El Cristo preexistente. Gastón Soublette

El Cristo preexistente - Gastón Soublette


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antigua de China viene a ser el resultado póstumo, decantado en la mente de uno de sus más grandes sabios, de una tradición sapiencial milenaria y, en consecuencia, la expresión de una cosmovisión que es inherente a la cultura china en su totalidad.

      En ese sentido es preciso tener presente que tanto Lao Tse como Confucio dejaron constancia en sus escritos de que la doctrina que ellos contienen les ha sido transferida por hombres sabios y santos que les precedieron en una larga serie hasta la antigüedad más remota. Eso explica por qué antes de tratar directamente el tema principal de este libro, hay varios capítulos destinados a dejar en claro ciertas cuestiones relativas a los orígenes, tanto en las sagradas escrituras hebreas como en los textos taoístas y confucianos; ya que en esa investigación es posible descubrir ciertas similitudes básicas.

      Sorprende que tradiciones espirituales que en su evolución histórica aparecen como muy diferentes puedan haber llegado a concebir finalmente un modelo de perfección humana semejante. Este hecho se vuelve tanto más sorprendente cuanto que la sabiduría china es cósmica, esto es, se trata de un conocimiento cuyo fundamento es el orden natural y su estructura dinámica. Detrás de esto hay un supuesto que es preciso explicitar: la cultura china, no obstante haber generado una gran civilización, dados los fundamentos espirituales sobre los que emergió, su orientación ideológica nunca se apartó del orden natural y su bipolaridad de lo creativo y lo receptivo; nunca se desentendió totalmente de las leyes del crecimiento gradual; tampoco excluyó de su pedagogía el discernimiento por analogía, que es parte constitutiva de la psique humana (presente en toda la sabiduría popular del mundo).

      Al respecto cabe hacer notar que la figura de Jesucristo que centraliza toda esta reflexión, mirada a la luz de tradiciones sapienciales ajenas al pensamiento bíblico y teológico (como es el caso del Taoísmo y el Confucianismo) da a sus rasgos singulares de carácter y a su sabiduría personal en el decir y el actuar, una significación más amplia y novedosa que la que atribuimos de ordinario a sus actos y sus dichos. Esto es así, pues vincula su modo de proceder y su ideario con modelos de hombres santos y sabios de la antigüedad remota a quienes la posteridad recuerda y honra por haber actuado del mismo modo, todo lo cual Lao Tse expone en su Libro del Tao y la Virtud, empleando a veces las mismas formas de expresión con que fueron redactados los cuatro evangelios canónicos.

      La constatación de este paralelo tan estrecho entre los patrones de pensamiento y conducta de Jesús y el tratamiento minucioso que de esos rasgos de carácter hace Lao Tse en su Libro del Tao, los cuales fueron los de los soberanos chinos de la prehistoria, plantea un problema interesante acerca de lo que en realidad fue esa primera humanidad a la que aluden los historiadores clásicos de China: Lo Pi y Se Ma Tsien (Livres Sacres de l’Orient. G. Pauthier. París, 1843). Dicha primera humanidad vivió antes de la emergencia de las grandes culturas según la cronología china y sobre ella sabemos poco, según los criterios con que los historiadores reconstruyen el pasado. Pero sobre la cual, la tradición sapiencial e histórica de China nos habla en términos tales como si esos soberanos y patriarcas hubiesen colmado la medida del hombre, alcanzando una muy alta sabiduría y virtud que los llevó a ser los elegidos del cielo.

      EL CRISTO PREEXISTENTE

      P A R T E I

      La sabiduría en todas las culturas del mundo ha sido un conocimiento del sentido de la vida. No un conocimiento teórico que agote en sí mismo su finalidad, aunque se haya trasmitido a través de los escritos de los grandes sabios, sino un conocimiento que en su misma formulación se muestra destinado a ser vivido y no solo adquirido como un saber.

      En todas las culturas del mundo la sabiduría ha sido además un derivado de la revelación, lo cual se entiende en cuanto la revelación necesita de una mediación generada en la mente humana para reflejar en el acontecer real de la sociedad las opciones y actitudes concretas del hombre en el seguimiento del sentido. También necesita una mediación de carácter ritual, litúrgico y ceremonial capaz de trascender el espacio tiempo ordinario y situar al hombre en un ámbito elevado donde las verdades reveladas llegan hasta él.

