Nueva pangea. Jesús M. Cervera

Nueva pangea - Jesús M. Cervera


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de las calles. Marian ayudó a Alexander a incorporarse y ambos se sentaron apoyados sobre la pared.

      —¿Por qué…? ¿Por qué no nos ha pasado como las otras veces?

      —Creo que aún no comprendemos bien lo que nos pasa.

      Se quedaron en silencio un buen rato. Pasado un tiempo, Alexander se puso en pie de golpe y tendió la mano a Marian para que ayudarla a levantarse.

      —Por mucho que pensemos, ahora mismo no resolveremos nada, lo mejor será buscar algún sitio para refugiarse de la noche.

      Poco tiempo después, encontraron una casa albergue que acogía gratis a gente de cualquier tipo y, sin mediar pregunta alguna, entraron. Una señora mayor gordita con el pelo recogido, un vestido rosa de flores les ofreció una habitación gratis así que pasaron allí la noche a las mil maravillas y gracias a la gran amistad y respeto entre ambos pudieron dormir en la misma cama sin miedos ni prejuicios.

      Bastante lejos de ellos de allí, en una mansión situada en otra ciudad, un hombre de aspecto imponente espera sentado en su trono de huesos y hormigón a que Ruminanto y Frank le reporten la gran noticia de que han matado a Alexander Evans, obviamente estos se ven obligados a contarle la verdad, aunque se nota en sus cuerpos que mientras cuentan lo sucedido están muertos de miedo, lo cual no hace sino encolerizar al misterioso sujeto. Sus ojos cambian a un color rojo fuego y el cielo cercano se nubla, mientras a lo lejos se oyen con fuerza los gritos de dolor y las súplicas de Ruminanto Rezep y de Frank Golegas.

      Amaneció. Los dos amigos habían recibido un generoso desayuno en el albergue. Dieron varias veces las gracias a la dueña del albergue que decidió regalar a cada uno de ellos una bolsa con comida y agua para el viaje pues se había dado cuenta de que no llevaban pertenencias y le habían inspirado compasión.

      —¿Podría decirnos qué dirección tomar para ir a la ciudad de Cervera?

      —Claro, jovencita, lo mejor es salir de la ciudad y coger el camino del bosque hacia el norte durante varios días de viaje, pero os aviso que estáis muy lejos, tal vez sería mejor ir en avión o en autobús.

      Como estaban sin blanca, se pusieron a andar por las calles de la ciudad preguntando a la gente hasta que consiguieron salir de la ciudad y anduvieron en la dirección que les había explicado la señora del albergue.

      Conforme salían de la ciudad, de nuevo el misterioso hombre del día anterior de mirada perdida y lengua estrecha entraba en el albergue donde habían dormido los dos amigos.

      —Disculpe, amable señora, ¿han dormido aquí un joven de cabello castaño acompañado de una jovencita rubia muy guapa?

      —No, la verdad que aquí no he visto a jóvenes como los que usted describe, caballero —mintió porque el hombre no le inspiraba confianza.

      —Gracias, señora —dijo antes de acribillarla.

      Lejos de allí y pasadas unas horas, Marian y Alexander llegaban a una estación de servicio eléctrico. Los coches flotaban sobre un asfalto de caucho, fabricado con los antiguos neumáticos de los coches de gasolina, y muchos imanes de antiguos aparatos electrónicos reciclados. Los vehículos se recargaban en menos de media hora y otros directamente se cargaban con placas solares unidas a su propio techo o en las llantas del neumático. Descansaron un rato en un banco y tomaron algo de la comida que les quedaba de la bolsa del albergue. Una vez se hubieron alimentado y descansado Alexander le comentó a Marian que necesitaba ir al aseo que había en la estación de servicio antes de continuar el viaje. Marian asintió con una sonrisa pues le hizo gracia que Alexander le diera tal información en vez de ir directamente. Y mientras Alexander caminaba en dirección hacia el aseo, Marian decidió acostarse sobre el banco para que le diera un poco el sol y ya de paso relajarse un poco, pero en ese momento escuchó una voz.

      —No deberíais de ir por ahí tan relajados.

      Marian se incorporó rápidamente. Vio a un hombre musculoso con gafas oscuras.

      —No temas, no vengo a haceros daño, pero llevo un tiempo observándoos y veo que no comprendéis vuestro poder y mucho menos lo domináis, pronto tendréis problemas serios, si no espabiláis.

