El Cristo preexistente. Gastón Soublette
llamamos Dios, como se verá en el desarrollo de este texto.
El creador
Si del monoteísmo se sigue necesariamente el concepto de “creación”, en la doctrina de Lao Tse este aspecto del Tao está claramente delineado. El fundamento teórico para entender este punto en la doctrina de Lao Tse se halla en el primer capítulo de su Tao Teh King. El quinto verso del primer epigrama dice: “Llamo no-Ser al principio de Cielo y Tierra”. El verso siguiente dice: “Llamo Ser a la Madre de todos los seres”, esto es, el Ser en sí mismo y la Existencia. Este planteamiento se basa en las expresiones Wu y Yeu, que se traducen respectivamente por no-Ser y Ser. El texto dice que Wu es el principio de Cielo y Tierra, y el Yeu, es Mu, la Madre de todos los seres. Así el Tao como principio es el inmanifestado. Como madre de todos los seres se le está atribuyendo fecundidad. El filósofo Wang Pi (S. III a.C.) dice, refiriéndose a los dos modos de considerar el Tao: “Lao Tse lo capta como origen, en cuanto carece de antecedentes. Como Madre lo capta en cuanto está dotado de fecundidad. Como carente de antecedentes no se le puede hallar la raíz. Como dotado de fecundidad se puede dar razón de él”. Sobre este particular cabe señalar que la palabra Wu (no-Ser) significa literalmente “sin antes”, y Yeu (Ser) significa “tener uno delante”.
Como ser absoluto, en su forma negativa, tiene su equivalente en la prohibición impuesta a los israelitas por Moisés de representar a Dios en imágenes y figuras, a lo cual se refiere el apóstol Juan cuando en el prólogo del cuarto evangelio dice: “A Dios nadie le ha visto”.
En el capítulo XXV se dice también que el Tao es “Madre del Mundo”, esto es, el que trae el mundo a la existencia. En el capítulo IV se dice: “Es como un abismo sin fondo y parece ser el ancestro de toda cosa”.
En el capítulo XXI se hace referencia a la Virtud creadora del Tao, designada en el texto por la palabra china Teh. El pasaje correspondiente dice: “El contenido de la Virtud procede enteramente del Tao. El Tao anima las cosas de un modo caótico y oscuro. En él están las imágenes, caóticas y oscuras. En él están las cosas, oscuras y caóticas”. Este pasaje tiene su equivalente en todos los mitos que aluden a un estado de caos anterior al orden o de lo sin forma que precede a las formas. En los primeros versículos de la Biblia referentes a la creación del mundo, se dice al respecto que “la tierra estaba informe y vacía, y había tinieblas sobre la faz del abismo”.
En ese primer capítulo de la Biblia Dios es designado con la palabra hebrea Elohim. Esta palabra es un plural y se traduce por “las potestades” y con todo, es ese un apelativo con el que se designa al ser supremo. Posteriormente se asociará a este nombre el de Iahvé, de modo que en los comentarios rabínicos aparece la denominación compuesta Iahvé-Elohim (Rabino Grad. Las claves secretas de Israel). Sin embargo, en el prólogo del evangelio de Juan se alude al acto creador inicial proclamando al Verbo como el medio por el cual todo ha sido creado por Dios, para concluir de ahí que Jesucristo es el Verbo de Dios encarnado. Pero en ambas versiones el patrón de pensamiento es el mismo, en dos instancias, esto es, el ser supremo en sí mismo, y aquello que materializa su poder creador.
En el Libro de los Proverbios, capítulo 8, se lee lo siguiente: “Iahvé me creó, primicia de sus caminos, antes que sus más antiguas obras, Desde la eternidad fui fundada”. Se trata de un pasaje en que se hace el elogio de la sabiduría de Dios. En el texto se nota la intención de darle a esa sabiduría divina el carácter del medio por el cual Dios crea el mundo, lo que es homologable con lo que Lao Tse llama Teh, esto es, la virtud creadora del Tao que, por ser matriz única de todas las cosas creadas, da fecundidad al Tao. Así, el Tao deviene la madre del mundo por poseer Teh, la virtud creadora. Se trata, como antes se dijo, de un patrón de pensamiento filosófico acerca del ser supremo que procede de una intuición fundamental común a muchas mitologías que atribuyen a Dios un carácter bisexual.
