander solo guardaba silencio. Sabía que, dijera lo que dijera, nadie le creería. Después de veinte minutos de preguntas de Hammer y de incómodos silencios de Alexander, Hammer se dio cuenta que no sacaría nada en claro y decidió cambiar su estrategia, se puso en pie y fue hasta la cámara de la esquina para desconectarla y luego hizo una señal con la mano derecha al espejo para decir a toda la gente que estaba detrás que se largaran de allí inmediatamente, y acto seguido se giró a Alexander y le dijo:

      —No te equivoques, sabemos de sobra quiénes sois y esta vez sí os hemos cogido con las manos en la masa, nos aseguraremos de que esta vez no vayáis por ahí haciendo lo que os dé la gana.

      Las dudas de Alexander aumentaron. No comprendía qué pasaba, pero después de esto, Hammer volvió a conectar la cámara, cogió las fotos de la mesa y se fue de la habitación dando un portazo. Estuvo Alexander otros quince minutos esperando en esa habitación hasta que entraron varios policías y lo llevaron de nuevo al ascensor, entraron, se cerraron las puertas y, al volver a abrirse, Alexander contempló que era un piso lleno de celdas individuales con los barrotes electrificados, lo metieron en una y, al cerrarse la puerta, se abrieron las esposas, cayeron al suelo y fueron aspiradas por debajo de la puerta.

      Y allí estuvo intentando calmarse y comprender qué narices pasaba, pues en unos días había pasado de pastar ovejas a estar detenido sin motivo en una de las grandes ciudades del mundo. De pronto, escuchó un sonido electrónico y las esposas volvieron a pasar por debajo de la puerta a dentro de la celda hasta volver a sellarse en las muñecas de Alexander y en ese momento se volvió a abrir la puerta de la celda. Dos policías, con el habitual uniforme azul, le dijeron que se lo llevaban al juzgado para un juicio rápido, una modalidad que se había puesto de moda y que consistía en juzgar al supuesto culpable solo con algunas pruebas y el juramento de los policías que lo habían detenido, así que volvieron al ascensor negro y a bajar al parking, pero esta vez no subieron a un coche si no que se fueron a uno de los furgones negros a la izquierda, abrieron la puerta, sentaron a Alexander en uno de los lados y sus esposas se unieron como si fueran atraídas por un gran imán al banco de hierro en el que estaba sentado, se cerraron las puertas y el interior se quedó casi a oscuras. A los diez minutos más o menos se volvieron a abrir las puertas y, esta vez, entró Marian con varias heridas y muy mala cara, la sentaron delante de Alexander y las esposas de Marian se unieron al banco de metal donde ella estaba sentada como había pasado con las esposas que llevaba Alexander. El furgón arrancó.

      —Marian, ¿estás bien?

      Ella asintió con la cabeza y media sonrisa forzada. Al poco rato de viaje se escuchó una fuerte explosión en la calle y, acto seguido, una segunda explosión casi al lado de ellos mismos lo que hizo que volcara, se arrancaron las puertas del furgón de golpe y se encontraron ni más ni menos que con el tipo de gafas del área de servicio que sacó de su bolsillo un pequeño mando gris y, al pulsarlo, las esposas se separaron del asiento y se abrieron para dejarlos libres.

      —Venid conmigo si queréis sobrevivir, vosotros decidís.

      Los dos amigos salieron del furgón y siguieron al hombre de gafas hasta un callejón cercano.

      —Tenemos que escapar por las alcantarillas, las calles ya no serán seguras para nosotros. Tú, cachas, abre la tapa de la alcantarilla.

      Alexander lo intentó varias veces, con toda su fuerza, pero la tapa no se movió del sitio, incluso pidió ayuda a Marian, pero seguía sin moverse ni un milímetro.

      —Sois peores de lo que pensaba, joder, no tenéis ningún control de vuestro poder.

      Acto seguido la mano derecha de del hombre se transformó en una garra, la clavó en la tapa y la arrancó del sitio sin problemas. Marian, Alexander y el hombre de gafas saltaron por el agujero mientras este último volvía a poner la maltrecha tapa en su sitio. Anduvieron unas horas por las laberínticas alcantarillas hasta una zona sin salida. El tipo de las gafas les dijo que tenían que subir, pero que visto lo visto seguro que no tendrían la fuerza suficiente para saltar tan alto, así que primero cogió Marian por la cintura y la lanzó por un pequeño túnel del techo para acto seguido coger de la cintura a Alexander y lanzarlo en la misma dirección. Alexander notó cómo subía a una gran velocidad y aunque parecía que iba a estrellarse contra la pared, lo que realmente estaba delante de él era una pequeña trampilla de madera forrada de hierba que solo se abría desde abajo. Salió a un bosque y cayó de culo. Allí estaba el hombre.

      —Acompañadme y no hagáis preguntas por ahora.

      Se dirigieron hacia un vehículo azul que tenía aparcado cerca, los tres subieron al coche y se dirigieron hacia las afueras de la ciudad, a las montañas, pero a los minutos de dejar la ciudad atrás giraron por un camino en medio de un bosque, hasta una pequeña casa, aparcaron justo enfrente y bajaron del coche. Entraron y cerraron la puerta.

      —Antes de nada, me presentaré, me llamo Likaon Maulh soy un Niju como vosotros y creo que tenemos mucho de lo que hablar amigos míos.

      Alexander y Marian tomaron asiento en unas sillas viejas de madera mientras Likaon encendía el fuego de la chimenea. Likaon les dio un vaso con té verde y les comentó que podían beber tranquilos porque no tenía ni veneno ni nada raro. Él mismo fue el primero en beber, después se sentó sobre un viejo sillón anaranjado.

      —Primero, decidme cuál es vuestro poder por favor.

      —Yo soy Alexander Evans y ella es mi mejor amiga Marian Casiah, pero no entendemos bien qué quieres decirnos con eso de los poderes.

      Likaon suspiró.

      —Antes de nada, quiero pediros perdón por lo que pasó en la área de servicio, solo quería que entendierais que esto no es un juego, pues tenéis que aceptar que no sois humanos normales y corrientes, aunque seguro que ya os habéis dado cuenta de sobra, vosotros sois lo que los humanos han denominado como Nijus, nacidos por la unión de un humano con un Dhaibuky y, además, nuestra existencia no es invisible para la humanidad, muchos saben que existimos y la cúpula central del gobierno hace lo imposible para tenernos bajo control y dominados, están tan dispuestos a someternos que han contratado a cazadores profesionales para matar a los que no estemos de acuerdo en pasar por sus normas; es decir, quieren que inyectarnos un chip con veneno en el corazón, y si se nos ocurre desobedecer ese mismo chip nos mataría, y lo peor… Es que esos cazadores también son Nijus, pero de alto rango, aunque es utópico que, para cazarnos, los humanos estén usando a otros como nosotros. Les han prometido la libertad a cambio de perseguirnos. Hace tiempo que a mí se me asigno seguir los movimientos de Ruminanto Rezep ya que se rumoreaba que él tenía la ubicación de un Niju, aunque en principio solo teníamos la certeza de tu existencia, lo que no esperaba es que justamente cerca de ti hubiera otra Niju más. Debéis entender que los Nijus nos dividimos en tres grandes facciones: los místicos, los oscuros y los dragones, y ya de paso os debo avisar: jamás, pero jamás,


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