      El tipo señaló hacia los aseos a los que había ido Alexander y cuando Marian se giró a mirar hacia donde señalaba vio que Alexander aún no salía, así que decidió decirle dos cosas bien claras a el tipo de las gafas, pero al girarse otra vez, ya no estaba allí. Alexander salió del aseo y de lejos vio la cara de su amiga, blanca y descompuesta. Aceleró el paso y al acercarse a Marian, ella se puso en pie, pero el tipo de las gafas saltó desde el techo de la estación de servicio y lo lanzó al asfalto. Marian corrió para ayudar a su amigo. El tipo la agarró del brazo derecho lanzándola con fuerza y estampándola contra uno de los vehículos aparcados. El cuerpo de Alexander brilló con esa aura dorada fomentado por la ira, el hombre de gafas puso su mano izquierda en la nuca de Alexander y lo volvió a estampar contra el suelo. El aura dorada desapareció de golpe. Marian saltó sobre él, pero el tipo de las gafas la había visto llegar y la agarró del cuello. No era un tipo normal y corriente.

      —No vengo a mataros, pero solo sois dos niñatos jugando con algo que no entendéis. En una semana volveré a por vosotros, si no sois capaces de usar mejor vuestra fuerza, moriréis como basura.

      Volvió a lanzar a Marian contra el mismo coche y acto seguido a Alexander. Los dos sabían que tenían que salir rápido de allí pues, si no, tendrían problemas con el dueño del coche y con el del área de servicio y por tanto con la policía. Lo bueno fue que sus cuerpos habían respondido rápido a ese ataque y no estaban realmente heridos o tal vez ese tipo no quiso hacerles tanto daño como parecía pues si hubiera querido, los habría matado allí mismo sin problemas. Los dos amigos se incorporaron y se limpiaron un poco la ropa, aunque la de Alexander había quedado en un mal estado. Salieron de la zona, pero al dar unos pocos pasos, varios autos negros con las lunas tintadas y una pequeña antena negra rodearon la estación de servicio en un momento. De todos los coches salían hombres y mujeres con el pelo muy corto vestidos de traje negro con gafas de sol oscuras y un pinganillo negro en la oreja izquierda, pero de uno de los automóviles salieron dos personas distintas a las demás: una mujer alta con grandes senos y tacones de leopardo, el otro tenía todavía más pinta de creerse superior. Era un hombre alto, corpulento, calvo, cara de malas pulgas y zapatos de leopardo. Ambos tenían un gran parecido entre ellos. Todos los hombres de negro apuntaban con unas pistolas extrañas a Marian y Alexander, amenazándolos. Uno de los hombres les puso unas esposas electrónicas de acero. El hombre y la mujer eran los famosos hermanos Lukhas, inspectores de alto rango de la policía mundial secreta, que debían su fama a los casos supercomplicados que solo ellos habían conseguido resolver. Hammer Lukhas se acercó a uno de los grupos de policías.

      —Recoged todas las pruebas que haya en la zona, también quiero las cintas de grabación del área y borrar los recuerdos de todos los que hayan visto lo que ha pasado aquí, rápido.

      Su hermana, Geno, se acercó, olió a Alexander y puso cara de asco, después a Marian, esta vez su cara fue de satisfacción.

      —Cuantísimo tiempo hacía que no veía a una de las tuyas, tú y yo nos vamos a divertir mucho, protectora.

      Al momento de decirlo, lamió la cara de Marian y acto seguido metieron a los dos amigos en los asientos traseros de dos coches distintos, y se pusieron en marcha en dirección a la ciudad de Reicon, a unas horas de camino en coche a buena velocidad. Al rato de ir por carretera, Alexander vio cómo volvían a pasar por al lado de la ciudad de Carpentaria lo que significaba que estaban retrocediendo. A lo lejos contempló un gigantesco tubo cilíndrico de acero y plata de color rojo oscuro. La famosa ciudad de Reicon, tan conocida por ser la más moderna de todo Nueva Pangea. Los coches negros no redujeron su velocidad por mucho que se acercaban contra la pared metálica de la ciudad y justo cuando parecía que se iban a estrellar, los conductores pulsaron un botón rojo en el techo y atravesaron la pared como por arte de magia, pero no, no era magia, era una de las nuevas tecnologías descubierta gracias a los Dhaibukys. Al entrar a la ciudad, Alexander y Marian alucinaron más que en la misma Carpentaria pues era como si hubieran ido al futuro de golpe, todo


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