En el Libro del Tao el pasaje referente al caos corresponde al estado indeterminado que precede a la constitución de las formas. Las imágenes mencionadas en ese pasaje del capítulo XXI equivalen a las ideas de Platón, y son arquetipos o moldes de la realidad (Platón. La República, Cap. 7). Esas imágenes son también, en algún sentido, los símbolos lineales del Libro de las Mutaciones o I Ching, los que justamente son designados con la palabra imágenes; como tales son arquetipos. Estos símbolos representan todas las fases del movimiento, tanto en el macro universo como en la dimensión en que se da la vida humana en la tierra. La seguridad de que ese repertorio de símbolos es realmente un estándar del movimiento universal se debe a la gran autoridad que todos los sabios chinos le han atribuido a este libro, que bien puede ser considerado como la piedra fundacional de la cultura china, compuesto por los aportes de los grandes sabios de esa nación a través de milenios, tema que será desarrollado posteriormente.
Digno es de hacer notar que el lenguaje empleado por Lao Tse en el capítulo XXI de su Tao Teh King, con mención expresa de lo informe y caótico y oscuro, si bien resuena analógicamente con el pasaje bíblico en que se dice que la tierra estaba informe y vacía y las tinieblas cubrían la faz del abismo (Gen. 1, 2-10), la diferencia entre uno y otro texto reside en que el pensamiento mítico, presente en el pasaje bíblico, no conceptualiza la realidad sino que utiliza sus elementos concretos metafóricamente para sugerir por la vía analógica un significado que los trasciende. Pero el capítulo XXI del Tao Teh King no se está refiriendo puntualmente a un mito del origen, sino que está aludiendo al modo como el Tao, en tanto que principio, proyecta hacia la existencia las formas del universo constantemente desde el origen; con esto se consagra el principio fundamental de que todo lo que tiene forma procede de lo que no tiene forma.
En las líneas finales del capítulo XXI se dice: “De todo tiempo hasta hoy no se ha podido prescindir de su nombre (su ser), pues todo comienza en él. ¿De dónde me viene este conocimiento de la naturaleza de las cosas? De ellas mismas”. Este pasaje contiene una referencia al conocimiento del mundo propio del hombre sabio, quien, por su inteligencia iluminada, puede remontarse de la obra al principio creador de la obra.
Pero este remontarse de la creación al creador no se realiza por una simple deducción motivada por el asombro y la admiración, sino mediante la visión bipolar de la realidad consignada en el Libro de las Mutaciones. El Tao como sentido opera las mutaciones mediante lo Creativo Yang y lo Receptivo Yin, y esa bipolaridad emana necesariamente de una unidad que la genera pero que no está sometida a ella.
Es interesante constatar también que algunos traductores del Tao Teh King, como ha sido el caso de Lin Yu Tang y José M. Tola, le atribuyen al Tao como principio el apelativo de Padre.
Por otra parte, este paralelo que se puede establecer entre el Tao de Lao Tse y el Dios único revelado a Moisés como Iahvé (Ex 3,14. Ex 34,6) incluye lo que en la Biblia es la Ley y lo que en el Libro del Tao es el “sentido eterno” o Ley Eterna.
Para entender esto hay que partir de la base de que no existe cultura humana sin un fundamento espiritual de origen, el cual es revelado a la comunidad por el hombre sagrado, el profeta, el sabio maestro, el sabio soberano guía de su pueblo, el gran legislador, que en las comunidades indígenas es el chamán. Las diferencias entre unos y otros pueden parecer grandes en ciertos casos, pero la función que ellos cumplen en el seno de su comunidad es proporcionalmente la misma.
Asimismo, no hay relación de los hombres con la trascendencia, el ser supremo, los dioses, que no genere la noción de un deber ser, esto es, de un “sentido” trascendente o Ley suprema que los pueblos deben seguir para vivir en plenitud la condición humana, de lo que sigue el hecho de que pueda haber un comportamiento sensato y otro insensato.
Ocurrió que con el correr de los siglos y milenios, la ley de la tribu, que fijaba límites y orientaciones a la conducta de sus miembros, evolucionó conforme a la complejidad creciente de las agrupaciones humanas de mayor población. Así fue como, para tribus numerosas como lo fueron las doce de Israel, constituidas en su conjunto como un pueblo autónomo después de la salida de Egipto, se hizo necesaria la dictación de una ley canónica que cubriera con sus preceptos todas las formas de comportamiento (incluidas las narraciones ejemplares y los mitos), dado que las transgresiones se fueron haciendo cada vez más frecuentes por la complejidad de las relaciones entre individuos y clanes en la trama relacional de comunidades