      En la historia de la cultura griega se aprecia bien el momento en que la mitología, que es revelación, comienza a generar un pensamiento sapiencial, el que después llegará a ser una filosofía como género literario. En la historia de la cultura india se observa claramente el paso de la revelación védica a la gnosis filosófica y mística de los Upanishads, y posteriormente a los textos escritos o dictados por los grandes sabios fundadores de los seis sistemas filosóficos indios.

      En el caso de Grecia, el acento puesto en lo que después se llamó “filosofar”, realzó el carácter especulativo del pensamiento sapiencial, de donde derivó posteriormente la gratuidad del discurso filosófico como un conocimiento formulado en textos que hallan en sí mismos su propia justificación.

      En lo que se refiere a la sabiduría del extremo oriente, considerada desde el punto de vista privilegiado que hoy tenemos para observarla y evaluarla en el contexto de la sabiduría universal, parece ser la más apropiada para detectar en la antigüedad un modelo humano como el que hemos llamado un Cristo preexistente, especialmente, en los escritos de los sabios chinos Lao Tse y Confucio, pues, frente a la estructura del pensamiento occidental a que antes nos referimos, esa sabiduría china del siglo VI a. C. se aproxima más a lo que podríamos llamar un saber de salvación.

      Cabe considerar, por otra parte, que el Taoísmo original, tal como fue constituido en un sistema en su texto fundamental y dada la posición disidente extrema de su autor, Lao Tse, frente a la ideología civilizadora de la dinastía Tchou (que se impuso ya desde fines del segundo milenio antes de Cristo), por su rechazo del poder, la riqueza, la ostentación, la imposición de un orden único a todos los habitantes del imperio sin atender a los usos y costumbres de las culturas regionales, por su rechazo del hiperdesarrollo urbano y político, y de una religión ritualista que introdujo en la sociedad china un ingrediente artificioso en la conducta humana, y, en fin, por la grandeza misma de ese orden imperial, visible en la apariencia imponente de sus palacios, templos, parques, ceremonias, atuendos, exhibida como modelo de sociedad bien gobernada según los mandatos del cielo ante todos los pueblos de la antigüedad. Como posición de un hombre sabio, que rechaza todo eso, es lo que aproxima la sabiduría de Lao Tse a la posición fuertemente disidente que Jesús de Nazaret, como maestro y profeta, tuvo frente a la religión y los usos y costumbres de su tiempo.

      Para entender en profundidad esta coincidencia tan estrecha entre ambos legados espirituales es preciso antes explicitar en qué posición se sitúa la sabiduría bíblica frente a la de otras tradiciones culturales del mundo, porque esto es un punto de capital importancia para entender que lo que en la Biblia se llama sabiduría no es lo que presenta una estrecha semejanza con el mensaje del Taoísmo original, sino muy específicamente la sabiduría personal de Jesús, la cual se transparenta en sus enseñanzas pero también en sus actos y modo de ser en general, los cuales también son enseñanzas aunque no sean verbales.

      Las categorías mentales en que fueron concebidos los textos bíblicos sapienciales dan cuenta de una experiencia del mundo que excluye la búsqueda de la verdad a partir del hombre y sus posibilidades cognoscitivas, pues toda la sabiduría a que se hace referencia en los libros sapienciales consiste en un conocimiento profundo de lo que implica la fidelidad del hombre a la Ley de Dios; por lo que se puede decir que la sabiduría a que podía aspirar un israelita de los tiempos en que fueron redactados esos libros es diferente a la que concibieron y formularon por escrito los sabios de otras culturas. Si la sabiduría de los maestros de Israel consiste en una inteligencia más profunda del acontecer de salvación en el seno de una sociedad regida por esa ley, esa sabiduría carece de cuerpo propio, y viene a ser algo derivado o accesorio de lo que desde antes se ha impuesto como revelación y verdad, esto es, la palabra de Iahvé.

      Esto no se dice en un sentido peyorativo, sino, simplemente, para constatar el hecho de que si la cultura hebrea de los tiempos bíblicos parece modesta en realizaciones comparada con las culturas paganas es porque esa cultura no tiene más cuerpo que la Ley y los profetas. Todo el entramado material de 1a civilización de Israel no es el fruto de una elaboración propia a partir de un conocimiento libre


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